Corazón Dorado

Lo que sentimos

—Si acepta que aquí las cosas no son como en la ciudad; se le hará más fácil la vida. Si acepta que ya no es rica de cuna ni tiene derechos especiales por su apellido, se le hará más fácil la vida. Mi consejo es que si le prometió algo al Capitán, apechugue con ello. Si no quiere cumplirlo. Váyase. Así de simple. Yo no tendré muchos estudios encima, como usted, pero me doy cuenta que está metida en un berenjenal. Como también me doy cuenta que no cuenta con nadie que la apoye ¿o me equivoco?
—No.
—Es joven y bonita. ¿dónde están sus pretendientes? ¿Cuántos han dado la cara por usted?
Antonella lo pensó sinceramente.
—Ninguno que valga la pena mencionar—musitó comprendiendo el punto.
—Ya ve, las cosas vanas son fáciles... —continúo diciendo la mujer mientras recogía los billetes esparcidos por la mesa—Abrir una puerta, un ramo de flores, decir palabras bonitas. Bah, esas son tonterias.
Pero la lealtad. Eso no se consigue en cualquier parte. Y yo le digo que nadie la protegerá con tanta fiereza como lo hará el Capitán... Si se gana su confianza.

Antonella se la quedó mirando encontrando sentido la sabiduría de su experiencia, esta vez Pancha le sonrió y algo en ese gesto sincero le recordó a Yayita y su suerte; agüandole los ojos.

—Si le dio este dinero, quédeselo, mija—puso los billetes en la mano contrariada por su vulnerabilidad—. Si no, creerá que le ha despreciado y se endemoniará con nosotros.Y vaya que pone como demonio cuando le buscan las cosquillas. Algo podrá hacer con esto.
Antonella vio el puñado de billetes con tristeza.
—No es suficiente—musitó.
La mujer soltó una risotada espontánea.
—¡Nunca lo es! Una montaña de platos me está esperando en la cocina y ya hay que mandarles los refrigerios a los mineros de la noche—tomó la montaña de platos que estaban sobre la bandeja—Ah, y por si no vuelvo a verla déjeme decirle que lo que hizo por Chusmita ha estado bien. Más que bien. Para ser una debilucha.

                                               ***

El Capitán paseó furibundo por su despacho. Lo mejor será olvidarme de ella, pensó. Convivir con ella, verla cuidar a Chusmita con tanto esmero y su femineidad; le habian calado hondo. Sentía que el aroma, el gusto y la suavidad de Antonella lo llevaba impreso en la piel y le faltó poco para cruzar el camino a zancadas hasta el comedor y ...¿disuadirla, seducirla, forzarla? Todas eran opciones que se barajaban en su mente.
No, nunca forzaría a ninguna mujer, eso lo llevaba claro desde que podia mantenerse sobre sus pies. Y menos con lo ocurrido a su querida Chusmita.

Cerró los ojos y respiró profundo.

Algo muy raro le pasaba con esa mujer. La sentía como suya y no era así. Estaba claro que la señorita Alcántara del Castillo nunca lo consideró digno de ella y solo fingió amabilidad empujada por su necesidad. Nada fue real entre ellos y el debía controlarse o perdería la cabeza y acabaría cometiendo un acto que él mismo consideraba ruin.

De niño vivió en carne viva el sufrimiento de su madre. No tenía edad ni para limpiarse los mocos y limpiaba las lágrimas de ella. Siempre andaba descalzo y recordaba el sabor a tierra y esa mirada vidriosa que le transmitía tanta pena, como la de un angel desgraciado. Solo era una niña inocente en manos de un hombre malvado.

La violencia no era una opción.

Se forzó a permanecer encerrado en su despacho hasta la medianoche. El orgullo le impidió salir y comprobar que Antonella se había marchado. Si era así, no había más nada que hablar. Cumpliría su palabra a cabalidad y desterraría a la joven de su vida y de su pensamiento.

Fue al comedor y no vio vestigios de ella.

—Se fue hace horas, Capitán —le dijo Pancha que iba de salida.
El hombre asintió sin demostrar emoción alguna.
—Es mejor así. No es como nosotros.
—¿De verdad? ¿o se pondrá cascarrabias como cuando nos dejó la primera vez?
—Me pondré como me tenga que poner, mujer del demonio. Lárgate y deja de meter el hocico en mis asuntos.
—Huy, huy, empezó a morder.

Entró en la habitación tan furioso que se fue directo al baño sin siquiera encender la luz. La risita de Pancha no hizo más que encenderlo. Se desvistió, dispuesto a sacarse a Antonella de la mente.
Una ducha fría y una semana con las prostitutas, decidió.
Esa misma noche iría al chiringuito y se revolcaría con una o dos mujeres si fuera necesario, quienes fueran no importaba, nunca había importado ¿por qué entonces habría de cambiar su forma de ser? Se dejaría de estupideces o acabaría siendo el bufón de sus empleados.
¿Qué pretendía galanteado a una mujer que lo consideraba basura? Era hora de aterrizar. Él siempre fue un hombre práctico y no iba dejar de serlo ahora porque una jovencita caprichosa e indecisa se hubiera cruzado en su camino.
Dejó que el agua le enfriara el cuerpo y al salir de la ducha caminó por la habitación con la toalla en las caderas. Esa noche el calor era espeso pero al percibir que también en el aire había un aroma cautivador, le entró una furia repentina y exclamó:

—¡Maldita mujer, por qué no dejas de torturarme!
—No es mi intención.

Al escuchar la voz de Antonella encendió la luz de un manotazo.

Allí estaba ella, de pie junto a la cama. La camisa blanca que le quedaba demasiado grande y el cabello negro enmarcándola, le conferían una apariencia de preciosa hechicera. Una fuerza irresistible lo empujó a acercarse y estrecharla entre sus brazos, pero se detuvo, dejando caer la mano.

—Te fuiste.
—No, Capitán, he estado aquí esperándolo todo el rato.

Le costó digerir la frase, había asumido que Antonella se había ido. Pero no había sido así y aunque una parte de él le obsesionaba la idea de hacerla suya a la otra no se le escapaba la verdadera razón por la que se había quedado.

—No nos hagas perder el tiempo. No me deseas.

En dos zancadas llegó hasta la puerta y la abrió de par en par.

—¿Qué le hace pensar que no lo deseo?

Parecía frágil como cristal, pero él conocía la verdad, era una bruja capaz de hacerlo perder el juicio.

—Te asqueo. Tiemblas cuando te toco—masculló—. Y aunque creas que soy un animal capaz de violentarte, no te tomaré a la fuerza.

Antonella se inquietó. La ansiedad la consumía. Era un hombre imponente, incluso semidesnudo se mostraba orgulloso y amenazador.

—Créame. No es asco lo que siento por usted.

Él dejó caer el peso de su cuerpo en un pie y se cruzó de brazos denotando su incredulidad.

Nella tomó una respiración y caminó hacia la puerta. La cerró despacio. Luego desabotonó su camisa y la dejó caer al piso mostrando su desnudez.

Marfil y ébano, pensó él detallando la maravillosa visión que se le presentaba. Caderas moldeadas, cintura estrecha, pechos tiernos.

—¿Es que no se piensa acercar? —musitó Antonella.
—No.
—¿No me dirá nada bonito, mi Capitán?

¿Mi Capitán? Ay... esa vocecita puede conmigo, pensó sintiendo que se debilitaba ante su hechizo.

—Ju, eres una bruja, mujer.
Nella eliminó la distancia que los separaba y levantó los brazos acariciando sus hombros forjados por el trabajo duro. Se dio cuenta que no le disgustó al tacto. Sin embargo, él no se movió y la miró sombrío.

—Tiemblas—acotó.

Decidió que no la forzaría y si llegara a pasar algo entre ellos, sería propiciado por ella. Le asqueaba el hombre capaz de violentar a una mujer. Para él, el sexo era algo consensuado, no una abominación.
Al ver que el Capitán no se movía Antonella se sintió perdida.
Ni siquiera puedo seducir a un hombre, pensó. Y apoyando la cabeza contra el hombro del Capitán, confesó:

—Tengo miedo.
Él intentó apartarse, pero ella se lo impidió, reteniéndolo.
—No temo de usted si no de lo que me hace sentir.

El Capitán quedó prendado a sus palabras ¿no eran sus ojos como un día soleado? Y las curiosas pecas que lo salpicaban ¿no eran como luceros alumbrando la selva? ¿O él se estaba volviendo loco?

—También siento cosas por ti, Nella, tantas que me están ahogando.
—¿Me da su palabra de que es así? —preguntó con un hilo de voz mirándolo con ojos de cachorrita.

El Capitán sacudió la cabeza por el esfuerzo que suponía no abalanzarse sobre ella y saciar sus ganas.

—Oh, mierda... te lo demostraré.La levantó en brazos y la llevó a la cama, recostándola con reverencia, se puso a su lado. No eran más que un hombre y una mujer cubiertos por su desnudez. Comenzó acariciándole su cabellera y se tomó su tiempo. Temía asustarla y deseaba calmarse ya que estaba muy excitado por el solo hecho de tenerla en su cama. Deslizó sus dedos por esa melena azabache que le confería un aspecto de bruja.

—Eres lo más bello que he visto en la vida ¿sabías eso?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.