Corazón Dorado

El verdugo

Cuando Nella se fue la niña se levantó y le irritó la sonrisa socarrona de Pancha.

—Huy, te salió madrasta—le dijo—. Yo que tú le haría caso. Parece que muerde.

Chusmita le sacó la lengua y entró pisando muy fuerte. Pancha movió la cabeza afirmativamente con gesto satisfecho.

Al fin alguien enderezará a esa criatura de Dios, pensó.

Hasta que miró el suelo y las huellas de barro que se perdían dentro de la casa impoluta.

—¡Jodida niña!


                                                   ***
Gerardo Alcántara estaba harto de todo lo referente a Casablanca, su hija y aquel salvaje lo habían secuestrado hacía poco más de una semana, no estaba muy seguro ya que su memoria no era la de antes. Atrás quedaron todos los solemnes nombres de la anatomía humana; siempre le pareció poético que fueran escritos en una lengua muerta y se estudiaran para dar vida a través de la medicina. Su amada esposa le decía que era un sensiblero por romantizar la medicina de aquella manera. Fue lo primero que le dijo cuando iniciaron su grupo de estudios en la universidad.

Fue la primera vez que la vio. Y quedó flechado por Marcia Del Castillo. Una joven impecable de ojos marrones y cabellos castaños. A medida que la fue conociendo fue quedando más prendado por su mente aguda. Marcia, o Maci como le decía de cariño, era una comelibros y él el típico fiestero que pasaba por los pelos.
Cómo la hacía reir... y eso le daba la vida.

Fue en la época universitaria que descubrió sus dos debilidades: Marcia... y el alcohol. De no haber sido por la fortaleza de Maci y su buen juicio no habría terminado la carrera. Ella le hizo elegir: el alcohol o ella.

Eligió el amor.

Fue el mejor regalo y el más maraviĺloso convertirla en compañera y roca de su vida. Y la fortuna les sonrió. Pero Gerardo a veces sentía que los problemas lo superaban. Fuesen grandes o pequeños . Problemas en el trabajo, la muerte de sus padres, la presión de llevar el departamento de cardiología, o un paciente que perdía; eran situaciones que doblegaban su voluntad.

Él se sentía como las olas del mar. Y necesitaba una copa para sobrellevarlo y le seguía otra y otra...

Maci actuó con discrecion y firmeza, brindándole la contención adecuada en cada ocasión . Era tan fuerte. Tan estable y maravillosa.

Hasta aquel fatídico día.

Marcia de Alcántara estaba en un Congreso de Neurocirugía en la Capital y él tenía una operacion a corazón abierto. Siempre se ponía muy nervioso con las operaciones. A pesar de tener a su lado a su mejor colega el doctor Federico De la Cruz.

Gerardo recordó que aquel día estaba en su oficina del Departamento de Cardiología dando vueltas como tigre enjaulado. La ansiedad lo consumía.

—¿Ansioso, colega?

Gerardo sonrió al ver el rostro de Federico. Un joven prometedor de unos treinta y tres años que le seguía los pasos muy de cerca. Una mente brillante y una práctica impecable.

—Fede, me alegra que estés aqui temprano.
—Aqui estoy, dispuesto para el baile —Federico de la Cruz se sentó en una de las butacas —Debes estar nervioso, operar al hijo del alcalde a corazón abierto es una gran responsabilidad.
—No he pegado un ojo en toda la noche— confesó.

Federico además de colega se había convertido en un gran amigo y no tenía secretos con él.

—Te veo desencajado puede que sea porque Maci esté en el Congreso o bien sea porque operarás al hijo del alcalde, de cualquier manera tengo algo que te caerá bien, amigo mío.

Federico sacó una petaca de licor de su chaqueta y se la mostró a Gerardo que se puso rígido. Había pasado toda la noche luchando con uñas y dientes para no tomarse un trago. Y ahora estaba ahí al alcance de su mano.

Federico no tenía idea de su debilidad o eso creía Gerardo. Negó con la cabeza y Federico sonrió.

—Vamos hombre, no me armarás bronca porque traiga un poco de licor. Sabes que manejamos mucha presión y esto me aliviana un poco.

Para demostrarlo abrió la petaca y tomó un trago.

—El mejor whisky de la ciudad. Quita esa cara hombre, ni que estuviera matando a alguien. En fin, si no quieres no hay bronca. Y hablando de otro tema ¿cómo está tu princesa?
—Nella está pensando en estudiar medicina cuando se gradúe, como aún le faltan un par de años le he dicho que se lo piense mejor; la medicina es una carrera que conlleva mucha presión .
—Así que Maci se ha salido con la suya y convertirá a los Alcántara en sinonimo de excelencia médica.
—Me halaga pero el apellido De la Cruz tambien es sinónimo de excelencia médica. Tu padre y tu abuelo son un ejemplo. Pero espero que Nella no elija medicina.
—La última vez que la vi me dijo que salió sobresaliente en sus materias así que tiene su camino para recorrerlo.

El toque de la puerta los distrajo.

—Doctor De la Cruz lo necesitan en administración , algo referente a los honorarios.
—Gracias Carmina, voy en un momento.

La joven se fue con una sonrisa.

—¿Sigues saliendo con Carmina?
—Salir es una palabra fuerte. Digamos que nos usamos mutuamente.
—Parece que te gusta demasiado la soltería.
—No todos tenemos la suerte de conocer una mujer como Maci que además de ser la mejor neurocirujano de la ciudad es muy hermosa.
—Mi Maci es única.
—Bueno colega, me retiro ¡piensa rápido!

Gerardo se sorprendió al encontrarse con la petaca en las manos. La había agarrado por puro reflejo al verla volar por el aire. Federico se la había lanzado antes de salir por la puerta, tomándolo desprevenido.

Vio su propio reflejo en el metal reluciente. Sintió el aroma del whisky ...

Y supo que estaba perdido.

Como ahora en Casablanca, con la lucidez llegaron los recuerdos y el dolor de lo vivido. Eran flashes que aparecían y se unían a la maravillosa inconsciencia. Pero ahora estaba secuestrado por su hija y un hombre salvaje que lo trajo a un lugar horrible prácticamente a la fuerza. Él se resistió todo lo que pudo entre la lucidez y el delirio, pero aquel hombre con mirada salvaje le tomó por el cuello de la camisa y le susurró al oído:

—Si te resistes te romperé todos los malditos huesos .

¡Le daría una paliza!

Eso lo aturdió y su mirada de diablo, le paralizó. Qué más podía hacer cuando su propia hija parecía estar de acuerdo con aquel demonio que lo zarandeó y lo tiró en el auto acompañado de una retahíla de insultos.

Gerardo no era hombre dado a medir sus fuerzas con otro y menos cuando le ganaban en rudeza. Bajo los efectos de medicamentos y con los estragos de las juergas, se dejó llevar.

Se trata de un sueño, pensó.

Solía tenerlos bajo los efectos del alcohol. Y la semana antes de que llegara su hija a Ciudad Guayana había chupado una gran cantidad de alcohol, así fue que adormecido llegó a Casablanca, solo para constatar que no se trataba de un sueño y era un recluso de su propia hija y de aquel sujeto insoportable.

Le prohibieron beber. Le prohibieron andar solo. Y debía ganarse el sustento llenándose de mugre en una mina.

—¡Un Alcántara! —farfulló horrorizado.
—Al alba te vendrás conmigo a trabajar en la mina. Y me importa una mierda que seas un Alcántara, yo no alimento parásitos y así sea a varazo limpio te traigo para acá —continuó el Capitán con calma y firmeza—. Y Gerardo, nada de manipular a tu hija con estupideces. Ya vi cómo te manejas con Nella, Gerardo, y eres una plasta. Agradece lo que hago por ti.
—Pero...

Gerardo quedó mudo. La botella de licor que plantó el Capitán sobre el escritorio captó su atención y sintió unas ganas tremendas de lanzarse a por ella.

—Eso que tiene ahí es una bebida de una excelente calidad.
—Lo es.
—Me preguntaba si me daría un poco para calentarme el cuerpo.

Sin quitarle la vista de encima el Capitán echó un trago en un vaso y lo levantó a la altura de sus ojos.

—A puesto a que serías capaz de matar solo por mojar el gañote ¿cierto, zorro viejo? —dijo y se tomó el trago dejando un vaso seco y un Gerardo anhelante—Esta botella es de colección. Y es buenísima. Seguro que la probaste cuando fuiste un rey pero ahora está aquí en mi oficina. Y aquí se queda. También tengo otra en el despacho de mi casa justo en el mismo sitio. No pienso facilitarte las cosas, Gerardo, escondiéndolas. Tampoco seré mamá gallina. Sé que te gusta robar lo que no es tuyo para asegurarte tu vicio. Pero has llegado al sitio exacto donde puedes perder la mano por eso.

—¿Qué.. qué?
—No llegaría a tanto, por respeto a Nella que es una santa que ha soportado tus fechorías pero te ganarías una paliza de campeonato y algún hueso roto si llegaras a hacer uso de tus mañas.

Gerardo no dudó que ese hombre era capaz de eso.

—¿Eres... eres un criminal?
—Solo debes saber que soy tu juez, tu carcelero y tu verdugo. Llámame Capitán y más te vale que no me pongas a prueba. Porque sería doloroso para ti. Y para mí: muy satisfactorio.




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