Corazón sin ley

CAPÍTULO 21. Muero por besarte desde hace mucho.

Juan: Vi que disfrutaste tu viernes. Luciana, ¿No crees que ya es momento de hablar?

Y vuelve el perro arrepentido. Hago lo mismo desde que nos peleamos, borro su mensaje y así no sufro la necesidad de responderle.

Recordar el viernes en la noche me saca una sonrisa, tenía semanas sin sentirme así. Plena, alegre, emotiva. Me encontré con Estefanía a la hora acordada, cancelamos nuestra entrada y pasamos. Dentro estaban los dos ambientes, como en Rainbow Night, la música de afuera estaba amenizada por unas electrónicas y decidimos quedarnos en una mesa cerca de la separación de la discoteca y la playa.

A los veinte minutos fueron llegando nuestros compañeros y se los fui presentando a Estefanía. Al llegar la una de la mañana éramos un total de diez personas, Edwin, Joshua, Emilia, Lara —una chica del laboratorio —, Johnny —un enfermero —, Sara, Rafael, Estefanía y yo.

La noche nos pasó súper tranquila, entre bailando y bebiendo, en mi caso moderadamente porque debía conducir.

Entrada la madrugada y achispada un poco por el alcohol todos nos hicimos fotos y las subimos a nuestras redes, que vean, que se deleiten los chismosos. A fin de cuentas no estamos haciendo nada malo. En un momento dado mi compañera fue al baño con Emilia.

A lo lejos observé a Lara y Joshua en una actitud más que amigos. No soy quien para juzgar, pero creo que deberían cuidarse un poco más. Enfoco a los demás y están inocentes los avances de seducción de la secretaria con el técnico de soporte. Respiro tranquila por ese lado.

Suena Como el viento de Juan Magán, la tarareo, mientras me recuesto de la barandilla de la división. Pierdo mi mirada en la oscuridad de la madrugada, me dejo envolver por el sonido de la playa y el de la música.

Por eso no noto cuando a mi lado lleva Edwin.

—¿Quieres bailar? —cuestiona, voy a negar, pero me llega su olor.

Una de mis debilidades son los perfumes exquisitos de hombres. Y debo decir que a pesar de todo el ajetreo de la noche, huele divino.

Acepto.

Agarras mis caderas y nos dejamos llevar por Como el viento.

 

Ella va y viene como el viento (Ah-ah)

Solo disfruta del momento (Nara-na)

Como si se acabara el tiempo (Oh-oh)

Y ya no se quiere enamorar

Ella va y viene como el viento (Va y viene)

Solo disfruta del momento (Del momento)

Como si se acabara el tiempo

Y ya no se quiere enamorar

Sube la mano arriba y mueve la cintura

Date media vuelta y ponle sabrosura

¡Ay!, menea pa'quí, menea pa'llá

Y vamo' a bailar

 

Susurra en mi oído— ¿Vas y vienes como el viento?

Lo veo fijamente, perdiéndome en sus ojos nada parecidos a los azules que alteran mi sistema nervioso. Le doy una sonrisa.

—Podría besarte aquí mismo si me lo permitieras —jadea en mis labios.

Eh...

¿Cuándo nos acercamos tanto?

Se me eriza la piel. Maldición. Sus ojos a pesar de no tener el poder de mi doctor bonito me debilita.

—Última oportunidad de retirarte Luciana —su voz—. Muero por besarte desde hace mucho —termina confesando lo que ya sabía.

Me digo que solo le daré una probada. Con este acto no estoy vengándome de Juan, porque él no me está viendo.

Corté la distancia entre nuestros labios y lo besé. Suave, envolviéndome en la calidez de su boca. Mi cuerpo no reaccionó como hubiese querido, aquellos labios no hacían la presión necesaria para hacerme enloquecer y volar. Aquellos labios no eran los de Juan La Cruz, el hombre que ponía mis nervios, mi cuerpo y mi mundo a temblar.

Mientras me besaba con Edwin, no podía dejar de pensar en lo tonta que fui al enamorarme del doctor bonito. Eso traerá consecuencias, y no quiero pensar en ellas. Detuve a Edwin cuando sus manos acariciaron mi cintura, buscando más acercamiento entre nuestros cuerpos.

—Dis-discúlpame —tartamudeó apenado, sus pupilas estaban dilatadas por el placer que le dio mi beso.

Inhalé y exhalé.

—Edwin, sé que no debí permitir que me propusieras eso, y mucho menos be...

—¿Te arrepientes? —pregunta con su mirada fija en mis gestos para no perderse detalle.

¿Me arrepentía?

No, no, y no. Porque gracias a ese beso dulce me di cuenta y corroboré para mí misma cuáles son los labios que en realidad deseo. Cuáles son los labios en que quiero perderme cada noche y cada mañana.

—No, no me arrepiento —murmuro, veo a nuestros compañeros y no sé enteraron de nuestro besuqueo—. Pero sabes las reglas de nuestro trabajo, sabes que no podría haber nada entre tú y yo, porque eres muy guapo.




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