Corazón Dorado

¿Rompiendo una promesa?

—Eres la hija del Capitán.
La niña apretó la boca con un gesto obstinado, que ratificó el parecido.
—A ti que te importa—contestó y entrecerró los ojos —¿Tú eres la amante del Capitán?—la remedó, torciendo el gesto.
—Yo... Eso no lo estamos discutiendo, niña. Y yo pregunté primero.
—¡Y yo después!—levantó la barbilla con mucho orgullo—Es mi papá. Y lo quiero. Si alguien quiere hacerle daño ¡voy y lo corto de un tajo!
—Vaya ¿me amenazas? Yo, que te cuidé.
— Porque te lo ordenó el Capitán. Él te manda.
—A mí nadie me manda, cariño. No existe nadie que pueda obligarme a hacer algo que no quiera. Y quería que sanaras, como lo estás haciendo ahora. Eres una niña muy fuerte y valiente.
—¡Capi!
El Capitán aceptó el abrazo de Chusmita. Se quedaron harto rato abrazados.
—¿Te sientes mejor? —le preguntó preocupado.
—Sí, la doctora es rebuena.
El Capitán acarició la barbilla de Antonella en un gesto que la sorprendió más que el cambio de actitud de la pequeña.
—Es maravillosa ¿cierto?
Una sonrisa encantadora se abrió en el pueril rostro.
—Me dijo que ya estoy sana y puedo acompañarte a la mina en un pis pas.
—Eso no es cierto—replicó Antonella, descubriendo en Chusmita una artista del engaño—Debes mantenerte tranquila y evitar estar brincando, podrían soltarse los puntos y eso sería peligroso.
—Chusmita... haz caso.
—Solo es una mujercita, tú la mandas—escupió molesta, al sentirse descubierta.
El hombre dio un manotazo en su propio muslo que resonó en la habitación.
—¿Quieres que te lave la boca con un estropajo? ¿No te he enseñado a respetar?
—No se enoje conmigo, mi Capi —gimoteó la niña con un mohín.
—Bueno, ya— le acarició la mejilla con cariño—Si descansas como dice la doctora más rápido te recuperarás y más rápido irás conmigo a la mina ¿de acuerdo?
La niña puso carita de arrepentimiento pero al darse la vuelta el Capitán le mostró a Antonella el dedo corazón.
De ángel a demonio, pensó Nella sorprendida.
El Capitán quien no se percató del gesto, tomó la mano de Antonella y la sacó de la habitación.


—Quiero pasar un rato contigo a solas—dijo antes de besar sus labios con suavidad.

Nella nunca había visto aquella mesa adornada con mantel y servilletas al estilo de los restaurantes de la ciudad pero esa noche todo resplandecía. Se preguntó de donde había salido la loza reluciente y las flores que adornaban el lugar.
Sin duda, la cena estaba servida.
Cuando el Capitán le retiró la silla con caballerosidad la sorprendió de nuevo.

—¿Te gusta el vino? Mandé a pedir una botella—se la enseñó—Toribio que sabe de vinos me ha dicho que es merlot. El muy canalla siempre mareandome con sus discursitos y al fin le encuentro la utilidad. Me ha dicho que el vino es dulce y que te gustaria.
—Me gusta el merlot, gracias.

Choco entró y sirvió unos filetes acompañados de vegetales, encendió las velas que estaban en la mesa y las dejó como única iluminación creando una atmósfera íntima. Guiñó el ojo a Antonella antes de irse.
Antonella encontró que el vino estaba bueno y la cena deliciosa,evidentemente el Capitán estaba celebrando la recuperación de Chusmita.

—La carne se deshace en la boca. No creo haber probado una carne así de suave... —la joven se lo pensó por un momento—nunca en la vida.
—Me alegro que te haya gustado, es mi agradecimiento por lo que hiciste por Chusmita. Yo mismo cacé al animal esta mañana para ti.

Antonella quedó sorprendida por el comentario del Capitán . A claras luces la estaba galanteando pero ¿cazarle un animal? ¿Qué se respondía ante eso?

—Qué... detalle.

Asintió henchido de orgullo. Sentada a su mesa, Antonella, con su delicado aspecto y finas maneras, destacaba como la pepa de oro en la batea de un minero.

—Estoy ansioso porque estemos juntos esta noche.

El tenedor de Nella se resbaló de su mano .Y el nerviosismo se apoderó de ella al escuchar los planes del minero. Antonella continúo apresuradamente.

—Yo también estoy ansiosa y quisiera pedirle un favor, Capitán, si no le molesta.
—Claro, mi reina, lo que sea dalo por hecho.
—Viéndolo así como es usted. Un hombre apasionado y directo en sus cosas... Yo... bueno yo... eh, me preguntaba si era posible que nos tomáramos las cosas con más calma. Es que hace mucho que no estoy con un hombre y creo que
no hay que apresurarnos teniendo tanto tiempo a nuestro favor ¿no lo cree usted?

Como el frío que vaticina una tormenta, así se sintió. Los nubarrones se arremolinaron y nublaron el placer, en cambio la ira estaba a punto de caer y arrasarlo todo a su paso.

—Comprendo perfectamente... —dijo el Capitán con frialdad dejando el tenedor con lentitud—te niegas a cumplir tu parte del trato.
—No es lo que quise decir...
—Quisiste decir muchas cosas—se levantó lentamente de la silla y cerró los puños sobre la mesa—. Quisiste decir, por ejemplo, que soy un animal capaz de forzarte a hacer algo que no quieres. A pesar de que te he tratado como una princesa. Quisiste decir, que me has dado tu palabra y ahora buscas la manera de zafarte de un compromiso que tú misma iniciaste. Tú me buscaste, tú lo pediste, y sabiendo que te deseo, me has seducido, cuando está claro que no quieres estar conmigo.
Señaló la salida.
—Allí está la puerta.
—Capitán por favor.
—La primera vez que viniste a mí —continuó sin prestar atención a sus protestas—, supe que me harías perder el tiempo. Aún así te permití quedarte. Pero ya vez, no me equivoqué. Cuando uno da su palabra, Nella, la cumple, por lo menos en mi mundo.
—Capitán...
—Porque aprecio y admiro lo que hiciste por Chusmita te libero del trato, no tienes que acostarte conmigo si tanto te pesa acostarte con un bastardo como yo. Eres libre de irte.

Sacó un puñado de billetes de su cartera y lo lanzó sobre la mesa.

—Es todo lo que tengo. Llévatelo. Así como te doy mi palabra que desde que salgas por esa puerta, se cerrará para ti. Creo que sabes que yo cumplo mi palabra, por eso te recomiendo no volver. Puede que en este pueblo solo haya un puñado de delincuentes y prostitutas. Da igual quien seas, al final del día quien no tiene palabra es peor que una sabandija que se disfraza por la noche pero al aparecer el día demuestra lo que es. Y no queda más que aplastarla.

Con media vuelta, salió de la habitación dejando a la joven en la obscuridad.

Cuando Pancha pasó a recoger los platos se sorprendió al ver a la joven ahí.
No es problema mío, pensó mordiéndose la lengua.

Antonella se sentía muy presionada y no dejaba de pensar que lo que habia iniciado como una cena agradable había acabado como una discusión. La conversación se le había ido de las manos. Debía admitir que por mucho que Gabriela le hubiera abierto la mente a la opcion de entregar su cuerpo, ella tenía miedo. Había asociado el sexo al dolor y le costaba asumirlo como algo natural para ella. Más si se sentía presionada, como siempre se sintió con Federico. Era un paso grande entregarse y quería que el Capitán la comprendiera antes de que su relación pasara a más. No le temía como al principio, aunque consideraba que el sexo despertaba en los hombres agresividad y bajos instintos descubrió en el Capitán un hombre con la sensibilidad de cuidar.Pancha comenzó a arrumar los platos en la bandeja, hasta que no pudo hacerse más la vista gorda y se volvió poniendo los brazos en jarras.

—A ver tú, flacucha, ¿Por qué la cara de funeral? ¿Le buscastes las cosquillas al Capitán y se las encontró?
Antonella se frotó las sienes, prea del dolor de cabeza.
—No sé en lo que estaba pensando... yo... lo tenía todo ¿sabe? Todo. Y de pronto se acabó. Hasta la dignidad la he perdido por un poco de dinero. Y ese hombre... ese Capitán.
—Cuidado...
Nella levantó la cabeza y la miró ceñuda.
—¿Qué? ¿No puedo decir nada?¿No puedo expresarme?
—No voy a soportar que hable mal del patrón.
—Yo no iba hablar mal. Solo le pedí algo de tiempo y explotó como si lo hubiera insultado.
—Bah,¿acaso la dignidad se come?¿Con eso conseguirás lo del tratamiento de tu nana? La respuesta es no. Si hubiera pensado en la dignidad, mis hijos se habrían muerto de hambre. ¿De qué le ha servido la dichosa dignidad? ¿A dónde la ha llevado? Mire, no sé qué rollo se traigan usted y el patrón, ni me interesa. Ahora bien, yo lo único que veo es que ese hombre abrió las puertas de su casa, le mandó a servir su mejor comida y le rindió una pleitesía que no ha tenido con ninguna mujer antes de usted. El Capitán podrá ser tosco, impulsivo y malhablado. Pero es un buen hombre. Y si usted no puede verlo, ¡entonces es una estúpida!
—Oiga, lo de estúpida está de más.
—¿Tú crees?




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