Corazón Dorado

Quédate

¡Joder, se acabó el calvario!

El Capitán entró en la habitación y levantó la corbata en el aire como si fuera una serpiente a punto de hincarle el diente. La lanzó en la cama y comenzó a desabrocharse la camisa.

—Este viaje se me hizo eterno. Primero la locura de tu padre. Y luego las exigencias de tu nana que, perdoname que te lo diga, para estar enferma es bastante metementodo, ju—se estiró sacudiéndose el cansancio del viaje—. Voy a encargarme de mis mierdas con el primer claro de sol—arrojó la camisa sobre la cama dejando su torso desnudo—. Sabrá Dios qué carajos habrán hecho Toribio y el tuerto en la mina sin mi supervisión.

Al tocarse la nuca de nuevo se le hizo raro llevar el pelo tan corto. Se volvió y miró el motivo. Toda bonita, toda preciosa y le sonreía con ternura recostada de la puerta de la habitación. Metió dos dedos en la trabillas del pantalón y se apoyó en una pierna.

—¿Estás contenta, mujer?

Nella asintió sin perder detalle de cómo los pantalones se le abultaron en la entrepierna y halló el detalle verdaderamente encantador.

—Espero que me lo agradezcas como es debido. Y más después de pasar una semana sin tocarte porque tu yaya se autoproclamó protectora de tu coño.
—La culpa es suya, mi Capitán por darle sospechas. Y de nadie más.
—¿Vas a empezar a contradecirme? —exclamó con los brazos en jarras—Pones un pie en Casablanca y tu lengüita ya empieza a morder. Acércate.

Nella dejó escapar una risita y se acercó posando las manos y dejándolas vagar por ese torso bronceado. Se deleitó en sus músculos hasta que llegó al vaquero donde pronto su mano se sumergió entre el vello y la dureza. El Capitán dejó caer la cabeza mientras se entregaba al placer que le proporcionaba. Antonella se volvía más audaz y su tacto era una verdadera gloria.

Esa mujercita le volvía loco de mil maneras.

Horas después, envueltos en sudor y sábanas, el Capitán le mordisqueó los dedos disfrutando de la proximidad de esa piel lechosa contra el cuero curtido de la suya. Mantenía su vigoroso muslo sobre ella, reteniéndola contra su cuerpo. Los sonidos de la noche se filtraron a través del mosquitero. Animales arrastrándose por los matorrales, aves comunicándose con silbidos y gorgeos encantadores se combinaron en un arrullo paradisíaco que lo calmaron por lo conocido.

—¿Por qué nunca me dice nada bonito?

El hombre frunció el ceño, confundido por la pregunta hecha en un tono tan dulce. Pensaba que le decía cosas bonitas a menudo, cómo no hacerlo si era su mujer.

—Lo hago.
—Siempre que me hace suya me dice que soy una bruja. Eso no es bonito.
Permaneció en silencio dejando que la noche hablara por él.
—Eres mi mujer—susurró, como si eso lo resumiera todo.
—¿Y eso qué significa?
—Joder, Nella.
—Lo que le dijo a yaya ¿qué significa Necesito saberlo, no quiero estar confundida. Me pasó una vez y sufrí mucho y por mucho tiempo. Si llego a pensar que usted quiere más y no es así... Bueno, creo que me explico.

Se pasó un par de minutos mordisqueándole los dedos.

—Según tú ¿qué tenemos?
—Bueno, soy su amante.

El silencio que escuchó a su lado la hizo volver el cuerpo, pero él se lo impidió apretando su agarre con la pierna y llevando sus dedos enlazados hasta su pecho.

—¿Cuándo te he tratado como si fueras mi amante? —preguntó con suavidad, aunque la firmeza estaba implícita—¿Cuándo me he comportado contigo como si esto que tenemos es un capricho pasajero? ¿Crees que suelo traer mujeres a mi cama y cuando me aburro las desecho, es eso lo que piensas de mí?
—Estoy segura de que ha tenido muchas mujeres. No intente negarlo.

Se carcajeó como un granuja hasta que el codo de Nella se le enterró en las costillas.

—¡No seas bruta!—gruñó cuando el dolor le acució.
—No tiene porqué restregármelo en la cara.

Le mordisqueó el hombro hasta que comprendió que no saldría de su enfurruñamiento hasta que le diera una respuesta. con un suspiro resignado, concedió:

—Solo me acostaba con prostitutas. Yo nunca había tenido una relación como la que tengo contigo.
—Entonces esa noche cuando me vio...
—Fui a hacer de las mías. Pero te vi allí, toda nerviosa y dulce, como una niña entre un nido de víboras. Le advertí a todos que mantuvieran sus zarpas alejadas de ti o les pegaría un tiro entre ceja y ceja.
—¿Eso hizo?
—¿Por qué crees que nadie se te acercó? Eras la tentación personificada, toda esa piel blanca esperando ser tocada no es lo típico en una prostituta.
—Pero no era una prostituta.
—Ya lo sé—dijo poniendo los ojos en blanco—. Pero entonces no lo sabía y como te vi llegar con Gaby... menudo cabreo que me dio tu rechazo, nada más pensar que otro te llevara me puso la sangre espesa.
—¿Y Zulay?
—¿Qué pasa con Zulay?
—Bueno, usted es padre de su hija.

El Capitán soltó una carcajada.

—Zulay no es más que una amiga. ¿Qué te hizo pesar eso?
—Me lo dijo la niña, ¿no es usted su padre entonces?

La risa desapareció y Nella sintió como el hombre se tensó de pies a cabeza.

—Su padre es un maldito cabrón. Y Chusmita creó la fantasía de que yo era su padre. Ha sufrido tanto y siempre he estado allí desde que nació que no creo que le haga daño un poco de cariño y algo de mano dura. Ya has visto como es la niña: tiene un carácter endemoniado. Hay que mantenerla con la cuerda corta para que no haga de las suyas.
—Pero si esa niña es igualita a usted—murmuró sorprendida—. Es su vivo retrato.
—No digas tonterías, solo tengo treinta y cuatro años.
—Bien pudo tenerla. ¿Cuantos años tiene Zulay?
—Veintinueve.
—Ya ve.
—Solo era una niña que la pasó mal y ahora su hija pasa por lo mismo. Es una maldita pesadilla de nunca acabar.

Nella se volvió sin apartarse de él encontrándose con su rostro ceñudo.




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