Gabriela la encontró desmayada en el piso de la tienda.
—Dios mío, amiga.
Pidió ayuda y la dueña de la tienda acudió con un abánico y comenzó a echarle aire. Gabriela estaba preocupada Antonella se había desmayado sin ninguna razón en medio de la tienda y se había golpeado la mejilla izquierda al caer.
—Despierta Nella, por Dios.
—Dios mío, ¿su amiga está enferma o embarazada?
—Espero que no. No. Algo debió pasarle, pero qué.
—Yo la vi conversando con un tipo, creí que venía con ella. No les presté atención y me fui al depósito hasta que escuché tu llamada de auxilio.
—Madre mía, no despierta. El Capitán me matará por sacarla de Casablanca. Me va a hacer picadillo.¿ Será que el hombre la golpeó para robarla o algo así?
—Aquí no se ven esas cosas, este pueblo es tranquilo.
—Es cierto, no sé en que estoy pensando.
—Voy a llamar a mi hijo para que nos ayude a cargarla. En mi casa podemos atenderla mejor que aquí y así llamamos a su marido.
—Ay, Virgencita de Coromoto, que no sea nada grave.
Cuándo Antonella despertó estaba aturdida, Gabriela le pidió el número del teléfono que el Capitán tenía en la oficina ya que en Casablanca casi no había señal. Se persigno antes de comunicarse con el minero mientras la señora de la tienda le daba un vaso de agua con azúcar a Antonella. El Capitán la escuchó y le lanzó un maldita sea Gaby cómo se te ocurre... Gabriela separó el auricular de su oreja por un momento, luego le pidió referencias del lugar.
El Capitán colgó.
Llegó a la media hora acompañado de Gerardo y Toribio. Gabriela supuso que el minero pisó el acelerador al máximo al hacer un recorrido de hora y media en treinta minutos.
—¿Dónde está?
—Dentro de la casa amarilla, la tenemos acostada. Capitán, ya sabemos lo que pasó. Conoció al Caníbal .
El Capitán intercambió miradas con los hombres. Toribio sabía de qué era capaz el Caníbal. Gerardo recordó su encuentro macabro en el bosque y abrió mucho los ojos. Llevaba el maletín médico pero no iba preparado para ver a su hija maltratada por un enfermo.
El peor temor del Capitán se había materializado.
—Llévame.
El Capitán entró en la habitación y vio a Nella sosteniendo una bolsa de frijoles congelados contra su rostro. Cayó de rodillas ante ella y le revisó la mano con nerviosismo.
—No me lastimó.
Al ver el rostro enrojecido el minero maldijo.
—No me lastimó. Eso me lo hice al caer. Me desmayé de la impresión.
En un impulso el Capitán la abrazó tan fuerte que el latido desenfrenado de su corazón casi la traspasó.
—Gracias a Dios.
—Me da permiso para revisar a mi hija. Se ha desmayado y dado un fuerte golpe en su cabeza. Tiene todo el día para abrazarla si le da la gana.
El Capitán accedió y Gerardo comenzó la revisión. Inspeccionó las pupilas y cómo reaccionaban a la luz de una pequeña lámpara. Palpó su mejilla con delicadeza, Nella se quejó.
—Te diste un buen golpe.
Gerardo buscó un ungüento para el dolor y lo untó en la mejilla enrojecida.
—Además de la mejilla ¿ dónde te duele?
Nella se tocó la sien contraria y Gerardo revisó apartando cabello. Sacó un par de pastillas y se las dio. Nella se las tomó con un poco de agua azucarada. Luego le tomó la presión y la encontró entre los parámetros normales.
—Terminé.
Gerardo se apartó.
—Dinos qué pasó, florecita—pidió Toribio.
Antonella tomó una respiración profunda y relató de cómo el Caníbal la abordó en la tienda, primero mostrándose abierto y espontáneo.
—Es un camaleón. Una araña que usa su encanto para engañar a su presa—agregó el Capitán de forma sombría.
—Y usted lo conoce mucho¿no?—agregó Gerardo con saña.
Que su hija se viera envuelta con semejante sádico le revolvía las tripas. Todo era culpa del Capitán.
—Continúa florecita.
—Quería regodearse—continuó Nella mirando al Capitán—Quería hacerme ver que te conocía. Sabe tu nombre de pila. Yo creí que era un amigo tuyo o algún familiar. Pero luego su discurso cambió, su aura, no sé cómo explicarlo pero me dio mucho miedo... Sus ojos... era como ver el diablo en persona. Recuerdo que miró mis dedos de una forma tan ... ¿morbosa? Creí que me lastimaría y me paralicé.
—¡Sufiente, nos vamos de aquí! En la ciudad estaremos seguros, hija.
—El Caníbal es un cazador consumado con entrenamiento militar y no se detendrá porque pongas distancia, Gerardo. No estamos en Casablanca y aquí llegó—agregó el Capitán.
—Me niego a seguir aquí a expensas de un lunático.
—Suficiente. Acabemos esta conversación . Señora, gracias por cuidar de mi mujer. Gabriela ayuda a mi mujer a llegar al jeep. Toribio vámonos.
Todos se pusieron en movimiento tras las órdenes del Capitán. Gabriela y Toribio llevaron a Nella al jeep mientras el Capitán los seguía muy de cerca fraguando un plan. Iría por la cabeza de aquel maldito y tenía que planearlo bien. Si el Caníbal se había acercado a Antonella era para enviarle un mensaje fuerte y claro.
Destruiré lo que te importa.
—Si piensa que me quedaré de brazos cruzados, mientras veo como maltratan a mi hija, está equivocado. Me la llevaré lejos de aquí y sobre todo lejos de usted.
El Capitán lo tomó del cuello de la camisa y lo levantó.
—Nadie va ponerle un dedo encima a Nella porque yo no se lo voy a permitir. Primero lo mato, aunque sea el mismo diablo. Así que cállate la puta boca Gerardo.
Al soltarlo cayó al piso.
—Primero los disparos en el bosque, luego esto. Ese sádico te está persiguiendo a ti y lo sabes aunque intentes ocultarlo.
El Capitán lo miró con odio pero no contestó. En tres zancadas se dirigió al jeep y se montó. Gerardo tuvo que correr para que no lo dejara.
Durante el camino a Casablanca, ninguno habló. Al llegar a casa el Capitán ayudó a Antonella a bajar del jeep. La joven tenía tan mala cara que decidió cargarla.
—Toribio vete a la mina y supervisa todo. Mándame a tres hombres para acá. Quiero reforzar la vigilancia.
—Sí, patrón.
—Gabriela, cuídate. No andes sola. Pídele al Negro que te acompañe. Con el Caníbal nunca se sabe.
—Sí, Capitán y disculpe.
—No es tu culpa.
Llevó a Nella a sus habitaciones y la recostó en la cama con delicadeza. Verla así le pesaba en su consciencia. Sabía que algún día Antonella se cruzaría con el lado de su vida que estaba podrido. Aunque quisiera, no podía evitarlo.
Cerró la puerta y se acostó a su lado, mirándola muy afligido.
—Me conoce, Nella. Si te pasara algo sería mi culpa, así como lo que le pasó a Chusmita.
— Te has martirizado por lo de Chusmita, pero nadie habría podido evitarlo, cariño.
—No sabes nada Nella.
—La robó de casa de su madre; no eres adivino para saberlo.
—No estuve ahí para protegerla.
—Tú no tienes nada que ver con el engendro que lastimó a la niña. Yo lo vi, es un demonio sin corazón. Tú no tienes nada que ver con él.
Inquieto, el Capitán se levantó de la cama y caminó hacia la ventana. La lluvia comenzó a caer y se transparentó el escurrir el cielo, negro y salvaje, a través del cristal.
—Y si te dijera que es posible que tenga que ver... ¿qué pensarías de mí? —susurró sin volverse.
Nella frunció el ceño. El Capitán se volvió, confrontándola esta vez.
—Sería suficiente motivo para abandonarme ¿es así? ¿Tú te irías?
—Pero ¿de qué me hablas?
Nella parpadeó sin comprender hasta que el horror de la posibilidad se reflejó en su rostro.
—Por Dios... ¿usted tiene que ver con ese enfermo?
—No.
—Acaba de decir...
—Te acabo de preguntar. Y no me has contestado, Nella.
—Yo...
El Capitán se la quedó mirando con gesto atormentado y Antonella no supo qué pensar.
—Si te dijera que aquel monstruo que le gusta lastimar gente disfruta especialmente haciéndome sufrir.
—¡¿Por qué?!
Él dejó caer los hombros sintiéndose vencido por la realidad.
—Es un sádico, Nella. Le gusta lastimar. No necesita razones especiales.
Se le veía tan abatido que Nella fue hasta él y lo abrazó. La información que le brindaba era perturbadora pero no cambiaba sus sentimientos por él.
—Te quiero, Capitán .
—Joder, Nella—se aferró a ese abrazo como si se le fuera la vida en ello—. No te merezco. No te merezco ni una pizca.
Ella se apartó un poco y le acarició la mejilla.
—¿Por qué dices eso, cariño?
Él le besó la coronilla y dejó la pregunta en el aire. Era demasiada verdad para un solo día. No estaba preparado para lo faltaba develar. Quizá nunca lo estuviese. Pero algo sabía el Capitán,
Había una fina línea entre su felicidad y la que lo separaba del infierno.
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Editado: 21.01.2022