Corazón Dorado

Chusmita

Acercándole un vaso cargado de ron, decidió que pagaría lo que tuviera que pagar y accedería a sus exigencias para ganarse sus favores. 

—Gracias.

Nella tomó un gran sorbo y luego tosió intempestivamente.

—Cuidado. Te quiero consciente cuando te haga mía.

Al escucharlo Antonella empinó el codo y rebajó el vaso a la mitad buscando valor en el alcohol... y entonces volvió a toser.

—¿Acaso has hecho esto antes?
—¿Sexo? Capitán, no soy virgen, no se preocupe.

Él torció el gesto y se puso en jarras.

—Me refiero a beber, Antonella.

Ella tomó un poco más y tosió de nuevo.

—Confieso que no suelo tomar licor. Cuando eres hija de un alcohólico el olor a licor resulta violento y no dan ganas de hacerlo. Aunque creo que le estoy encontrando el gusto. Este está muy bueno, por cierto, calma los nervios. No es que esté nerviosa, claro, el sexo es algo básico que no requiere ningún doctorado... es... bueno, no tengo que explicárselo, seguramente sabe de lo que hablo...—Nella se fijó en su vaso vacío y frunció el ceño, por fin entendió a su padre, era muy fácil perderse en el alcohol para buscar consuelo. Entonces levantó la mirada hacia el Capitán y dijo— ¿Me sirve un poco más por favor?

—Dame acá—le quitó el vaso de la mano con un movimiento brusco y lo puso en el escritorio—. ¿Estás segura de esto? —preguntó mirándola intensamente.

¡No, no estoy segura!, pensó Nella, sin embargo asintió.

—¿Te gustaría comer algo antes de que nos vayamos a la cama?

Sin poder hablar, ella negó. No creía poder tragar ningún alimento con el nudo que tenía alojado en la garganta.

—Entonces dúchate, ve a mi habitación y espérame vistiendo una de mis camisas—le dedicó una sonrisa seductora—. Te sientan de maravilla.

Antonella se levantó, pálida como una muerta, y la barbilla le tembló al decir:

—De acuerdo.

El Capitán la vio salir de la habitación y murmuró un improperio.

¿Qué demonios debo hacer con ella? Parece una condenada camino al patíbulo. Pero ¿acaso no fue ella quien insistió en el puto trato?, pensó el Capitán frustrado.

—Claro que fue ella... Ella vino a mí. Fue ella quien vino, maldita sea.

Inquieto, salió hacia la mina. Necesitaba despejarse un rato y nada mejor que ver todo lo que había logrado con su propio esfuerzo. Al entrar en la mina se sintió capaz de comerse al mundo, puede que hubiese nacido en la miseria pero había logrado éxito y riqueza. Quizá Antonella solo viera un salvaje con dinero pero él sabía todo lo que había luchado para alcanzarlo. ¿Era una persona de segunda por no tener apellidos ni estudios? Nunca lo creyó así. ¿Qué importancia tienen los estudios en un lugar como Casablanca?

Se sentó a revisar sus cuentas, farfullando su malestar. Fue así que lo encontró Toribio: con el ceño fruncido y disgustado.

—... ese fue el total de gramma de oro—acotó Toribio refiriéndose al término usado para medir el oro—. En sintesís: las máquinas se comportaron, los mineros tienen qué comer, usted es un poco más rico y puede inflar más mi talón por mi trabajo excelente. Un buen día.
Toribio esbozó su sonrisa de duendecito. 
—¿Le pasa algo, mi jefecito?
—¿Ah? No, estoy bien. Todo en orden.
—¿Problemas en el paraíso? Aunque no veo porqué... si la pequeña florecita lo espera en la cama.

Toribio no había ido al chiringuito así que el Capitán bufó divertido por el comentario.

—Eres un pequeño cabrón, ¿cómo demonios te enteraste?
—Usted debería de saber que tengo ojos en todas partes—parpadeó con aire inocente—, por eso me contrató. Lo que no me explico, y discúlpeme la sinceridad, es que hace usted en la mina cuando...

Dejó que un movimiento gracioso de sus cejas redondeara la idea y arrancó una sonrisa al minero. 

—A diferencia de las prostitutas, a las señoritas hay que darles tiempo para decidirse. 
—Ah... las féminas son las flores más bonitas y perfumadas del jardín, solo admirarlas es un placer... pero tan complicadas. Usted ha olido muchas flores.

El Capitán encontró el comentario divertido de nuevo.

—Entonces ¿cuál es la preocupación?
—Ninguna. Solo... Mira la cosa es esta. Cuando un hombre y una mujer follan lo mejor es que ambas partes estén claras y sepan a lo que van. Sin complicaciones estúpidas.
—Cuando habla de complicaciones ¿se refiere al dinero que la señorita necesita?
—Dinero, dinero. Sería de imbéciles quejarse del dinero cuando te pone en bandeja a una mujer como ella. Aunque, puestos en faena, espero que se enrolle conmigo, no con el dinero. Así es mejor que esté segura. Me voy a cabrear mucho si lo que me soltó en el bar fueron puras tonterías. Y más si se pone a llorar en el momento que la haga mía. 
—Ah, las mujeres son tan volubles... opino que esa damita ya cayó rendida a su magnetismo animal y que esta noche se la van a pasar de fábula. Según me contaron, la señorita estuvo muy cariñosa con usted hace un rato.
—Sí...

El Capitán se frotó el mentón saboreando el beso que le dieron esos dulces labios. Y lo cierto era que ella lo había iniciado y le había encendido como gasolina. Pero al notar la mirada zumbona y las cejas inquietas de Toribio entrecerró los ojos.




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