Corazón Dorado

Problemas y soluciones

Más tarde el timbre la arrancó de las sábanas y al abrir la puerta se encontró con uno de los conserjes de la villa. La villa era una exclusiva hileras de quintas perfectamente alineadas, con extensos jardínes, vigilancia privada, piscina y canchas de tenis. Por años habían pagado el costo de su mantenimiento con un dinero que su madre había dejado ahorrado y que había dejado a Nella para que lo usara al cumplir la mayoría de edad. 
—Señorita Antonella...Qué alivio verla de vuelta. 
—Sí, volví hace un par de días, Gaspard, ¿cómo estás?
—Muy bien señorita pero me temo que... el... señor Alcántara lleva varios días durmiendo en el lecho de rosas de Doña Cecilia. Me temo que le ha destruido el jardín y Doña Cecilia le pide encarecidamente que recoja a su padre y...
Apenado el hombre sacó un papel de su chaqueta de conserje y se lo tendió a Antonella.
—... que pague los honorarios del paisajista por el arreglo del jardín. También anexa los calmantes que tuvo que tomar para poder dormir por los gritos que daba su padre. Doña Cecilia dice que tiene los nervios destrozados a raíz de eso—la miró con pesar—... Lo siento, señorita.
 —Oh... —Nella se anudó la bata y salió sintiéndolo mucho más que Gaspard, la vergüenza le cubrió el rostro aunada con la ira reprimida ¿qué caso tenía molestarse con “ese”? —Gracias Gaspard, iré a por él.
—Yo la acompaño.
—¿Está...?
—¿Inconsciente? Sí.
Antonella solo pudo sentir repulsión al ver a su padre echado en el piso y abrazado fieramente a una botella como lo hiciera un perro con su hueso. Fue uno de los mejores cardiólogos de ciudad Guayana, un gran esposo y un mejor padre; pero prefirió la bebida. 
No es ni la mitad del hombre que fue, pensó asqueada. 
—Eres increíble. No sé dónde sacas dinero para tu famosa bebida. Dime ¿Qué vendiste esta vez?
Con sonrisa de borracho el hombre se desperezó mientras Nella y el conserje ayudaban a levantarlo. Vestía un pijama sucio, estaba muy delgado y con la barba hirsuta.
—Gané a los caballos, bebé.
—Vendiste la tostadora ¿verdad? —preguntó ella con cierto rencor.
—¡Era un artefacto del infierno! —gritó el hombre con vehemencia mientras casi le escupió el rostro a la joven. Antonella apartó la cara al sentir su aliento de adicto, el hombre pasó de la furia al empalago—Bebé... no discutas con papá. te comprarrré un tostadora mucho más metálica, ya verás, soy doctor, Nella, ¿lo sabías?
—Necesitas un baño urgente—masculló avanzado hacia la casa su furia se acrecentaba por segundos, aunque intentaba mantener la compostura por Gaspard.
—Eres una buena hija. Te comprarrré veinte aparatos inferrnales yo soy el doctor Alcántara y tengo mucho dinero ¿lo sabías?
—Papá no tienes dinero ni eres doctor—siseó Antonella sin poder evitarlo el rencor que le ardía en la lengua—Estás enfermo. Si dejaras que te ayudara...
—¡Pamplinas! ¡Yo soy un doctor no un enfermo!—gritó soltándose y cayendo en el piso como una baraja, el golpe le hizo carcajear como idiota—Estoy bien, ¿ves? perrfectamente sano.
Les costó un poco más levantarlo esta vez porque se tornó rebelde. Era un rasgo de su carácter, la volubilidad, su padre pasaba de la alegría a la molestia con la facilidad de las olas del mar. Su madre siempre decía que era el sensible de la familia y, por ende, era muy cariñosa con él. Con el tiempo se dio cuenta que Gerardo Alcántara dependía emocionalmente de su esposa para estar bien. Como se prodigaban tanto amor su sonrisa era fácil. Era su madre, la del carácter férreo, la que planificaba y disponía. A menudo Nella se preguntaba como pudo estar tan ciega y no ver que la dependencia estaba ligada al alcoholismo. Al morir Marcia de Alcántara, su madre, no solo se vio envuelta en el luto sino que la realidad de un mazazo la sacó de sus fantasías juveniles dejándola en un pandemonium. A veces le dolía que el amor de su padre por ella no fuera suficiente para que él dejara la bebida. Hasta que asumió que Gerardo Alcátara solo amó a su mujer, en su corazón no cabía nadie más.
Antonella se encargó de asearlo y ponerle una pijama limpia, así dejó a su padre en la cama. Miró sus mejillas hundidas y su rostro desmejorado mientras caía en el sueño de los enfermos y el corazón de Nella se rompió un poquito más.
                                         ***
—Así que apareció el desaparecido—comentó María mientras comía su desayuno.
Antonella dejó el tenedor al lado de su plato, la sola mención de su padre le quitó el apetito. Yaya seguía masticando sus cereales con fruta con el tono de la cotidianidad
—Digamos que se nos acabaron las vacaciones en villa tranquilidad. Bienvenida villa caos. Dios sabe cómo despertará. Tiene un aspecto horrible, yaya.
—Es increíble que pueda mantenerse en pie sin un gramo de alimento.
—Parece que el alcohol es su gasolina. Una creería que caería enfermo de cualquier virus. Pero ya ves, no le da ni la gripe. 
—¿Y eso te enoja,cariño?
—No yo... Sí, me enoja mucho. Aquí estás tú, luchando por tu vida, cuidándote hasta de una mala brisa, cuando solo has hecho cosas buenas por la gente. Mientras él... solo pienso que no es justo.
—Lo injusto es que tengas que vender tus cosas por culpa de un par de viejos que te está jodiendo la vida, eres muy jovencita para tener tantas preocupaciones. 
—Tengo veintisiete yaya, tampoco soy una niña. Y no me gusta que te compares con “ese”. Además, ya negocié el coche y le di mi palabra a Victoria. Lo llevaré primero a lavar antes de encontrarme con ella. Es una fortuna que hubiera estado enamorada de mi volvo desde que comenzamos en la facultad y que ahora esté dispuesta a comprarlo. Y supongo que el hecho de que su hermano es el que le hiciera mantenimiento durante todo este tiempo es el aval que ella necesita. Le garantiza que está en perfectas condiciones... en fin. Mira yaya, te acomodé el pastillero y puse la alarma al reloj para que te recuerde la hora de tomártelas. Hoy solo dedícate a descansar, yo llego temprano y prepararé algo de comer.
—Hoy me siento más  fuerte , hija—dijo Yaya con entusiasmo—. Los medicamentos me están  haciendo efecto. 
—Tanto como si es placebo como si no. Me alegro—contestó Nella con suavidad y, acto seguido, movió los hombros ya que sentía el cuello contracturado Yaya frunció los labios al ver el gesto de dolor que no alcanzó a disimular. 
—No creas que estoy contenta viendo cómo se te va la juventud resolviendo incendios que no causaste—le riñó—. Llegaste agotada de ese viaje que hiciste. Y me fijé también, que conseguiste mucho dinero... Ahora bien ¿a cambio de qué? Es la pregunta que me hago. El desespero es un mal compañero de viaje y un traicionero. A veces me pregunto a qué te hemos orillado tu padre y yo. 
Antes de que Antonella pudiera replicar ella continuó, endureciendo la voz:
—Mas te valdría pensar en deshacerte de esta casa que te genera tantos gastos innecesarios e hicieras tu vida sola. Tú sería feliz en un pequeño departamento. En eso debes enfocarte y en labrarte un futuro. Nosotros, ¡bah!, tu padre y yo ya estamos de salida. Esa es la verdad sin tapujos.
—De salida nada—replicó, molesta—. A ti te valdría guardarte las energías para recuperarte. En eso debes enfocarte.
Nella suspiró, no solía levantarle la voz a su nana y esta vez lo había hecho y se había arrepentido en el acto. 
—No te creas que no he pensado lo de la casa—concedió en tono conciliador tomándole la mano—. Si he de ser honesta, creo que sería buena idea conseguir algo más modesto para nosotras.
—Habla la sensatez. Vendes. Tomas el dinero. Haces tu vida. 
Antonella decidió dar la conversación por terminada levantándose y dándole un beso en la coronilla a yaya antes de salir. 
—Prefiero que te concentres en sanar, yaya. Yo veré que hacer con mi vida.
                                            ***
El tintineó de las llaves en las manos de Victoria, le aseguró a Antonella que su pequeño volvo ya no estaría en su vida. Con él se iba un pedazo de su mamá, recordó el día en que ella se lo obsequió con un inmenso lazo rosa que lo cruzaba de punta a punta y la algarabía que formó alrededor del mismo. Era precioso y a Nella le invadió la euforia. Su madre, muy propia, le había dicho que se comportara, como siempre, pero el brillo en sus ojos era de pura dicha. Amaba esa parte de la Nella feliz que reía, abrazaba y bailoteaba de alegría. 




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