Corazón sin ley

CAPÍTULO 14. ¿Un pajarito rubio?

—¿Conoces la Isla de Coche? —me pregunta mientras esperamos para bajar del ferry. Aún no pisamos el puerto, pero sería cuestión de minutos atracar.

Lo miré de reojo, su cabello se encontraba despeinado por el viento, y mentiría si no me gustaba verlo así, natural, carismático, pícaro, sensual, entre otras muchas, muchas cualidades del doctor bonito.

Miro a mi alrededor y todo parece tan familiar, cerca del puente se podían ver los puestos con ventas de empanadas, arepas, pastelitos, tequeños, perros calientes. Es como si momentáneamente me hubiese trasladado a Punta de Piedras. 

—Sí, bueno conocerla como tal no, solo playa El Amor, hace un año aproximadamente vine con Arnaldo y Federica. —dije mientras veía como poco a poco bajaba la compuerta.

—Mi padre nació aquí y años después mis abuelos se trasladaron a Margarita, aunque actualmente están viviendo aquí —hace una pausa mientras bajamos—, te diría para fuésemos a visitarlos, pero ya sé tu respuesta. Por eso hice una reservación el hotel y no les avisé que venía como otras veces.

El camino hasta el hotel lo recorremos en completo silencio, un silencio incómodo que de pronto se instaló entre los dos. Y sé que eso se debe a mí, pero no puedo arriesgarme más de lo que ya lo estoy haciendo.

Más lujoso no podía ser el hotel, en la entrada hay un camino de piedras, y a medida que se va avanzando esas piedras van tomando el diseño de flores, al estacionarnos Juan me ayuda a sacar mi maleta, camina delante de mí, mientras yo me quedo absorta a mi alrededor, pura arena y el sol en su máximo potencial, lo que me recuerda que debo echarme inmediatamente protector antes de agarrar una fuerte insolación.

La entrada del lobby está adornada por setos, tulipanes y lirios, a los lados hay mesas a juego con sus respectivas sillas y en el centro hay un juego de muebles de madera con los cojines en color beige.

Saco mi celular y hago una foto del lugar para publicar mil años después.

—Luciana permíteme tu cédula. —dice mi doctor bonito bajando sus lentes pícaramente mientras sonríe.

Lo miro, y parece relajado, y no tenso como estaba en el auto. Saco mi identificación del bolso y se lo entrego. Lo veo caminar hasta el stand mientras lo atiende una joven, y lo mira como si fuese el único hombre en el planeta.

Aquello me produce un amargo sabor, para disimular me hago una selfie con la playa y el sol de fondo. Sin poder aguantar un minuto más me acerco a Juan y lo rodeo por la cintura.

—¿Está todo en orden cariño? —cuestiono mirando a la joven y leyendo en su placa: Astrid Herrera. La joven intenta decir algo, pero a la final no dice nada.

Por el rabillo del ojo veo a Juan morderse los labios para no carcajearse.

—Todo en orden nena —susurra pícaro en mi oído.

Trato de no suspirar por su cercanía, pero me es imposible, tan solo su olor me hace enloquecer.

—Aquí tienen —dice Astrid entregándonos nuestros brazaletes y rompiendo la magia del momento —. Disfruten su estadía, para cualquier solicitud llamar a la extensión 200.

Nos despedimos de ella.

—Luciana ¿qué fue eso? —pregunta el doctor bonito riéndose.

—Nada cariño —respondo haciendo énfasis en la última palabra. 

—¿Marcando territorio mi pelirroja? —Me da un beso en la sien derecha—. Vamos almorzar que muero de hambre.

 

Una hora y media después entramos a la habitación, y me quedo sin palabras.

Hay un camino de pétalos de rosas rojas desde la entrada hasta  el pie de la cama, y en el centro de ella una charola de aluminio con una botella de champagne, dos copas y unas galletas red velvet, alrededor más pétalos de rosas; se escucharon los primeros acordes de Aquí estoy yo de Luis Fonsi.

Mi tonto corazón se acelera y me llevo las manos al rostro aun sin creer lo que estoy viendo. Me quedo en el mismo lugar observando cada detalle, la delicadeza de los pétalos en el suelo, la estabilidad de la charola en la cama, la vista del mar desde el balcón y la dulce melodía envolviéndonos.

Suspiro, todo el ambiente es tan lindo y sensual. Juan se posiciona detrás de mí y dice con picardía haciendo énfasis en la última palabra:

—¿Te gustó la sorpresa cariño? —me volteo y lo veo.

Lo veo de arriba abajo  pensando que decir, las palabras se me quedan trabadas al escuchar:

Aquí estoy yo con un beso

Quemándome los labios

Es para ti, puede cambiar

Déjame entrar.

Le pido al sol

Que una estrella azul

Viaje hasta ti y te enamore en su luz.

Aquí estoy yo

Abriéndote mi corazón

Llenando tu falta de amor

Cerrándole el paso al dolor

No temas yo te cuidaré, solo acéptame.




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