Corazón Dorado

Una salvaje

                                   ***
Las mañanas en Casablanca era moviditas. Nella ya estaba acostumbrada. Pero esa mañana, había algo que la dejaba atónita mientras el desparpajo de la niña iba en aumento. Chusmita correteaba cerdos, gallinas y patos por igual. Cualquier animal que el Capitán se preciara tener en su patio dispuesto para la alimentación, se convertía en motivo de su atención. El barro y la suciedad de los animales salpicaba en sus vaqueros gastados y cuando se agachaba y hacía una bola de barro para arrojársela al cerdo y hacerlo chillar, echaba la cabeza hacia atrás y se reía con fuerza.

—Por Dios. Es una salvaje.

Nella aceptó el café que Pancha le ofreció... hasta que sus ojos se fijaron en la horrible taza que tenía en la mano.

—¿Qué pasó con las tazas de porcelana que traje? —preguntó con un deje de irritación.

Le había dicho muy claramente a Pancha que quería beber su café en una taza de porcelana, que para eso estaban hechas, ya que no soportaba el sabor de las tazas de metal que usaban.

—¿Las tazas finas? ¡Bah! Se las di a los mineros.
—¡Cómo se le ocurre!—Nella se llevó la mano a la boca—Esas tazas son de porcelana fina y forman parte de mi herencia familiar.

De hecho es lo único que le quedaban de su herencia. Una nimiedad que no se había atrevido a vender a pesar de la necesidad. De niña soñaba con heredar la vajilla completa que la acompañaba. Una exquisita obra con un paisaje pintado en tonos suaves y dos jovenes enamorados. Pero como toda su herencia, la vajilla se hallaba incompleta gracias a la intervencion de su padre.

Un día despertó queriendo escalar el gabinete donde guardaban la porcelana y cayó sobre él. Como resultado acabó con la porcelana y se fracturó el tobillo.Antonella solo pudo rescatar un par de tazas y platitos. Tambien guardó un exquisito azucarero que hacia juego y una cucharita de plata.

Beber café en aquellas tacitas fue el único lujo que se permitió durante mucho tiempo .

—¿Unas tazas son su herencia? ¡Menuda bobada!

Pancha se secó una lágrima producto del ataque de risa que la repuesta de Antonella le había provocado.

—Jamás le enviaría las tazas a esos hombres—confesó—Eres una tiquismiquis.

Y usted es una vieja tocapelotas, pensó Nella adéntrandose en la cocina molesta por la broma. Rebuscó hasta encontrar sus tazas. La tranquilizaba el diseño intrincado y armonioso que tenía el asa enroscándose en la base de manera romántica. La acarició con mimo con la punta de su dedo, no hay nada de malo en apreciar la belleza, se dijo. Tomó dos cucharaditas de azúcar y la echó en el café. Satisfecha se acercó de nuevo al patio y se pegó el susto de su vida al ver a Chusmita abrazando al cerdo que chillaba ataviado con uno de los sombreros de Toribio.

—Por Dios...
La cara de estupefacción y la taza con todo y platito a medio camino de sus labios, era para echarse a reír de nuevo o así lo creyó Pancha.
—Eso no se ve en la ciudad...
Se tomó su café sin poder quitar la vista de una Chusmita que estaba de barro hasta las orejas. Y forcejeaba con el cerdo que no paraba de chillar.
—¿Nunca fue a la escuela?
—No. Ni tampoco su Capitán.
Nella giró la cabeza rápidamente muy sorprendida .
—No puede ser. Sabe leer, me consta que escribe muy bonito y es una calculadora humana.
—Y todo eso lo aprendió sin pisar la escuela. A que es inteligente el cabrón ¿cierto?
—¿Ni siquiera sacó un grado? ¿El básico?
—Ni uno.
Con un movimiento burlón la vieja le cerró la boca dándole un toquecito en la barbilla con los dedos.
—Se le van a entrar las moscas.
—Es que no lo parece. Es tan...
—¿Orgulloso? ¿Por qué no habría de serlo? Fíjese si será ambicioso que cuando conocí a su Capitán vivía en un pedazo de choza en medio de la selva y no medía más de medio metro. Con una madre joven que no sabía como atenderlo... Estaba ¿como decirlo? Ausente. Y su padre... Más le valdría al infierno tragárselo. Si el niño comía, bien. Si no comía, también. Pasó trabajo, cómo no. Pero no se rendía. Por esas fechas su piel era más clara y su pelo relucía como el sol. Era tan bonito como un príncipe.

Dejándose llevar por los recuerdos Pancha suspiró.

—Siempre llevaba el pelo demasiado largo. Ah... qué bonito que era... Me temo que el sol le ha curtido la piel y le ha oscurecido el cabello un poco.
—Yo lo veo muy guapo. Y no es que tenga la piel curtida, más bien la tiene color cánela —corrigió Nella bebiéndose un sorbito de café, bajó la taza hasta su platito con la delicadeza usual en ella—. Un color muy bonito cabe destacar.

La mujer también tomó un sorbo de café mientras la estudiaba de reojo.

—Si usted lo dice.
—Posee unas facciones muy atractivas. Y unos ojos sagaces que relucen más que su preciado oro. Y… ¿se ha dado cuenta de esa manera bonita de hablar, calmada, que tiene en ocasiones? Es tranquilizante escucharlo sabiendo que es completamente cierto lo que dice. Y la inesperada ternura... Es una pena que no haya tenido estudios.

Se quedó pensativa y bajó la mirada hacia su café. Negra. Así podía ser el alma de un hombre.

—Aunque eso no define la bondad de un hombre—concluyó en un susurro.
—No. La define su corazón.

Nella se la quedó mirando fijamente hasta ponerla casi nerviosa. Una oportunidad se aclaró en su mente.

—Dijo que lo conoció de pequeño...
—Ajá. Era un chamaco—sonrió con cariño—comenzamos a decirle Capitán por su talento para mandar. Como ve no ha cambiado mucho. Antes era una monería, ahora crecido, se hace insoportable.

La mujer se rio hasta que se dio cuenta que Nella la atravesaba con la mirada.

—Quiero que me diga cual es el problema con su nombre. ¿Por qué lo repudia tanto? ¿Por qué nadie lo llama por el?
—¡Y yo qué se! Y si lo supiera no me toca a mí decírselo.
—Sospecho que tiene que ver con su familia, de la que nunca habla. ¿qué problema tiene con ellos? Por favor, dígamelo —insitió Nella.

La mujer parpadeó, sorprendida por su vehemencia. Abrió los labios sopesando lealtad versus justicia pero antes de que se decidiera una carcajada rompió el momento.

—¿Quieres saber su nombre?—tarareó Chusmita acercándose a las dos mujeres con rostro de diablilla, bajo una capa de barro, esbozaba una sonrisa la mar de satisfecha—Nadie te lo dirá. Te morirás sin saberlo y bailaré sobre tu tumba. ¿Sabes quién sí conoce al Capitán enterito? Mi mami. ¿Lo ves? Se quieren y ella es especial. Tú eres su juguete, la burla del pueblo y nadie te quiere. Esa es la verdad sin mentirita ninguna.

Antonella se volvió y la tomó del brazo cegada por la furia. La niña no paraba de lanzarle pullas desde que llegó y ya la tenía harta.

—Sé su nombre, mocosa, lo que pregunto es otra cosa ¿quieres la verdad sin tapujaos? Te la diré: tú no eres la hija...

Se detuvo con la verdad espoleándole la lengua. Chusmita la veía con su carita pequeña y aunque se comportara como la niña más insoportable del planeta no podía traicionar a su hombre soltando una verdad que lastimaría a alguien que amaba.

Antonella respiró y logró sosegarse.

—No eres una hija bondadosa al ser grosera conmigo sabiendo que soy la mujer del Capitán —logró decir.
—¡Qué sabes tú!

Chusmita abrió los ojos al sentir las uñas de Nella clavársele en su carne morena.

—Que sea la última vez que me tratas así—sus ojos relampaguearon, la niña gimoteó—. Soy la mujer del Capitán, te guste o no. Me debes respeto y lo exigiré. Que sepas que él no es el único que sabe dar azotainas.

De un empujón la arrojó al suelo.

—Aséate. Hoy aprenderás a leer. Ya está bien de tanto ocio.

Chusmita se sobó el trasero dolorido y la miró con furia.

—¡¿Por qué? Además de empujarme ¿me vas a azotar?!

Nella se plantó firme en sus dos pies mirándola desde arriba con una sonrisa maquiavélica plasmada en su rostro.

—¿Quieres averiguarlo? Dame el gusto. Te juro que disfrutaré cada maldito segundo.

Se batieron en un duelo de miradas. Nella parecía peligrosa y con sed de venganza. Chusmita sabía que se había portado mal con la doctora porque quería que se fuera y le dejara al Capitán para su mamita. Pero no se iba y el Capitán la quería mucho. Y Nella no era tan mala, la habia ayudado y ella solo le decia cosas feas. Bajó la mirada, no quería descubrir el lado malo de la doctora y todo pintaba que lo iba hacer.

—Eso creí. Iré a prepararlo todo.




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