Pero el Capitán no había ido a socializar si no a buscar apoyo para la cacería del Caníbal. Necesitaba reivindicarse con sus víctimas, especialmente con su querida Chusmita. Y además estaba Antonella, no soportaría perderla a manos del Caníbal.
Lo hallaría, así fuese bajo las piedras. Ese era el objetivo. Esta vez no esperaría que apareciera.
Atacaría primero.
Formaron una cuadrilla entre Pemones y cazadores de la zona. El Capitán no quiso confiar en sus hombres. Su instinto le decía que había un topo en la mina ya que era improbable que el Caníbal pudiera colarse en un sitio atiborrado de gente sin ayuda alguna.
El grupo ingresaría por la selva escudados en la noche y se adentrarían a parajes desconocidos.
—El objetivo es buscar un cazador que se camufla en la selva. Estén al pendiente de cualquier rastro. El Caníbal debe dejar pistas ya que vive sumergido allí. Usa cuchillos, machetes y todo tipo de armas. Cualquier corte en las ramas puede llevarnos a él—explicó el Capitán.
—Debe haber dispuesto trampas para poder alimentarse. Ya que no sale a buscar provisiones—añadió Müröntö.
—Eso no lo sabemos con certeza. De cuando en cuando aparece como sombra en este pueblo o uno aledaño haciendo de las suyas. Y no llama la atención. Al contrario lo toman por alguien encantador hasta que caen en sus redes. Y deja mierda a su paso.
—Entonces buscamos un camaleón—objetó Junior Lopez, uno del grupo de los cazadores. Le intrigó la oferta que le hicieron y más lo que le pagaría el Capitán.
El grupo de los cazadores estaba formado por cinco hombres que cazaban animales salvajes y también ofrecían sus servicios como mercenarios. Junior, Esteban, Maicol, Luis y Dani.
—No. Estamos buscando a un maldito psicópata con entrenamiento militar—agregó el Capitán con seriedad.
—Alguien entrenado para matar—dijo Luis.
—Y que lo hará sin la más mínima provocación. Así que debemos ser muy cuidadosos.
—Si tiene entrenamiento militar seguramente habrá trampas cerca de su guarida—dijo Müröntö.
—Como cazador no debe tener una sola guarida si no varias. A veces le cogerán las horas tratando de hacerse de un buen botín—aportó Maicol.
—Muy bien busquemos guaridas temporales que sirvan para guarecerse durante horas—asintió el Capitán.
—Yo me decantaría por guaridas aéreas y subterráneas. Son las mejores, dependiendo del arma y de la presa a cazar. Además le brindan mayor seguridad y ventaja.
—Joder, eso no lo había pensado... por eso no habíamos dado con ninguna de sus jodidas guaridas—reflexionó el Capitán.
—Ahora la encontraremos, Perro blanco.
Peinaron la selva con mucho cuidado.
Los Pemones no eran de hablar, si no de escuchar y ver. Así que se dispersaron y examinaron la tierra en busca de pisadas o signos de que aquel malviviente estuviera por allí rondando. Su concentración y minuciosidad en la labor era encomiable.
A medida que avanzaban, Emiliano podía sentirlo.
Se estaban acercando.
Esta vez tuvieron más suerte y luego de varios días de rastreo pudieron hallar varias de sus guaridas. Algunas bajo tierra, de apenas pocos metros de profundidad donde había lo necesario para subsistir y se camuflaba en la selva con una entrada de hojas boscosas.
Allí encontraron cosas desagradables como restos de animales y dedos humanos. Igual que una colección de cuchillos de diferentes tamaños, igual de letales que su dueño.
Y también encontraron varias trampas, que, por fortuna, pudieron eludir. La trampa de oso que casi pisó Luis. Un Pemón le advirtió lanzando una rama haciendo que saltara a los ojos de los rastreadores.
Y un hoyo en el que el Caníbal había dispuestos unas lanzas afiladas.
—Madre mía, qué locura—soltó Junior admirando la trampa.
—Es un puto loco—dijo el Capitán.
Visualizó claramente al Caníbal inclinado y afilando las puntas de las lanzas silbando una melodía inocente, parecida al sonido de un pajarito.
Justo eso le llamó la atención a Emiliano cuando era un niño, rubio y pequeño, que apenas podía andar. Se adentró en la selva atraído por el sonido de un pajariĺlo mientras la madre lavaba la ropa en el río.
Cuando salió de las ramas estaba ensangrentado y con un collar de dientes sobre su pequeño cuerpecito.
Al verlo, la madre pegó un grito.
El Capitán sacudió la cabeza. Era mejor no pensar en el pasado y menos en su pobre madre.
—Tengan cuidado.—advirtió el Capitán—Deben haber más de de esas trampas en versión pequeña, pensadas para atravesar un pie. Seguramente tendrá curare en la punta. El solo roce del veneno sería mortal.
—Eso significa que estamos cerca—dijo Müröntö.
El rastro los llevó a otra guarida a pocos metros que estaba en lo alto de un árbol, eran solo cuatros palos con una bolsa plástica que fungía como techo. Y más allá otra subterránea de mayor tamaño. Supusieron sería la guarida principal.
—Son escondites de cazador—dijo uno de los rastreadores Pemón—desde allá puede usar un rifle con mira.
—Recuerda que tuvo entrenamiento militar—apostó Maicol.
—Por eso se nos ha hecho cuesta arriba encontrarlo—admitió Dani.
—Ya sabemos su modus operadi. Debemos ponerle una trampa... y cazarle—dijo el Capitán.
Así lo hicieron.
Mantuvieron vigilada las guaridas durante la semana hasta que le vieron aparecer envuelto en un impermeable verde bosque con sombrero. Entró en su guarida subterránea y cuando ellos se acercaron sigilosamente y fuertemente armados la cueva hizo explosión volando la entrada y tomándolos por sorpresa. En la polvareda el Caníbal salió disparando a diestra y siniestra. Ellos devolvieron los tiros a ciegas mientras intentaba seguirle el rastro, pero ya habían identificado la próxima guarida subterránea que estaba a escasos metros y lo acorralarían allí.
Entró a la guarida y otra explosión se hizo sentir dejando otra nube de polvo. Se escucharon gritos y maldiciones; y de pronto de la nada, apareció el Caníbal envuelto en llamas corriendo por la selva en una nube de humo y fuego aterrador.
Los tomó por sorpresa y por un momento el suceso inesperado les hizo perder el rastro debido a la nube de polvo que se esparció y el aire de la noche hasta que un Pemón dio con él.
—¡Capitán!
El Capitán se acercó al risco desde donde veía el cuerpo de un hombre carbonizado.
—Hay que bajar y revisar el cuerpo. Pero con cuidado; puede ser otra trampa—dijo terciándose la escopeta al hombro.
Los hombres le siguieron por la empinada, no era la primera vez que bajaban por un risco.
Al llegar olía a carne quemada y aún humeaba. Emiliano revisó el cuerpo y a pesar de estar practicamente carbonizado encontró la navaja favorita del Caníbal y el arma en sus manos. Además, la altura y contextura se correspondía con la del criminal.
Mientras subía el cuerpo con ayuda de cuerdas algo dentro de Emiliano se expandió. Una especie de libertad que creyó inalcazable. Y al verificar la cicatriz en la parte izquierda de la mano del cadáver; creyó alcanzar el Nirvana.
Era libre.
Finalmente.
***
Antonella vio a Yaya con cariño, sus mejillas se había redondeado y había adquirido color. Estaba animada y se valía por sí misma. El tratamiento había sido un éxito y Yaya estaba a un paso de la recuperación. Con una buena dieta y cuidados volvería a ser su Yaya de siempre.
Esa noche preparó una lasagna deliciosa con una ensalada César para agasajar a los invitados: Toribio, Gabriela y Antonella.
Llevaban dos semanas en la ciudad. Antonella pudo concertar una cita donde se firmaron los documentos de venta de la Villa. Formalmente la Villa no sería más de un Alcántara. Antonella aún no se fiaba de la recuperacion de su padre de la bebida, así que éste tuvo que firmarle un poder para que pudiera hacer los trámites en su nombre.
Gerardo no quería. El Capitán lo convenció. Antonella no supo cómo. Pero hubo promesas de huesos rotos si no firmaba el bendito poder. Gerardo le miró con odio mientras plasmaba su firma.
¡Por Dios Santo, era la bendita mascota del minero!
Poco le importaba a Antonella que su padre tuviera intenciones de volver a la ciudad o que le quedara algún derecho sobre su patrimonio. Porque ni ella ni el minero le permitieron salir de Casablanca. Y eso que se puso como basilisco cuando su hija emprendió la marcha junto a Toribio, Gabriela y el Capitán.
El Capitán le dio un pisotón que le hizo pegar un grito y lo dejó cojeando durante un par de días.
Ese animal con ropa, pensó Gerardo con reconcomio.
Su destino estaba decidido por los caprichos de su primogénita. La realidad era que por fin el destino le estaba dando buenas cartas a Antonella y estaba dispuesta a jugarlas a su favor.
La mejor carta que le dieron fue conocer al Capitán y hacer un trato con él. A partir de allí solo ha obtenido mejores manos: la recuperación de Yaya y su padre, apoyo en todos los sentidos y una sensación de paz inigualable.
Antonella estaba segura que de no conocer al Capitán su destino hubiera sido otro. Le gustara a Gerardo o no, aquel minero había salvado tres vidas: la de Antonella, salvandola de su desesperación, la de Yaya, ayudándola a recuperar su salud y la del propio Gerardo, arrancandolo de la adicción del que fue presa durante años.
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Editado: 21.01.2022