Corazón Dorado

Federico

— Necesitamos un pestillo.—susurro Nella.

— No creo que a tu padre le queden ganas de entrar sin anunciarse. Por cierto... ¿de dónde has sacado lo que has dicho de mi apodo?
—Debía decirle algo lógico. Mi padre es muy inquisitivo cuando está sobrio y no se iba a tragar su negativa de decir su nombre así por así. Aunque está claro que usted no confía en mí lo suficiente como para sincerarse conmigo.

Se acercó y se enfrascó en sacarle el cabello de las sábanas hasta enmarcarle su precioso rostro. Amaba esa melena oscura que le confería un aire de bruja.

—No es así.

Le levantó la cara hasta quedar a la altura de su mirada.

—No quiero sumar más preocupaciones a tu cabeza. Ni ensuciarte con esa parte de mi vida que está más que podrida—le puso el dedo sobre los labios para acallar su pregunta—. Solo confía en mí. Llámeme como me llame: Soy tuyo. Así tengas mil apellidos: Eres mía. Lo demás sobra entre nosotros.

A Nella le temblaron las piernas por su forma de sonreírle, de mirarla con ojos brillantes y de pronunciar la frase, lenta y significativamente.

No pudo evitar que su corazón diera un respingo, como tampoco que su boca hiciera un gracioso mohín.

—No sabía que podía decir cosas bonitas.
—Estoy bajo tu hechizo, Nella. Un hechizo despiadado que me ha robado el alma. Te me has clavado en el corazón.
—Yo también te quiero—admitió Nella, sorprendiendolo.
—Entonces ¿por qué estamos discutiendo?

Nella dejó caer la sábana y no tardó un segundo en saltar hasta sus brazos.
Se querían.
Y ante eso sobraban las palabras.
Se pasaron la noche dándose gusto de todas las maneras que se los permitió la imaginación y la energía.

—No has dormido nada—enredó sus dedos en su pelo encontrando placer en ello y en como suspiraba Nella cuando lo hacía—Y es de madrugada.

Llevaban rato mirándose ensimismados el uno en el otro.

—No tengo sueño.
—Ni yo. Pero ya no podemos seguir follando, Nella, seguro que te duele la entrepierna.
—Un poco.

Soltó una risotada ante su mohín y le dio un abrazo fuerte que la hizo chillar. Nella se dejó abrazar absorbiendo su aroma a jabón y pecado.

—Me gusta estar entre sus brazos.

Él Capitán rodó hasta quedar de espaldas y la atrajo sobre su cuerpo, se quedaron mirando el velo que los envolvía. La sensación de estar flotando sobre una nube no impidió que algo que llevaba revoloteándole en la cabeza volara hasta sus labios.

—¿Quién abusó de ti, Nella?
—¿De dónde ha sacado eso?
—Ni te molestes en negármelo—al notar que se tensaba entre sus dedos dulcificó su voz—Puedes confiar en mí. Quiero liberarte de ese peso.
—¿Por eso me trata con tanta delicadeza en la intimidad, porque cree que abusaron de mí?
—Ajá.

El Capitán soltó su abrazo y se sentó apoyándose de la cabecera de la cama ofreciéndole a Nella el espacio que necesitaba para sincerarse.

—Cuéntamelo. Puedo ser fuerte por ti.

Nella se sentó sobre sus talones. No intentó taparse, no tenía caso hacerlo cuando se sentía tan expuesta.
Había pasado tanto tiempo que parecía otra vida.

— Federico era un amigo de la familia y mayor que yo. Yo tenía dieciséis y él treinta y tantos.
—Hijo de puta...
—No me forzó... no al principio—se corrigió—. Imagínese: un hombre guapo y distinguido fijándose en una chiquilla como yo...
—Eras una niña. Nunca debió tocarte.

Nella sacudió la cabeza.

—Era una adolescente y estaba enamorada de él. Y más cuando me dijo que le gustaba y me escribía poemas. Una noche en un evento, él asistió con mi familia. Yo mentí a mi madre diciendo que estaba cansada y él se ofreció a llevarme...
—¿Tu padre dejó que te llevara? —preguntó indignado.
—Él era médico, trabajaba con mi padre y tenía su confianza. Yo era una menor. Así que mantuvimos nuestro romance en secreto. Yo aún era virgen. Y no me apetecía tener relaciones sexuales. Él me prometió que esperaríamos hasta que cumpliera la mayoría de edad.
—Y tú le creiste...
—Estaba enamorada.
—Continúa.
—Pero tiene cara de querer matar a alguien.
Él Capitán negó con la cabeza y masculló.
—Continúa, joder.
—Yo estaba que no cabía en mí porque había logrado un par de horas para estar con él. Pensé que nos besaríamos como siempre. Estábamos en su sedán y en vez de llevarme a mi casa como había prometido a mis padres me llevó a un mirador apartado. Y... se puso cariñoso...
—Te negaste.
—Le recordé su promesa de esperarme. Pero no le importó y me penetró... Me dolió mucho y me puse a llorar. Al otro día fue a buscarme, muy arrepentido. Me colmó de flores y regalos. Y tantas promesas. Yo lo amaba tanto que lo perdoné y seguí con él durante un tiempo. Pero le salió una beca para especializarse en Inglaterra y se marchó. Recuerdo que cuando le pedí llorando que no se fuera se echó a reir, dijo que fui su juguete y que ningún hombre me tomaría en serio porque era una frígida en la cama.
—Maldita sea Nella... Ese infeliz te violó y te manipuló a su antojo... ¿llegó a golpearte? Dime que ese infeliz no te puso un dedo encima por favor.

Nella se mordió el labio, hubo ocasiones en que Federico la maltrató, aunque se cuidaba mucho de no hacerlo en un lugar visible del cuerpo. Sin necesidad de que ella le contestara, el Capitán lo supo.

—¡Maldito! Solo eras una niña.

Acto seguido se levantó y soltando un gruñido feroz estampó el puño contra la puerta del baño con tanta fuerza que se salió de su eje. Fue allí donde se detuvo. Puso la frente contra la madera mientras respiraba como si hubiera corrido una maratón.

Se quedó así durante unos minutos hasta que se volvió y vio a Nella.

—No tienes porqué asustarte—dijo al notar su palidez—. Jamás te lastimaría.
—Pero... ha reaccionado como un loco.
—Este tipo de cosas me vuelve loco—dijo abriendo y cerrando la mano. Le ardían los nudillos—No soporto tanta mierda.
—Ah...
—Ya te lo dije, nunca he lastimado a una mujer. Y no me cabe en la cabeza como un hombre. Un sádico. Pueda lastimar a una niña.

Nella pensó en lo mucho que el Capitán había sufrido la violación de Chusmita.

—En cambio en lo que se refiere a ese degenerado se ha ganado mi furia y me encantaría hacerlo papilla.
—No diga esas cosas. No tiene caso revivir el pasado.

Nella se levantó y le dio un achuchón. Él posó el mentón en su coronilla y le acarició la espalda disfrutando como su melena se enredaba entre sus dedos.

—Entonces, ¿desde esa fecha, no habías estado con nadie?
—Tuve un par de citas que resultaron un fiasco. Concluí que el sexo era doloroso y no me apeteció repetir... hasta que lo conocí a usted.
—Siempre me tomaré mi tiempo para que estés preparada para mí y así evitarte molestias... a menos que lo hagamos toda la noche y termines inflamada.
—No estoy tan inflamada...
Se sonrieron con el deseo reflejado en sus miradas.
El Capitán la tomó de la nuca y profundizó el beso hasta convertirlo en explosivo. Nella se encaramó sobre su cuerpo de un salto instándolo a continuar. El abarcó su trasero con ambas manos apretándolo a gusto hasta que se abrió la puerta de golpe.

—Nella, hija ¿estás bien?
—¡Papá!
—Gerardo...
El inoportuno padre cerró los ojos, horrorizado con la escena.
—Santo Dios...
—Por lo visto tú no aprendes a la primera—soltó el Capitán, exasperado.
—Yo... yo... —Gerardo clavó su vista en los pies—escuché unos golpes y creí...
—Papá, no tienes de qué preocuparte.

Su larga melena y el abrazo que compartía con el Capitán, ocultaba su desnudez. Y el rostro de preocupación de su padre le pareció entrañable.

—Estoy bien.
—Sí, ya lo veo.

Cuando desvió la mirada hacia el Capitán este soltó un bufido. Pero sus ojos azules se abrieron de golpe al ver la puerta del sanitario caer en un estruendo.

—Santo, Dios...
El Capitán adivinó los pensamientos del padre. Y la maldad le acució.
—Sí... eso fue cumpliéndole a tu hijita.

Su boca se abrió y se cerró de golpe. ¿Qué podía decir? La situación le superaba.
Gerardo giró sobre sus talones y salió cerrando la puerta tras de sí.

—¿Hasta cuándo pinchará a mi padre?
El Capitán la miró fijamente.
—¿Quieres que nos interumpa cada vez que follemos?
—¡Cielos! No es necesario que sea tan soez.
La estrujó contra su cuerpo de manera delirante.
—Calla y bésame, mujer.




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