Corazón Dorado

Tarde de domingo

Era tarde cuando compartieron el almuerzo, sentados alrededor de la gran mesa, hablaban de sus cosas. La Yaya estaba muy contenta al ver a Nella recuperada. El brillo especial de la mirada celeste de la joven es como el de los luceros al amanecer, pensó el Capitán, sin poder evitar acariciarle la mejilla y robarle una sonrisa tierna, de esas, que lo hacían derretirse ante ella como si fuera un helado en el pavimento caliente. La Yaya le gustaba lo que estaba viendo entre esos dos jóvenes. Dios le había dado la oportunidad de seguir con vida para ver a su niña finalmente feliz acompañada por un buen hombre que la quería. El almuerzo constaba de un sancocho estilo cruzado, haciendo referencia al uso de dos carnes diferentes en su preparación. Siendo este, espeso y con verduras. Acompañado de arepas y de casabe crocante, elaborado con yuca amarga. Eso como primer plato. Como segundo plato, filete con guarnición de arroz y una colorida ensalada rusa. La conversación la tenía dominada Toribio con anécdotas graciosas que a todos les robaban una sonrisa.

—… Y cuando la iguana me mordió el dedo, pegué un salto que caí del chinchorro. Afortunadamente caí sobre mis propios pies—contó Toribio con aire digno.

—Bah, no mientas. Caíste de cabeza en el fango y parecías una rana platanera—añadió Emiliano con una risotada salvaje—. Todos nos reventamos de risa cuando se levantó y descubrió que la iguana seguía pegada a su dedo.

—Casi me arranca el dedo. No es gracioso, mi Capitán, usted está dejándome mal ante las damas presentes—agregó Toribio ruborizado porque todos se reían sin parar. Pretendía darle a la historia un matiz más heroico, pero su jefecito, no paraba de sabotearle la charla.

—Es cierto lo que te digo, Toribio. Pero si quieres, cuando lleguemos a la Casablanca atrapamos una iguana y te la pegamos del dedo para que demuestres como te salvaste de la anterior—propuso el minero con un brillo de astucia en ojos dorados—. Si logras hacerlo en menos de cinco minutos, te doy la pistola que te gusta. Mi Magnun 357, esa que te trae de cabeza.

—¿En serio mi Capitán? Oiga, pero yo escogería la iguana, no vaya ser que consiga una de esas que casi alcanzan los dos metros de largos y termine sin mano.

—No hombre, no te preocupes, seguro que lo logras y te llevas mi pistola con la rapidez de un rayo… Pero si pierdes… quiero tu colección de sombreros de pluma. Los veinticinco en total.

—Uff… yo…

Toribio se limpió el sudor de la frente ante la maravillosa posibilidad de ganar la Magnun. O la terrible de perder sus valiosos sombreros. Una vez escuchada la apuesta, algo dentro de él se doblaba como plastilina. Aunque era claro que el Capitán, cuando apostaba, siempre llevaba la ventaja, Toribio le costaba darse cuenta. Como si en su mente se apretara un interruptor y apagara la luz de la razón.

Cuando iba a abrir la boca, Nella lo interrumpió:

 —No hagas eso, cariño mío, por favor ¿sí?—pidió con suavidad al Capitán, acariciándole la mejilla—Es que me da mucha pena cuando después veo a Toribio llorando por sus sombreros.

—Está bien mi reina, será como tú digas. Usted es la que manda en mi mundo y en mi corazón. Dame un beso y sellamos nuestro trato.

Nella se acercó y le dio un tierno beso que en realidad se convirtieron en tres besitos seguidos.  

—Mi madre, pero cuanto sentimentalismo tenemos este domingo por la tarde. Parece que estamos viendo una telenovela mexicana—comentó Gaby con humor y soltó una risotada al ver que  el Capitán levantó la mano de su mujer y le dio otro besito para seguirle la corriente—. Tanta dulzura, Capitán. Quien lo viera ahora, comparado con el capi de antes, se va de culo.

—Eso pasa cuando uno se enamora Gabriela—agregó el Capitán con tranquilidad, asumiendo sus sentimientos.

—Afortunado el mundo, que puede enamorarse. Pero eso del amor, no es para mí—soltó con un chasquido de su lengua y un gesto vago de su mano, como diciéndole al amor que se apartara de su camino—. Demasiado rio ha pasado por este puente.

—Ay mija, ¿por qué usted dice eso? —pregunta la Yaya preocupada al notarla tan cínica siendo tan joven como su niña—. Puede encontrar un hombre decente que quiera compartir la vida con usted y formar una familia.

—Y qué tipo decente va querer juntarse con una pros…

—¡Prospera! —gritó Nella con ojos muy abiertos, la Yaya ignoraba que Gaby se dedicó a la prostitución —Una prospera comerciante, Yaya—agregó mirando a Gaby elocuentemente, que casi mete la pata con su nana.

—Eso, prospera, eso es lo que soy.


El Capitán cabeceó, un poco divertido por la situación. Antonella era tan remilgada en algunas cosas que protegía a su nana de todo lo inmoral. Para él era una tontería, como también lo era la burrada que Gaby acaba de decir de que no era para ella el amor… cuando siempre lo tuvo en sus narices.

—Por cierto, Gaby, hablando de sentimientos… el Negro andaba como loco—comentó—. Creyó que te habías marchado del pueblo. Y si vieras el escándalo que armó en la mina. Le tuve que decir que andabas con mi mujer porque yo creí que le daría un infarto. Te mandó a decir que esperaba que volvieras pronto porque quería conversar algo contigo. Me parece que serio porque... me lo encargó mucho.
—¿Algo serio?¿el Negro? —preguntó Gaby chasqueando la lengua con descaro—Qué interesante.
—¿Y qué tiene qué hablar el Negro con Gaby? Mi Capitán —Refutó Nella arrugado el entrecejo a lo que el Capitán sonrió—. En vez de reírle las gracias a su… estúpido trabajador;  debería de darle un ultimátum. Dígale que se aleje de Gabriela que ella ya no quiere que la busquen. Si con mi padre funcionaron sus amenazas, seguro que con el Negro también. Y así  se le quitan las ganas de perseguirla y proponerle… ¡indecencias!
—¿Yo? Pero qué tengo que ver con esos dos ¿por qué ? —preguntó perplejo, el minero.
—Porque sí. Porque lo digo yo. Que soy su mujer, la que manda en su mundo y en su corazón como lo acaba de decir aquí ante todos.

Divertido, porque se veía muy tierna peleando, el Capitán le dio un pequeño tirón a su cabello negro de bruja.

—Ya empezamos, mujer, Jú.
 




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