Corazón Dorado

Peligro y tesoro

 

—¡Felicidades al padre de la novia!

—Toribio, no me jorobes.

El hombre de pequeña estatura y sombrero de pluma, movió sus cejas de manera graciosa arrancando a Gerardo de su malestar. Le había pegado el susto de su vida agarrándolo cuando no se lo esperaba y ahora lo exasperaba con su comentario al recordarle a su futuro yerno.

—No sé qué hacer, si ya ese bruto se creía su dueño antes, imagínate ahora que la ha marcado con el anillo… ¡se pondrá insufrible!

—Ama a tu hija.

—Puedo verlo.

—Ella lo ama.

—Pfff...

—Sé que esto no es la vida a la que estás acostumbrado, mi estimado Gerardo. Sin lujos, perdidos en la selva. Pero tiene sus ventajas. Cosas hermosas que solo encontrarás aquí y en ningún otro lugar—abrió los brazos en un gesto.

La magnífica noche estrellada se extendía ante ellos y solo podían disfrutarla en Casablanca; en la ciudad la contaminación y la luz artificial mermaban la belleza nocturna pero inmersos en la selva era un fondo para los espectaculares fenómenos celestes.

Gerardo halló paz en la visión.

—Hace tiempo que no hay nada en la ciudad para mí—admitió en un suspiro—. Solo he sido una carga para todos. Y más para mi hija, ahora lo entiendo.

—Aquí trabajas, ayudas a los enfermos y lo más importante: a tu preciosa hija, la florecita.

—Es feliz—cambió el peso de un pie a otro y sin poder evitarlo sacudió la cabeza y sonrió—Carajo, tendré que soportar al demonio que tengo por yerno por un largo rato todavía.

—Yo diría que sí, Gerardo. El largo rato se convertirá en por siempre dentro de poco.

Y Toribio movió las cejas arrancándole una carcajada a Gerardo. Su hija era feliz. Y qué rayos, debía admitirlo: él también lo era.

                                                                          ***

—Señorita Antonella, al fin la encuentro sola.

—Dime, Cojo, ¿en qué puedo ayudarte?

La joven aminoró la marcha y cerró la chaqueta vaquera que se había puesto sobre el vestido para paliar el frío de la noche. Iba a avisarle a su Capitán que iría a casa ya que estaba cansada.

—He sufrido un accidente—comentó el hombre abriéndose la chaqueta y mostrando una mancha de sangre en su camisa.

—Oh Dios mío, ¿qué te pasó?

—Llevo mi navaja en el bolsillo y parece que la metí sin cerrar y me he hecho un corte tontamente. Creo que es profunda, señorita Antonella ¿podríamos ir al consultorio? Temo que se me infecte si no la atiendo ahora.

Antonella levantó la camisa y examinó la herida superficialmente.

—Dices que te la hiciste sin querer pero se ve profunda… es un corte limpio. Creo que tendré que darte unos puntos. Y sí, hay que ir al consultorio para hacerlo—contestó apretando los labios—Bueno, déjame avisarle a mi Capitán que estaré allá.

—¡Y contarle lo que me pasó! No, señorita. No dejaría de echar chistes a mi costa durante toda la semana. No quiero que se entere ni ahora ni nunca. Usted sabe como es el Capitán.

Nella sonrió con cariño pensando en su marido.

—Es cierto, es un pesado cuando se lo propone. Tampoco tardaremos tanto... Vamos.

—Gracias.

—No te preocupes, la idea es garantizarle el acceso a la salud a los habitantes de Casablanca. No sé cómo hacían antes de que llegáramos.

—Básicamente: intentábamos no morirnos.

Nella se rio de buena gana.

—Pues menos mal que llegamos. Mi padre ha conseguido el acceso a unas vacunas que evitará un brote indeseado de influenza. Ya llegamos.

Antonella sacó las llaves de la chaqueta y las metió en la cerradura del consultorio.

—Nadie quiere morir—susurró el Cojo y la joven volteó a mirarlo. Su rostro, poco agraciado, reflejó un horror repentino que la preocupó.

¿Será mortal? Se preguntó pensando en la herida pero antes de averiguarlo el hombre la tomó por el brazo y la empujó con tal fuerza que cayó de rodillas dentro del consultorio.

Se encendió la luz y lo que halló en la silla le sacó un grito.

—Ya está Caníbal. Ya cumplí. Aquí tienes a la mujer de tu hijo.
—Cierra la puerta y disfruta del espectáculo. Esto no termina hasta que termina.

El Cojo más manso que un cordero obedeció sin rechistar. Nella no dijo nada, horrorizada. Ante ella un fantasma. El Caníbal jugueteó con el afilado bisturí mientras sonreía dispuesto a recrearse en su sadismo palpable, más ahora que la mitad de su cuerpo cubierto de quemaduras mal cicatrizadas exteriorizaban su perversión.
Algo difícil de ver.

—¿Debo felicitar a la novia? ¿O reírme de la mula que destriparé con este lindo aparatito?—examinó el bisturí—Se ve filoso. Aunque no estudié medicina creo que apreciarás mi experiencia.
—Oye, Caníbal no quiero ver eso. Si vas a hacer lo que siempre haces, hazlo rápido y luego déjala.
—¿Violarla y dejarla ir sin tocarle un pelo? ¿No entiendes? Es una perra de Babilonia. Parece frágil, pero se chupa el poder de Emiliano. Lo doblega, mírala. ¿Crees que dejaría a mi hijo a merced de una cerda como esta? Él debe ser libre. Por eso no voy a parar hasta convertirla en un picadillo tan bonito que entre en una bonita caja—se corrigió con una sonrisa y un brillo especial en sus ojos—. Bueno, varias cajas. Y empezaré por ese dedo brillante. Ese seré primer obsequio de Emiliano. Oh... será perfecto.

El Cojo se dobló expulsando lo que contenía su estómago ante la desquiciada disertación del criminal. Antonella por el contrario se mantuvo alerta, la adrenalina le impedía caer desmayada. Estaba dispuesta a luchar, aunque reconoció que un corte de bisturí sería determinante. El instrumento era eficiente y no podía dejarse tocar por él pero ¿cómo lo lograría?

—Si permites que el Caníbal me haga daño, si permites que me toque un pelo: el Capitán te ahorcará—aseguró Nella con labios temblorosos a un Cojo que se limpiaba la boca con el puño—. No habrá lugar donde esconderse de su furia.
—¡Estaré muerto de cualquier manera!
—No si haces lo correcto. Si no me dejas a merced de un lunático como si fuera lo más normal del mundo.
—Precisamente por eso no te puedo ayudar.

La carcajada del Caníbal llenó el espacio.

—¿Intentas hacer que se voltee, Mulita? Lo tengo amaestrado desde hace años. ¿Cómo crees que me entero de lo que hace mi hijo?
—¿Has traicionado al Capitán todos estos años? ¿Dejaste que violara a su hija?
—No es su hija. ¡Es hija de él!—señaló al Caníbal con el gesto descompuesto—. Violó a Zulay y luego violó a su hija. Es un enfermo.

El Caníbal le miró con desprecio.

—Nunca me lo dijiste, cabrón.
—Odias a las mujeres y más una que provenga de ti. Yo regué el rumor de que Chusmita era hija del Capitán para salvarle la vida, solo quería que viviera. Solo quería... no pensé—se tomó la cabeza con gesto atormentando—... no quería que le pasara lo que le pasó... Me enferma pensar lo que hiciste pero no pude evitarlo—miró a la joven con pena—. No puedo evitarlo Antonella, no puedo evitar lo que te hará. Lo lamento.
—Estúpido cabrón, solo me debes explicaciones a mí.
—Si me vas a matar, mátame, ya no puedo más con tanta maldad.
—Estás salpicado tú también.
—¡No!
—Sí. Toda esa sangre, todo ese dolor, todo ese placer morboso sé que te excita tanto como a mí. Te la pone dura: admítelo. Es pura poesía.
—No, yo nunca haría lo que tú haces.
—Ya lo hiciste. Tú eres yo.
—¡No!

Antonella pasó como un rayo entre ellos, en menos de un segundo estaba fuera corriendo como alma que lleva el diablo. Había reconocido la oportunidad y la había aprovechado. El Caníbal salió del consultorio en tres zancadas, sacó el revólver que llevaba en su cinto y apuntó directamente a la espalda de la joven.

—Si así lo quieres, perra...

Oyó un clic a su espalda. Una frialdad en la sien y luego en la otra.

—Hola Junior...

Considerando que le apuntaban con tres armas, el Caníbal parecía de buen humor.

—Me has encontrado.
—Jú, no te veo demasiado bien, Caníbal. Creo que el infierno te escupió. Pero te llevaré de regreso con gusto.
—No le dispararías a tu padre...

El Capitán amartilló el arma y se regodeó en lo fácil que sería volarle los sesos.
Le quitó el arma sin dejar de apuntarle. Sus hombres procedieron a amarrarle con una cuerda manos y pies.

—Lleva un bisturí en el bolsillo—dijo el Cojo, pálido como un papel.

Le palmearon los vaqueros y lo desarmaron del todo.

—Cabrón, traidor—gritó el Caníbal viendo desaparecer su posibilidad de escape.

—El Cojo estaba con él. Es su cómplice, mi Capitán. Me entregó al Caníbal para que me lastimara—comentó Nella quien viendo el cambio de rumbo se acercaba sudada e impresionada por lo sucedido.

El Capitán se volvió lentamente con gesto asesino hasta encontrarse con la cara del traidor.

—Capi...

Un puñetazo fulminante lo dejó tendido en el piso. Fue Gerardo quien se lo propinó.

—¡Nadie lastima a mi hija, cabrón!
—Amárrenlo también—escupió el Capitán a sus hombres mientras abrazaba a su mujer y le besaba la coronilla.

Gerardo sacudió su mano dolorida.

—¿Qué harás con ellos? —preguntó Nella en un susurro.
—Entregarlos a la justicia. Que paguen por sus crímenes. No estarán más en Casablanca. Toribio, busca hielo para remojar la mano de mi suegro.
—Sí, mi jefecito—contestó el hombrecito antes de salir pitando.

Gerardo se olvidó de su mano y levantó la mirada. Aquellos ojos dorados le comunicaron respeto, una promesa y una amenaza latente si fallaba. Comprendió el mensaje tácito y asintió. El Capitán hizo lo mismo de forma solemne.

                                                           ***

Todo había pasado, la madrugada llegó y Nella se encontró de pronto en la cama sola. Fue al patio y vio a su amor sentado en una silla gastada mirando el cielo en silencio entre la oscuridad y la luz de luna. Los animales a sus pies como únicos acompañantes.

Le acarició la mano y se sentó a su lado, viéndolo tan sombrío.

—El infame Caníbal. Siempre ha estado tras de mí como sombra al acecho y hoy estuvo a punto de arrancarme el corazón al querer hacerte daño. Siempre llevaré su nombre en el mío y si te casas conmigo, perpetuarás su apellido. Entenderé si no quieres casarte conmigo Nella. Soy el hijo de un grandísimo hijo de puta.

Nella puso la cabeza en su hombro y enlazó los brazos alrededor de su cuerpo. El corazón del Capitán latió dolorosamente lento ante su silencio.

¿Seré arrojado al infierno?, se preguntó.

—Nunca me casaría con el hijo de un hijo de puta. Eso sería imperdonable—añadió con suavidad.
—Claro, supongo que querrás irte a la ciudad y comenzar de nuevo, ya que se vendió la villa y Yaya ha mejorado—el Capitán sintió una desesperación tan grande que le quemaba por dentro pero se la tragó intentando parecer fuerte—. Lo importante es que estés bien y que seas feliz. Yo estaré bien, no te preocupes.
—Estarás bien.
—Estaré bien—repitió con gesto completamente trágico.
—Estarás bien ¿me das tu palabra de que será así?

El Capitán se quedó en un largo silencio con la hiel entre los labios. Perderla sería el peor de los suplicios.

—Será un infierno no tenerte—prorrumpió sin poder ocultar su dolor.

Nella se lanzó a sus brazos soltando una risa cristalina.

—¡Claro que me casaré contigo! Emiliano García, Juan Pérez o Torombolo, no me importa tu nombre. Eres el Capitán de mi vida y de mi corazón y te amo muchísimo.

Emiliano la abrazó con tal fuerza que quería fundirse con su mujer y mientras la besaba su corazón lanzó destellos de luz y calor y felicidad. Por fin halló el tesoro que había buscado todos estos años.

El más valioso de todos los tesoros en el mundo.

El amor.




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