Corazón sin ley

CAPÍTULO 26. Tu lo pares y yo lo bautizo.

—¡Hey! ¡Luciana! —exclama Federica.

Estoy con las chicas en el restaurante del hotel, pero mi mente está muy lejos de este sitio. Aunque ni tanto, mi mente se halla a unos metros de aquí, específicamente en la habitación que comparto con Juan

Suspiro.

No dejo de en nuestro despertar, se sintió diferente, igual que cuando vinimos por primera vez. La habitación estaba llena de rosas y velas. En la cama nos esperaba una botella de MOËT & CHANDON ROSÉ IMPERIAL junto a dos copas, al lado estaba un pote de chocolate y una canastita de fresas.

Sentí como caminó por la habitación hasta situarse detrás de mí. No nos separaba nada, en mis nalgas podía sentir como su miembro se iba endureciendo. Aquello me hizo suspirar y restregarle el culo.

Mi cuerpo comenzó a despertarse, mis vellos se erizaron, mi respiración se aceleró cuando hizo el recorrido lento desde mis manos hasta mis hombros, para luego bajar por mi pecho.

—Me vuelves loco pelirroja —su voz ronca me excitó más de lo que encontraba, agarró mi cadera y se restregó contra mí—. No me canso de tenerte, de acariciarte, de perderme en ti, en tu cuerpo. Soy insaciable contigo cariño, porque contigo nunca es suficiente, contigo mi vida es acelerada, me revolucionas Luciana. Haces mi sangre hervir. Me tienes todo el tiempo empalmado. No te haces una idea de cuanto me contengo cuando te veo caminar por la clínica.

—J-juan —gemí en sus brazos.

Su mano libre fue a mi cara, me volteó y atacó mis labios. Me dejé llevar por el rico sabor de sus labios, por sus besos ardientes, su olor varonil enloqueció mis sentidos y sin darme cuenta me desvistió. Sus pupilas estaban dilatadas, igual que debían estar las mías. Nuestras respiraciones cada vez se hicieron más pesadas.

Me volteé, con manos temblorosas por las miles de sensaciones que azotaban mi cuerpo, lo comencé a desvestir. Mis ojos no dejaron ni un segundo los suyos, ni siquiera cuando desabroché su pantalón. Ambos quedamos como Dios nos trajo al mundo. Como Adam y Eva en el paraíso, porque así me sentía en esos momentos.

Se alejó de mí, yendo por las copas y el champagne.

Nos sirvió, destapó el pote de chocolate, agarró una fresa y la sumergió en él. Mis ojos siguieron todos sus movimientos, me guiñó el ojo, relamió sus labios y se llevó la fresa con chocolate a la boca.

Mier-da.

Mis pulmones quedaron sin aire. Esa imagen nubló mi vista, mi conciencia, mi razón y todo mi ser. Después de eso fuimos un nido de pies y manos, no sabíamos donde empezaba uno y donde terminaba el otro. Nuestros cuerpos se comunicaron, se hablaron y se entendieron entre ellos. Fue asombrosa nuestra conexión.

—¡Luciana! —la voz de ambas me trae al presente.

Por unos minutos olvidé donde me encontraba. Ese es el poder que Juan tiene en mí, me hace olvidar hasta mi nombre.

—Luciana, no nos estabas escuchando —gruñe Federica. Estefanía me queda viendo sospechando el rumbo de mis pensamientos.

—Discúlpenme chicas —digo para calmar las aguas, sino mi amiga hará una tormenta en un vaso de agua.  

—Es obvio que estabas con la cabeza en otro lado —añade con amargura. Me estudia bien y continua—. Juan, Juancito salte de la cabeza de mi amiga que no la dejas ni pensar.

Estefanía se ríe a carcajadas. Las veo con ganas de matarlas.

—Eh, eh. A mí no veas así —se defiende Estefa—. Yo no tengo la culpa que mi primo te tenga en las nubes y no puedas concentrarte en nuestra conversación.

Pongo los ojos en blanco.

—¿Quién les dijo a ustedes par de arpías que estaba pensando en Juan? —inquiero levantando mi ceja izquierda. Ambas se ven durante dos segundos y sonríen burlonas.

—Tu cara —dicen al mismo tiempo.

—Tú lo pares y yo lo bautizo —se carcajea Estefa.

Arrugo la cara, que feo a sonado eso.

—¿Ofendí a la niña fresa?

—Sí, la ofendiste al decir que serás la madrina de mi bebé y no ella.

Simplemente no les sigo la corriente. Dejo que sigan diciendo burradas. Me concentro en nuestro alrededor. El sol en la isla de Coche está en su máximo esplendor, el viento despeina mis cabellos. Verifico la hora en mi celular, 9:30am.

Juan y Arnaldo no han regresado a nuestra mesa. Se me hace raro que demoren tanto, a pesar de lo renuente que estuvo mi amigo al principio terminó aceptando que ese es el hombre que me mueve el piso.

—Luciana, queremos preguntarte algo.

Jesús misericordioso, que tendrá esa cabecita en mente.

—¿Qué quiere preguntarme?

—¿Cómo es el doctor bonito en la cama?

Y dale la burra al trigo. Desde que le comenté la primera vez que estuve Juan no ha dejado de preguntarme por eso, cuando pienso que va a parar s cuando más fuerza agarra y ahora que está acompañada y apoyada por Estefa más todavía.

—Cuéntanos como es mi primito en la cama.

¡NI LOCA!




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