La tela suave del mosquitero atrapó el quejido.
Emiliano se restregó contra el cuerpo de la joven mientras sosteniéndole la barbilla se sació de su boca. Cada vez ansiaba más de ella. Como un hechizo lanzado sobre su cabeza. Le mordió el labio inferior, del que escapó un gruñido al sentir que se deshizo su bajo vientre contra el roce de los dedos en su botón de placer.
—Eres una bruja... confiésalo, mujer.
Nella exhaló un suspiro tembloroso deleitándose en su toque dulce y taimado. El Capitán se adentró en su carne, encontrando fuego. Gruñido a gruñido se bebió cada gota de placer hasta que se volvió líquido entre sus dedos. Contuvo sus espasmos con un abrazo que la retuvo contra su cuerpo y le impidió encontrar el descanso entre las sábanas.
—No te dejaré dormir hasta que confieses que me haces vudú.
—¿Qué?
—Ya me oíste.
Aturdida, Nella se le quedó mirando.
—¿Esta es su idea de romanticismo? ¿Acusarme de brujería?
Aflojó el agarre en su barbilla y llevó los dedos húmedos en su feminidad a los labios de la joven con una orden implícita.
—Paso el día pensando en ti, Nella.
La lengua de Nella urgando entre sus dedos, le pareció muy seductora. No ponía remilgos cuando estaban en la intimidad y eso le seducía. Cuando se los dejó limpios, ella depositó un beso en ellos y admitió en un susurro:
—Yo también pienso en usted.
—No me jodas... —encantado con la confesión fingió molestarse—¿me escondes secretos? Mereces un castigo por tu osadía—Le mordisqueó el hombro juguetonamente y posó las manos en las caderas de la muchacha atrayéndolas hacia él.
—Pon las manos en la cama, mi reina.
Nella se inclinó moviendo su cuerpo de forma sinuosa. La mano del Capitán mimó su piel y halló lugar para su dureza en su exquisita calidez. El gozo se convirtió en algo urgente y vertiginoso.
Quizá fue la magia que había entre ellos.Quizá sus cuerpos chocando. Pero ninguno lo escuchó hasta que fue demasiado tarde.
—¡Lo sabía! Sabías que te acostabas con él.
Un asqueado Gerardo se transparentaba a través del mosquitero mirándolos como un vengador nocturno, Nella se tapó con las sábanas.
—¡Papá! —gritó.
—¿Te amenazó? ¿Puso un cuchillo en tu garganta? Contéstame, Nella—Gerardo abrió los brazos hacia el cielo—. ¡Cómo pudiste aliarte a este bastardo!
Nella enrojeció de verguenza mientras su padre la veía con ojos muy abiertos. El Capitán se levantó de la cama y le enfrentó.
—¿Has bebido?
—¡Por supuesto que no! —levantó los brazos y los dejó caer—Nadie en este maldito pueblo se atreve a retar al Capitán aunque les ruegue por un dedo de alcohol.
—Nadie lo hará, Gerardo. Acéptalo y lárgate a tu habitación.
—¡No! No... —se arrastró a los pies de la cama y se aferró a la mano de Nella en un gesto desesperado—Este salvaje nos tiene secuestrados, hija, vámonos a casa. Estaremos mejor... vamos… ¿sí? ¿Sí? Hijita.
Nella negó con la cabeza.
—Es el sindrome de abstinencia, papá. Debes superarlo. Pronto estarás mejor.
—Antonella no sale de aquí. Y tú tampoco, Gerardo.
Gerardo le miró con odio.
Nella le hizo una seña a Emiliano de que se cubriera sus vergüenzas, estaba completamente desnudo ante su padre y no demostraba ni el más mínimo rastro de pudor. La situación no podría parecerle más embarazosa. El Capitán levantó los ojos con fastidio. Pretendía continuar donde lo habían dejado antes de la interrupción. Caminó hasta la cómoda y se puso un bóxer.
—Eres un mafioso... ¡Has convertido a mi hija en una prostituta barata!
—Dios mío...
—No seas idiota: Antonella es mi mujer. Me habían dicho que eras doctor, asumí que eras inteligente. Y por cierto, no te permito que te refieras a ella de esa manera. Jú, faltaba más.
—¿Cómo que tu mujer? Si no le llegas ni a los talones...
Se dio golpes de pecho con su abolengo y educación mientras el Capitán le miró con fastidio.
—Por lo menos no soy un alcohólico que le ha jodido la vida—replicó con naturalidad—. Porque eso es lo que has hecho Gerardo, no se te olvide que te recogí en un basurero. Si alguien hizo que Nella acabara aquí, con un bastardo como yo. Ese fuiste tú. Empedraste su camino hacia mí... por cierto: gracias. Aunque acepto que no la merezco ten la seguridad de que seré mejor hombre por ella. ¿Que hay de ti? ¿Seguirás destruyéndole la vida a tu hija? Porque sí es así, juro que te partiré en dos.
—Ay Dios mío.
—¿Has visto como me habla? ¿Viste cómo me tiene, hija? Es un salvaje. Me amenaza con palizas y extremidades rotas. Me explota como esclavo en su mina.
—Debes ganarte el pan, yo no alimento sanguijuelas.
—¿Ves? Me humilla ¿dejarás que trate así a tu padre?
—Acabas de llamarme criminal. Además, has irrumpido en la habitación que comparto con mi mujer mientras retozábamos. Es de mal gusto, Gerardo. Considerando que te protejo.
—¡¿Me proteges?! —gritó Gerardo como poseso.
El Capitán asintió con tranquilidad.
—De ti mismo y de tus vicios.
—Papá por favor. El Capitán tiene razón—Nella se envolvió en la sábana y se acercó a Emiliano abrazándolo por la cintura—. Soy su mujer.
—¡Já! Ese hombre te ha lavado el cerebro... ¿y qué clase de nombre es ese? —se mofó—Capitán.
—Aquí se les llama así a los caudillos—explicó Nella—. A la gente con importancia y que inspira respeto. Es la costumbre por estos lares. Todos saben que el Capitán es un hombre cabal que cumple su palabra. Él ha demostrado que le importa mi bienestar lo suficiente como para protegerte a ti, que eres mi padre y me preocupas. Aunque tú no te preocupes por mí.
—Eso... eso no es cierto Nella, hija.
—Has pasado insconsciente la mitad de mi vida. Pendiente de empinar el codo, has destruido mi herencia hasta el punto que ya no me queda ni una silla donde sentarme. Has llevado nuestro apellido a la mas absoluta vergüenza. Ese es tu legado.
—Nella...
—Admito, que tengo una debilidad contigo. Y aunque lo mejor para mí sería dejarte a tu suerte. No podría vivir sabiendo que contribuí a tu destrucción... sobre todo por mamá.
Gerardo se dejó caer de rodillas. Las palabras de su hija le habían quitado el piso y le habían dejado con un amasijo de culpa y remordimientos.
—No la menciones... —pidió compungido— por favor, no.
—Ella te amaba más que a nadie.
—Era mi vida, mi compañera... no sé cómo vivir sin ella.
—Tendrás qué. Quizá no halles valor en mi existencia...
—No digas eso, hija, no...
—Es lo que demuestras, Gerardo con tu conducta—señaló el Capitán pasando su brazo por los hombros de Antonella en un gesto de apoyo mientras su padre sollozaba a sus pies—. Cada vez que levantas la botella, lastimas a tu hija, cada vez que caes inconsciente o haces un escándalo. ¿Acaso no lo ves? Tan joven y le has destrozado el corazón.
—Soy un débil... —admitió con desconsuelo—siempre lo he sido.
—Confía en mí. Déjate ayudar. Te daré mi fuerza si la necesitas... te doy mi palabra.
Nella dejó escapar un sollozo ante la promesa del Capitán . Él mirándola a los ojos le sonrió con cariño y le acarició la mejilla.
—No hay nada que no haría por ti.
Al ver la escena Gerardo se quedó de piedra.
—Creo que me equivoqué con ustedes dos... Discúlpame, hija. Por todo. Intentaré ser fuerte.
Nella sonrió.
Las promesa de su padre podría diluirse pero su hombre no lo dejaría hacerlo. En tres zancadas Gerardo llegó a la puerta donde carraspeó.
—Y perdonenme por... interrumpirles.
—Tranquilo, Gerardo. Pero la próxima, tocas—exigió el Capitán tomando el hombro de Nella—. A mí me gusta cumplirle a mi mujer cada noche como manda la ley.
Nella le lanzó una mirada de advertencia y Emiliano puso los ojos en blanco.
—No me vengas con remilgos, Nel.
—Haré un esfuerzo especial por borrar de mi memoria los últimos minutos... espero lograrlo.
—A mí ya se me olvidó. Por eso no dudes que voy a echarle el doble de ganas apenas salgas por esa puerta.
—Caray...
—Que descanses papá—dijo Nella a modo de despedida subiéndose la sábana hasta la barbilla.
Al salir Gerardo el Capitán se aseguró de cerrar la puerta tras él.
—Necesitamos un pestillo.
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Editado: 21.01.2022