Corazón sin ley

CAPÍTULO 24. Eres eso y mucho más.

El día sábado lo pasamos en mi departamento con mis padres. Mi padre nos cocinó un caldo de pollo para la resaca y después nos hizo uno de sus exquisitos pastichos, de esos que te hacen querer chuparte los dedos. Ese día me confirmó lo que venía pensando de la noche anterior, Juan se los metió en un bolsillo y están encantados con él.

Tal vez por eso nos encontramos en el Restaurant Fondeadero, uno de los preferidos de mi padre. Estamos esperando que la familia de Juan haga acto de presencia. Estoy nerviosa, ¿para qué negarlo? Es la verdad.

Suspiro.

Bendita sea la hora en que acepté este almuerzo. Pero sabía que no podía retrasarse más, es momento que mi relación con Juan La Cruz tome otro color. Conoció a mis padres como mi pareja, es momento que sus padres me conozcan como su pareja y no como la hija de sus amigos.

—No tienes por qué estar nerviosa —susurra en mi oído. Esa voz. Ese tono ronco que me debilita. Enfoco mi mirada en sus ojos—. No tienes por qué sentirte así, los conoces pelirroja.

Claro, no tengo porqué sentirme así, pero siento que se me va salir el corazón por la boca. Es algo que no puedo evitarlo, por más que lo intento, no me gusta sentirme así. Suspiro.

—Luciana, cariño tranquila —agarra mi cara entre sus manos. Mis ojos bajan a sus labios y me da lo d que manera silenciosa le pido.  

Mi papá carraspea.

—Juan vienen entrando tus padres —anuncia, luego me da una mirada—, no creo que te guste conocer a tus suegros comiéndole la boca a tu novio.

¿QUÉÉÉ?

Me doy cuenta que eso es lo que esta haciendo. No era un simple beso, le estaba aspirando la boca a mi doctor bonito. Mi madre niega y dice:

—Déjalos tranquilo, hombre — aguanto la risa cuando madre le da un pellizco—. La niña está nerviosa, ¿no recuerdas como estabas tu cuando conociste mi padre?

Oh.

Golpe bajo.

—¡Mi pelirroja favorita! —exclama el doctor La Cruz. Nos levantamos, y voy a darle un beso en la mejilla cundo intervine mi madre.

—¿Quién te dijo que se refiere a ti, cariño? —me pregunta mi madre. ¿Cómo? todos a nuestro alrededor sonríen—. Claramente habla de mí.

La veo con mala cara.

—Lo siento mi chica fuego, pero tu madre tiene razón —interviene el doctor La Cruz, Juan me ve detrás de su padre con una sonrisita burlona.

—Luciana un gusto verte —habla la doctora Jones, se acerca para darme un abrazo y un beso, susurra en mi oído—, me alegra que mi hijo esté loco por ti.  

Me pongo nerviosa. No sé qué responderle y asiento. Saludo a la menor de los La Cruz, que como cada vez que me ve enreda sus dedos en mi cabello.

—Giovanna no la molestes —regaña Juan.

—No te pases de listo hermano mayor, yo la vi primero que ti, así que comparte conmigo ese pelo —refunfuña—, ¿por qué no nací con ese pelo?

—Por favor Giovanna no comiences —le dice mientras me ve fijamente, sacándome una sonrisa—. Siempre puedes teñirte el cabello.

—¿TEÑIRME EL CABELLO? —Chilla—, ¿estás loco Juan? ¿Sabes cuánto daño voy hacerle a mi cabello para ponérmelo exactamente en ese tono? Se me puedo hasta caer, y no gracias. Prefiero usar una peluca.

—Cariño por favor compórtate —la reprende su madre.

Nos sentamos y los nervios se me vuelven a disparar, Juan en cualquier momento ha de hablar con sus padres y presentarme formalmente. Frente a mi tengo a la hermana de Juan, a mi lado está él, encabezando la mesa están su padre y el mío con sus respectivas esposas a los lados, quedando un puesto vacío al lado de la menor.

—Padre, madre —se aclara la garganta mi amor, me dedica una mirada que me enternece—, sé que conocen a Luciana, pero hoy quiero presentársela como mi pareja, como la mujer que alegra mis días y todas mi8s mañanas —me ruborizo, bajo la vista. Él toma mi cara y la levanta— porque eres eso y mucho más mi sexy pelirroja.

Ok.

Ok.

Ok.

Mi madre aplaude con mirada soñadora, mi padre sonríe junto al doctor La Cruz, esto no hará más que fortalecer su amistad.

—Te conocemos desde hace unos años —comienza hablar la doctora Juana—, uno siempre quiere para sus hijos lo mejor y tenlo por seguro cariño que tú lo eres. Desde que te conocí me agradaste, eres una hermosa mujer criada con valores, con unos padres que se desviven por ti y que te han enseñado a valorar los sentimientos de los demás —hace una pausa en la que Juan refunfuña—, sé que tú serías incapaz de hacerle daño a mi niño, así como espero que él sea incapaz de hacértelo a ti.

—Madre por favor me está avergonzando —señala mi amor—, además tengo 31 maños. Soy un hombre hecho y derecho. Y como se los dije a sus padres, se los digo a ustedes mi intención nunca será hacerle daño a Luciana, porque ella lo es todo para mí.

—¿Quién iba a imaginar que mi engreído hermano terminaría enamorado? —pregunta burlona Giovanna. Su padre le da una mirada y levanta las manos en son de paz—. Vale, vale las burlas para otro momento.




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