Corazón sin ley

CAPÍTULO 6. Tranquilo mi doctor.

Entre caricias y miradas apasionadas entramos a mi departamento, cierro la puerta y me dedico a observarlo, mejor dicho, nos dedicamos a comernos con la mirada, madre día que hombre más caliente, que me muero solo con su mirada azulada, vaya noche la que me espera. 

Se acerca… se acerca y termina con los espacios que hay entre los dos, sus ojos están brillosos, parecen el purito fuego cuando está ardiendo y yo me quedo viendo como ese hombre con sus dedos recorre mis hombros descubiertos, se me eriza la piel ante su contacto. Recoge mi cabello en una mano mientras que con la otra suelta las tiras del bañador, éstas ceden poco a poco hasta dejar mis pezones expuestos a su vista y se endurecen. 

Me muero por besarlo, digo en mi mente y parece leer mis pensamientos. 

—Créeme Luciana, yo también me muero por probar esa boquita tuya —susurra en mi oído y casi jadeo. 

Su nariz recorre mis hombros, mi cuello, mis mejillas, la intensidad que veo en sus ojos me deja anonadada, no se hace esperar, primero amasa mi labio superior y luego el inferior, nos besamos pausadamente, sin exigirnos mucho, mi lengua roza su labio inferior y lo escucho gruñir, Jesús que sonido más sexy. 

—Traviesa mi pelirroja —murmura entre beso y beso. 

Nuestros los labios se chupan con más frenesí, hambrientos de satisfacernos, el doctor bonito lleva sus manos a mis caderas y la pega contra su pelvis, gimo al sentirlo, sus manos se posicionan en mis nalgas y las aprieta. Nuestras respiraciones se vuelven pesadas, me quejo al sentir que se separa. 

Lleva sus manos de mis nalgas a mis senos y los estruja, los masajea, luego se agacha un momento, ve mis pezones erectos y luego me ve a los ojos, yo no sé qué está esperando para atacar.

Se vuelve a pasar la lengua por los labios, agarra mi pezón derecho lo acaricia con sus dedos mientras que a mi pezón izquierdo le da un mordisquito primero para después llevárselo a la boca. Me deja sin aliento, lo lame como si no hubiese un mañana, el pensar en su lengua en mis pezones me hace lubricar, nos dirigimos a uno de mis sofás y allí me deja, se sitúa entre mis piernas y ataca mi otro pezón. 

Gimo, jadeo, suspiro, lloro, y no quiero que pare. El placer que estoy sintiendo es tan... intenso, abrumador; dejándome llevar acaricio su cabello mientras él se dedica a mis senos, dispuesta hacerle sentir el mismo placer que estoy sintiendo, me levantó y lo siento a él. Lo arrincono contra el sofá y ronroneo en su oído:

—Déjese llevar doctor La Cruz. 

Ataco su boca decidida a dejarlo sin aliento. Entrelazo nuestras lenguas y le doy uno que otros mordisquitos, recorro toda su boca, me separo un segundo, una de mis manos se cuela por su franela, suspira. Paso mi lengua por su cuello y llego a su oído, lo muerdo, lo muerdo y desciendo, lentamente, le quito la franela blanca y queda expuesto su abdomen, el doctor es todo un adonis, divino. 

Dejo un reguero de besos en cada parte de su pecho, llego a sus abdominales y este se endurece, bajo la vista y quiero lamerlo al ver ese bulto en su bermuda, lo aprieto y gime:

—Se buena preciosa. 

—Tranquilo mi doctor —digo bajito—. Esta noche disfrutarás todo el placer que una pelirroja te puede dar. 

Llego a su ombligo y lo lamo, bajo y bajo y llego a su bermuda, con suma delicadeza se lo quito y arrastro el bóxer de una vez. Madre santa todo lo que esconde este hombre, su pene erecto salta al liberarlo, lo quiero en mi boca ¡ya! 

Levanto la mirada y me come, que placer tan grande Jesús. Lo agarro desde la base y poco a poco voy subiendo y bajando mi mano, beso el glande y me lo llevo a la boca, lo chupo, lo beso, lo aprieto, lo masturbo y me animo hacer más profundas mis lamidas al notar su mano en mi cabello para que intensifique mis movimientos y sus gruñidos, su respiración se acelera.

En un segundo me levanta y me quita la parte de abajo. 

Me pone a cuatro patas, volteo y lo veo ponerse un preservativo, para después situarse detrás de mí y poner su miembro en mi entrada, vibro, tiemplo y jadeo, de una certera estocada está dentro de mí. 

—Jesús, que rico —chillo al sentir como se mueve pausadamente. 

Agarra mis cabellos en una mano y vuelve a embestirme duro y jadeo como loca. Como coge el doctor bonito, escucho sus gruñidos con cada embestida y yo siento que estoy en el paraíso, todo mi cuerpo vibra al sentir sus dedos en mi clítoris. Voy a explotar, lo sé. Sus movimientos se vuelven lentos, se sale de mi interior y me quejo, se sienta en el sofá, y me coloca encima de él, me dejo caer completita y lo siento en todo mí ser. Suspiro echando la cabeza hacia atrás por la sensación tan placentera

—Que placer —dio entre jadeos. 

—Cabálgame preciosa —muerde mi cuello y jadea—. Muévete para mí pelirroja. 

Y así como me lo pidió así lo hago, me muevo con tanta intensidad que sus manos se sitúan en mis caderas, mi vagina succiona su pene. Me siento en otro mundo, el orgasmo se acerca y ya quiero terminar con esto. Me siento abrumada, siento que me desmayaré en cualquier momento, me muevo dos veces más hasta llegar a la punta de la montaña y dejarme ir, él me levanta y me da una certera estocada y tras morderme el cuello y gruñir sé que ha llegado. 




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