Corazón Dorado

Decisiones dificiles

Armada de un cheque y una montaña de disculpas, se enfrentó a Doña Cecilia. Sin embargo la mujer necesitaba dejar los puntos claros antes de dejarla ir, así que la escuchó casi por una hora mientras se quejaba interminablemente. Antonella le dio la razón en todo, Doña Cecilia tendía a ser dramática, pero tenía razón. Más tarde y desgastada, tanto física como emocionalmente, Antonella se dejó caer al llegar a su cama, tal cual llegó, se durmió. 

Se despertó con el aroma de la comida casera y agradeció que Yaya tuviera las fuerzas suficientes para valerse por sí misma y prepararla, se dio cuenta que tenía mejor semblante y estaba animada. Eso le alegró el corazón. Sin embargo, después de comer, la fuerza de Yaya mermó y tuvo que recostarla en el sofá donde cayó dormida. Eso la entristeció.
Nella sentía que iba montada en una montaña rusa emocional pero sin la diversión. 

Aprovechó el silencio para administrar sus finanzas, armada de una libreta y una calculadora se sentó ante el delicado escritorio en su habitación. Aunque su cama llevaba una hermosa ropa de cama, estaba desgastada por el uso, y la decoración femenina donde predominaba la madera lacada en blanco y con pretensiosos ornamentos hablaba de una época mejor.

Nella había pasado por una inmobiliaria antes de llevarle el Volvo a Victoria, allí había explicado su intención de vender la villa, los agentes inmobiliarios, con un brillo especial en los ojos, le informaron que una propiedad de esa “calidad excepcional” sería muy cotizada y que estimaban que en un periodo de seis meses a un año existía la posibilidad de que estuviese vendida en una jugosa suma de dinero. 

El problema era que Yaya no podía esperar seis meses y según sus cuentas su saldo positivo le daba solo dos meses de holgura con todas las cuentas por pagar y el tratamiento de Yaya. Antonella acordó con los agentes de la inmobiliaria que iniciaran los trámites de la venta del inmueble, en unos días un agente se apersonaría para ver la propiedad y sacarle fotos. Miró alrededor y pensó en que sería necesario vender los muebles ya que viviendo en una pequeña propiedad no necesitaría tanto. Tal vez de allí podría sacar algo de dinero; quedaban unos cuantos muebles importantes sin embargo los aparatos electrónicos habían desaparecido de la mano de Gerardo gracias a su adicción, solo quedaba un pequeño televisor en el cuarto de Yaya que sintonizaba para ver su canal de manualidades. Antonella se levantó de la silla sintiéndose muy inquieta, todo el rato que llevaba pensando en los dos meses que tenía a su favor solo pudo pensar una cosa, o mejor dicho, en alguien: ese hombre de piel demasiado tostada y mirada salvaje. 

Se dirigió al balcón donde ondeaban las cortinas en una danza suave que la envolvió hasta que salió y la noche cayó sobre ella, fresca y silenciosa, invitándola a soñar bajo las estrellas. Antonella se abrazó a sí misma, no quería soñar y no quería sentirse como se sentía. Aún no entendía qué había sucedido esa noche en el despacho del minero ¿por qué su cuerpo la había traicionado excitándose hasta la locura? No lo comprendía, nunca había prescindido de la razón y cuando la pasión había llegado, era sosegada y medianamente satisfactoria. Antonella había aprendido que el sexo era un mal necesario en una relación amorosa, no una explosión que te calcinaba por dentro y te arrastraba a tomarlo todo con avidez.

Agarró la baranda y dejó caer la cabeza soltándo un gruñido de frustración. Se había equivocado con el minero, le había insultado y lo había acusado de doparla cuando no había sido así; se dio cuenta cuando la sangre le llegó a la cabeza y volvió su lucidez. Eso no habría pasado de haber sido dopada, se fijó, demasiado tarde para retractarse ya estaba en la habitación de Gabriela y había tomado sus cosas de la casa del Capitán. 

A la mañana siguiente el hombre le envió con Toribio un sobre con más dinero del que podría contar a razón de los días trabajados y notificándole que ya no se requería de sus servicios.

Era orgulloso y... ella había sido una idiota. El minero honró su palabra y fue generoso con ella, solo Dios sabía porqué. 

Antonella levantó la cabeza y permitió que el viento le alborotara el pelo mientras se dejaba llevar por los recuerdos que revoloteaban en su piel: unas manos rústicas, una boca exigente y...

Lo sabía muy bien, el Capitán no le había dado esa pequeña fortuna por su trabajo en la mina. Él le había pagado por su pasión... y eso la perturbaba grandemente porque había sido fácil dejarse llevar.

Los «Y si» se arremolinaban en su mente abriendo posibilidades tan inadmisibles como tentadoras. Nella tembló de miedo y de pasión. Nada era simple en el mundo de Antonella y, ciertamente, nada era ideal pero era su mundo y había aprendido a lidiar con ello.

—Tengo dos meses para pensarlo—se dijo, retando a la noche a que la desafiara —Y si no se ha vendido la villa en este tiempo, asumiré lo que deba asumir por salvar a Yaya, no me rendiré.

                             ***
El Capitán permaneció impasible mientras se empinaba la cerveza acodado en la escueta barra del chiringuito, iba acompañado de sus hombres y el ambiente era festivo ya que uno de ellos se estrenaba como padre, esa noche el Capitán pagaría la cuenta ganándose un “Hurra” de sus trabajadores. Estaba a gusto entre la algarabía de sus trabajadores y la música machacona pero además se sentía animado por una razón muy personal. A sus oídos había llegado la noticia de que la “reinita” había arribado a Casablanca. Solo era cuestión de tiempo para que se cruzara en su camino con sus ojos azul cielo y su cascada de pecas. Sabía que volvería por más dinero, no era estúpido, por ello se aseguró de enviarle una cantidad obscena a manera de anzuelo. El dinero tenía muchos amigos y aunque Antonella era una joven honesta y lo demostró en su estadía en Casablanca, él apelaba a la necesidad que veía en sus ojos. 




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