El Capitán se dirigió a la Gran Sabana, tierra de los Pemones, para la reunión secreta. La Gran Sabana era un centro turístico debido a su gran belleza y majestuosidad, pero en la profundidad de la misma existían Pemones que eran fieles a sus costumbres originarias. Ellos eran una raza guerrera descendientes de los Caribes, los mismos que se batieron con los Españoles en la época de la Conquista.
El Capitán dejó su jeep en el espacio de parqueo destinado a los turistas. Multitud de tiendas de acampar se levantaban en un area controlada para ello. Norteameticanos, ingleses y turistas de todas las nacionalidades desfilaban por sus narices. Con un movimiento de cabeza saludó a un par de Pemones que fungían como guías turísticos hablando el inglés con fluidez.
Uno de ellos se acercó a él.
—Apö, ¿cómo estás? ¿Sabes dónde me reuniré con el Capitán de ustedes?
—Capitán, Müröntö lo espera en su casa. Siga derecho hasta llegar a los pies de esa montaña—señaló el aborigen de baja estatura—. Él lo escuchará llegar.
Posiblemente le tomaría un día para llegar a los pies del Tepuy señalado, ya que la sabana daba una visión clara de las lejanías. El Capitán venía preparado con una cantimplora y una mochila donde llevaba carne seca y un cambio de ropa. Agradeció la información y emprendió la marcha.
El Capitán conocía a Müröntö de su infancia. Hubo una época lejana en la que quiso pertenecer a su tribu. Apenas era un adolescente espigado con cabellos dorados y piel bronceada cuando le conoció. Müröntö no era mucho mayor que él. Se hicieron muy amigos. El Capitán se quedó meses con esa tribu aprendiendo sus costumbres y el arte de la cacería. El Capitán era capaz de manejar el arco y flecha y la cerbatana mejor que cualquiera de la tribu.
Y aprendió mucho más del padre de
Müröntö quien en ese entonces era el Capitán de la tribu.
Püröu era un hombre sabio, protector y firme. Le enseñó a estar en armonía con la naturaleza pero siempre le decía que ese no era su sitio.
—Papay, ¿por qué siempre me dice que este no es mi sitio?
Le preguntó Emiliano de manera familiar a Püröu. Papay, significa papá en el idioma Pemón. Y el joven lo quería tanto que se afligía solo de pensar que no podía pertenecer allí.
—Potöruto Maimu—contestó, lo que significa: mensaje de Dios—Makoy, el Diablo, te persigue como sombra.
El mundo de Emiliano se derrumbó en aquel momento, solo tenía catorce años de edad y no pertenecía a ningún lado. Se levantó enojado con el mundo y consigo mismo por albergar una esperanza cuando no era más que un bastardo. Se limpió las lágrimas y se adentró en la selva.
Müröntö iba ir tras él cuando su padre lo retuvo.
—Déjalo. El dolor lo hará fuerte. La ira también. Debe seguir su camino.
—Pero Papay, está solo. No tiene una tribu.
—La tendrá. Es un Capitán.
La caminata por la sabana lo relajaba, ella y el cielo, inmensos e infinitos. El sonido de riachuelos fluía. Era un sitio para la paz. No había duda que los Pemones habían escogido bien.
Emiliano recordó lo infeliz que se sintió cuando Püröu le dijo que no pertenecía a la tribu. Albergaba la esperanza de quedarse allí con ese pueblo amigable y generoso, en ese lugar mágico lleno de paz.
Mirar a la cara a un Pemón era perderse en esos ojos castaños enormes llenos de inocencia y sabiduría.
Una mezcla inusual.
Una mezcla que él no había visto nunca.
Estaba acostumbrado a la malicioso y oculto.
Al miedo.
Makoy, había dicho Püröu. Lo que significaba Diablo.
Y tenía razón, el Diablo lo perseguía.
Decidido a no dejarse vencer por las circunstancias volvió a Casablanca, que para entonces era una porción de selva casi virgen. A sus oídos llegó la noticia de que un gringo había llevado una gran maquinaria y buscaba mineros para explotar oro.
Él se apersonó allí con su metro sesenta y mirada furiosa. Ya estaba harto de todo su mundo. Decidió cambiarlo y por Dios que lo haría. El Gringo Walter Smith lo miró divertido.
—Boy, busco hombre. No niño—masticó en un intento de español Walter Smith.
—Yo soy un hombre. Más hombre que todos aquí. Si me contrata se lo demostraré. Seré su mejor minero y en un año dueño de la mina.
Todos los hombres rieron por su insolencia pero el Gringo asintió.
— Let's do it, Boy!
Emiliano era el primero en estar en la mina y el último en irse. No tenía donde quedarse y en las noches dormía en un catre bajo un árbol. El día que consiguió su primera pepita de oro quedó alucinado por su brillo. Y cuando Walter Smith se lo cambió por dinero fue a festejarlo a un chiringuito.
Allí perdió la virginidad con una prostituta experta y descubrió lo que era convertirse en hombre.
La mina se le metió en las venas, al igual que el sabor metálico del poder y la ambición. Al Boy le interesaba aprender todo lo de la mina, desde reparar una máquina extractora hasta aprender la mejor manera manual de mover la batea para cernir el lodo. El Boy, aprendía rápido y se convirtió en la mano derecha del Gringo.
Eso despertó celos en los demás mineros y más cuando notaron que Walter era más generoso con el chico que con ellos.
Idearon un plan para darle una paliza.
Lo que no sabían era que Emiliano, o el Boy, a su corta edad ya había bailado con el Diablo y reconocía la maldad de un vistazo.
Así que el día de la paliza su instinto le avisó y escondió una vara metálica en sus pantalones.
Cuando se presentó la trifulca fue el primero en asestar el golpe y dientes salieron volando por los aires. No tuvo piedad porque sabía que no la tendrían con él. Fue ágil y rápido y cuando solo quedó él en pie, respirando como locomotora, todos lo miraron con asombro.
Se había convertido en el mismísimo demonio.
Toda la ira acumulada se había desatado en forma violenta revetando huesos y dientes.
Walter salió de sus aposentos e intervino.
—Enough!
— Ellos comenzaron, Gringo—masculló Emiliano escupiendo sangre. Tenía la nariz rota, el labio partido y unos cuantos moretones... pero seguía en pie.
— You and you— señaló a los que habían hecho el complot contra Emiliano—out of my mine! ¡ Fuera!
—Gringo pero tu Boy...
—Not my Boy. Is a man. Hombre.
—¡Soy un hombre!—gritó Emiliano para que todos lo escucharan.
El dolor le latía en cada poro y más su ansia de pertenecer.
—Me gano mi dinero igual que ustedes con sangre y sudor. ¡Pertenezco aquí !
Se dio en el pecho mientras lloraba desconsolado. Y mientras lo hacía saboreó una mezcla de sangre, sal y sudor.
Se limpió las lágrimas con furia.
Nadie le arrebataría su lugar en el mundo.
Ya no más.
—Merezco estar aquí—decidió— Merezco respeto y lo exigiré. Porque no tengo miedo, porque soy un demonio lleno de odio y estoy dispuesto a partirme el lomo para salir de la inmundicia. Y todo aquel maldito cabrón que se cruce en mi camino recibirá lo suyo. Porque no soy un Boy. ¡Soy un Capitán!
***
Emiliano se refrescó la cara en el riachuelo y llenó la cantimplora. Tomó un buen trago. El agua estaba fresca y maravillosa. Había avanzado mucho y ya veía la choza de Müröntö. Sonrió al divisar una silueta a lo lejos. Seguro Müröntö había escuchado sus pasos y se acercaba para recibirlo. Los Pemones tenían un oído finísimo, capaz de escuchar a grandes distancias.
A la media hora pudo distinguirlo en las lejanías.
—Eh, Müröntö—gritó ahuecando las manos cerca de su boca. Sonrió al ver como la pequeña figura levantaba la mano a forma de saludo.
El Capitán agilizó el paso.
Cuando se encontraron se fundieron en un abrazo. Müröntö estaba contento de tenerlo en sus tierras y decidió celebrarlo compartiendo una olla de tuma (sopa) y una jarra de kachiri, (bebida alcohólica elaborada con masa de yuca amarga y batata roja).
Al rededor de la fogota el Capitán se sinceró con su amigo de la infancia. Contándole los pormenores de su vida. La sabana, el brillo de las estrellas, el chisporroteo y el licor le aflojaron la lengua.
Sabía que podía confiar en Müröntö, en su sabiduría y tenacidad. Müröntö le escuchó atentamente.
—Sabía que vendrias. Hace dos lunas soñé contigo Perro blanco—enunció en su lengua en apodo que tenía Emiliano cuando compartió con la tribu—. Soñé que no estabas solo, pero una sombra oscureció tu camino. Has recorrido un largo trecho tú solo, amigo mío.
—No estoy solo y ahora temo por mi gente. El diablo me persigue Müröntö, tal como dijo papa y muchos han sufrido a manos de Makoy—añadió con tristeza.
Müröntö le puso una mano en el hombro.
—No es tu culpa.
—Ju, quisiera pensar que no. Pero siempre está rodeándome como una pitón. Temo... —el Capitán sacudió la cabeza—Las cosas son diferentes ahora. Quiero un futuro junto a mi mujer, aunque no la merezca.
Müröntö divisó el cielo donde múltiples estrellas fugaces estallaban ante sus ojos.
—Todos nos merecemos. Todos importamos. Tanto el pájaro que sin el árbol no haría su nido. Tanto el río como los peces que reposan en él. A papay no le gustaría que dijeras que no mereces ser feliz porque te quería tanto.
—Lo sé. Lo siento. Ojalá hubiera podido quedarme con ustedes en ese entonces.
—Entonces tu pueblo no tendría Capitán. Ni tú tendrías pueblo o mujer. ¿Ves? Tanto el árbol como el pájaro. El río como los peces.
—¿Y cuándo te volviste tan sabio, cabrón?
Müröntö soltó una carcajada y le pidió a su mujer otra jarra de kachiri.
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Editado: 21.01.2022