Corazón Dorado

La propuesta

Lo siguió hasta la mesa en una esquina del bar, el Capitán hizo una seña a alguien y de inmediato bajó el volumen de la música y les trajeron dos cervezas. Solo chasqueaba los dedos y obtenía lo que quería, se fijó Nella, como un rey, pensó, aceptando la cerveza. 

Había tomado una decisión, se recordaba a sí misma mientras tomaba un sorbo. El Capitán hacía lo propio mirándola fijamente.

—Corren los minutos, Antonella.
—Es verdad—se enderezó y puso las manos en la mesa. Respiró profundo y comenzó—Sé que la última vez que nos vimos le traté mal a pesar de su buena disposición para conmigo. Y sé que usted fue generoso, tal y como lo prometió. Eso me lleva a pensar que en verdad es usted un hombre de palabra. Y quería pedirle disculpas por todo lo que le dije.

Al minero le conmovió la angustia en su mirada. No cualquiera tendría los cojones de plantarse ante él conociendo el genio que se gastaba.

En un gesto gentil, le tocó la mejilla cubierta de pecas. 

—Te disculpo. Pero llevas razón, reina, a veces soy un criminal. 
—Pero dije cosas que... Sé que no me echó nada en la bebida.

Hizo una mueca por el comentario y se empinó la cerveza.

—Lamento bajarte de tu nube de castidad, pero no suelo drogar a las mujeres para aprovecharme de ellas. Me gusta follar con hembras dispuestas—bajó la cerveza y la señaló antes de tomar otro sorbo—. Y tú, cariño, estabas muy dispuesta. Eso no lo puedes remediar. Me imagino el impacto de encontrarte en esa tesitura como un criminal como yo.
—Me costó asumirlo—dijo ella con sinceridad.
—Claro. Oye, no pierdas el sueño por eso. Tómalo como cuando uno pisa mierda sin querer.

El Capitán sacó un par de billetes y los arrojó sobre la mesa de mala manera no estaba dispuesto a que lo despreciara de nuevo. Antonella le tocó el brazo para evitar que se levantara. 

—Tengo una propuesta que podría interesarle. 
—¿Tú, una propuesta? ¡Bah!, si se trata de darte trabajo en mi mina, olvídalo—ondeó la cerveza de un lado para otro mientras hablaba—. Como cocinera te mueres de hambre, eres una debilucha que no aguanta el trabajo y finalmente una quejona insoportable. ¿Por qué demonios querría contratarte?
—Tiene razón en todo. Y yo estaba equivocada. ¿Deberé pagar por unas palabras dichas en un momento de debilidad femenina?

El Capitán la miró con recelo, lo estaba endulzando con su vocecita y estaba claro que tramaba algo. Tomó otro sorbo de su cerveza considerando si deseaba hacerla pagar por su desprecio... o dejarse persuadir.

—Yo nunca había reaccionado así con nadie. Como reaccioné con usted. Eso me sorprendió, no lo voy a negar. Me costó asumirlo... Y me dio qué pensar.

El Capitán se rascó la oreja sin tener idea de donde iba la conversación.

— ¿Por qué volviste?
—Necesito dinero. Y Dios sabe que usted fue tan generoso...
—Oye, oye, oye... No soy beneficiencia de nadie. Si quieres mi dinero, debes sudártelo. Esas son las reglas. El hecho de...
—No le pido que me regale su dinero. Le daré algo que usted quiere. Que siempre ha querido... 

El Capitán la miró con fastidio.

—¿Y qué será eso tan maravilloso?
—Mi cuerpo. Decidí ser su amante.

Al Capitán le costó un par de segundos reaccionar. Pero no fue la reacción que ella esperaba. Con un movimiento rápido la tomó de la cola de caballo y la acercó a su cara.

—¿Te atreves a jugar conmigo? ¿Acaso te han enviado mis enemigos para volverme loco de deseo? ¿Es eso? —Olfateó el perfume que destilaba su pelo y se sintió esclavizado y furioso—¡Contéstame, carajo!
—Estoy hablando en serio—dijo Nella con voz suave pero firme—. Decidí ser suya pero bajo mis propios términos. Si deja de comportarse como un cavernícola y me suelta, puedo explicárselo.

Él la soltó como el que se topa con la peste, completamente desconcertado.

—Dijiste que jamás te enrollarías con un tipo de mi calaña. 
—Por eso digo que yo estaba equivocada. Y usted siempre tuvo razón.

Antonella se llevó la mano al pecho, tenía el corazón muy acelerado y estaba asustada pero se armó de valor para seguir con lo que había planeado. 

—Tengo un precio. Tal como usted insinuó. Ahora que lo he pensado bien, sé cuál es. 

Durante el mes y medio con cada uno de sus días, lo pensó, mientras por las noches, sueños recurrentes de unas manos morenas que se colmaban de su cuerpo y unos ojos dorados que la miraban, la dejaban inquieta. Despertaba inmersa en una mezcla de anhelo y adrenalina. Eso, aderezado con un toque de desesperación por la enfermedad de Yaya, fue el cóctel que la trajo allí a Casablanca.

—Considero que usted es el único con los medios para ayudarme. He venido hasta acá porque sé que a pesar de su rudeza es un hombre que cumplirá su palabra, si me la da. Yo le ofrezco lo único que le interesa y finalmente lo único que tengo. Mi cuerpo. A cambio de su generosidad y su palabra de que se encargará del tratamiento de Yaya y su manutención por el tiempo estipulado. 

El Capitán la miró perplejo.

—¿Tiempo?
—El tiempo depende de varios factores sobre los que no tengo ningún control. Puede ser de tres meses, seis meses o incluso un año... eso si todo va bien. 
—Y durante ese tiempo... —el Capitán hizo un gesto vago con la mano— ¿tendremos sexo?
—Sí, tendremos sexo. Todo el que usted quiera. Pero de ninguna manera lo haremos detrás de las cortinas de este... basurero—Antonella miró alrededor y masculló con cierta altivez, después de todo, era una Alcántara del Castillo—. Ni tampoco permitiré que me trate como una prostituta. Porque no lo seré—añadió con ímpetu. 
—¿Ah, no?
—No—dijo ella notando el reto furioso en los ojos del hombre, pero era algo en lo que no se doblegaría—Aunque usted me esté pagando, no trabajaré para usted, seremos iguales. No seré su...
—¿Mi puta?, sí ya lo dijiste. 
—Tampoco aceptaré que se acueste con otra mujer mientras estemos juntos. Me deberá respeto y yo a usted, por supuesto. Me quedaré en su casa mientras esté aquí, pero esporádicamente deberé viajar para resolver mis cosas en la ciudad, claro. Tengo asuntos que solucionar y eso deberá entenderlo.
—Claro... ¿Y crees que este dichoso trato me conviene?¿Que deseo tener a una mujercita metida hasta las narices en mi vida? ¿Crees que eso me apetece? Si hubiera querido tener mujer bajo mi cargo hace rato me la hubiera buscado, créeme no es tan difícil como crees para alguien como yo.
—Yo no digo... —la confianza de Nella bajó unos grados, si el Capitán había dejado de interesarse en ella su plan fracasaría—No me refería a eso, Capitán. 
—Ah, y no olvidemos el pequeño detalle de que me dijiste que sería el último hombre con el que desearías acostarte. 




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