Corazón sin ley

CAPÍTULO 16. Almuerza conmigo.

La piel de mi espalda arde. En dos días quedé peor de lo que suelo quedar aquí. Ya entiendo porque dicen que el sol en la Isla de Coche es más fuerte que aquí en la Isla de Margarita.

No quiero levantarme de la cama, pero debo hacerlo sino se me hará tarde, me muevo en la cama y encuentro a Juan boca abajo, desnudo de la cintura para arriba con el cabello despeinado. Me embriago de esa imagen y mi vientre se calienta.

Maldición.

No puede ser que todavía le tenga ganas con todo el sexo que hemos tenido estos días, esto de verdad que no puede ser sano. Me estoy preocupando que de pronto  me esté volviendo ninfómana.

Sonrío al recodar como terminó nuestra visita con sus abuelos. Al final de la tarde me convencí que hice bien en proponérselo, su cara me lo dijo todo. Su alegría me contagió. Los señores La Cruz se despidieron de besos y abrazos, como si nos conociésemos de toda de la vida, en esas horas me hicieron sentir querida y se los agradecí. La verdad es que son unos señores muy tiernos a pesar del momento incomodo que pasé; fingieron comprender que entre su nieto y yo no pasa nada más que una “amistad”.

Cuando me estaba montando en la camioneta me dejaron saber que no se comerían ese cuento por mucho tiempo, pero lo dejarían estar mientras tanto. Nos invitaron a ir más seguido, y mi doctor bonito incapaz de negarles algo a sus abuelos, prometió ir pronto.

Se puede decir que pasé un fin de semana de lo más apoteósico, y volver al trabajo es lo menos que quiero. Pero el deber me llama. Me levanto y me voy a llamar, si cuando salga del baño Juan todavía está dormido lo despertaré para que se aliste.

Estamos los os en la cocina desayunando con unas tostadas y frutas, hoy no llevo almuerzo, me tocará comprarlo en el cafetín o en todo caso ir a Ecocenter con Federica y Arnaldo.

—Te invito almorzar —habla.

Lo veo extrañada, es imposible que me haya leído el pensamiento y sepa que no llevo almuerzo.

—No me veas con esa cara pelirroja, sé que no te di tiempo de prepararlo —aclara, se mueve por la isla de mi cocina, posicionándose a mi lado—. Almuerza conmigo, si quieres puedes venir en tu carro, no necesariamente tienes que ir conmigo.

Lo veo…

Lo veo… no sé si eso sea lo mejor.

—Luciana me aseguraré que nadie nos vea —sus ojos azules me analizan—. Prometo no ponerte en peligro.

Y termino aceptando.

Para que negarlo soy una blandengue con él, la pregunta es: ¿quién no lo sería?

Con semejante hombre, cualquiera le baja la luna y las estrellas.

 

—¡GUAU! —Exclama mi amiga al verme llegar a la oficina—. Tú sí que estas colorada, más de lo normal, ¿algo que debas contarme bandida?

Pongo los ojos en blanco.

Antes de responderle me cercioro que no esté Sonia y después camino a cerrar la puerta que comunica el departamento de contabilidad y administración.

—Eres una guarra —murmuro. Dejo mis cosas en mi cubículo y voy al suyo—. ¿Y eso tan temprano?

No son ni las ocho de la mañana, conozco la respuesta que me va a dar, pero me hago la tonta.

—No te me hagas la mentecata que sabes perfectamente que cuando llego temprano es porque estoy con el imbécil de tu amigo —gruñe pasándose la mano por su melena dorada—. Hoy quiero estar tranquila, necesito paz o terminaré asesinando a alguien, cada vez me gusta menos tener que levantarme un lunes temprano, por Dios, si las dos aborrecemos los lunes.

Tiene razón.

Los lunes pasan cosas malas. Suelen decir que los martes y viernes 13 son días malos, pero en ese entonces no tomaron en cuenta que los lunes es el día más caótico de la semana, porque después de pasar un fin de semana relajado tienes que despertarte bien temprano e ir a resolver el mierdero de tu trabajo y solucionar lo que haya pasado en un fin de semana.

Suspiro.

Es el primer día como adjunta encargada del departamento de Contabilidad y no quiero estresarme. He de llevar la fiesta en paz, lo que me recuerda que dentro de pocos días habrá junta de compras y ha de estar pendiente de lo que se solicite.

Es capaz que hoy mismo venga la  Lcda. Ferrer, la contralora, hablar conmigo.

—Eh, eh, no te me pierdas —habla Federica—. Tienes que decirme dónde estabas para agarrar ese bronceado y tienes que decirlo ya antes que llegue Sonia y no podamos hablar.

La loca de mi amiga no me deja tranquila hasta que le cuento cada detalle de mi fin de semana, tengo que taparme la cara por la vergüenza cuando Fede empieza a dar brinquitos por el detallazo de la habitación.

Lo recuerdo y suspiro. Fue algo muy bonito la verdad.

La rubia loca del departamento de contabilidad pega más brinco cuando se entera que conocí a sus abuelos.

—Ese es el hombre de tu vida —segura.

Niego.

—No, no lo es. Y deja de estar inventando cosas.

—Por favor Luciana, ¿qué hombre va presentarte sus abuelos? Ni siquiera yo conozco los de Arnaldo —hace una pausa, para después agregar—, tienes al doctorcito agarro por la chiva. Ten por seguro que nadie correría a presentártelos y si lo hizo es porque más adelanta piensa en tener una relación contigo.




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