Corazón sin ley

CAPÍTULO 31. Mi sexy y ardiente mujer

Es el cumpleaños de Giovanna La Cruz. Toda la familia y yo estamos de fiesta, la pequeña demonio cumple sus 18 años, y Juan está eufórico por su hermanita.

Me imagino lo bien que se ha se sentir cuidar a otro ser tan chiquito y llamarlo hermanito, nunca tuve esa experiencia. Extrañamente me dan unas ganas de llorar, pero ahuyento ese sentimiento. No es el momento adecuado.

Me recuesto en el asiento, dejo mi mente vagar en los acontecimientos del día de hoy.

En cuanto llegué a la oficina bien temprano fui informada que encontraron la persona idónea para el puesto de Gerente Contable, en ese momento también me entraron unas ganas de llorar, pero se lo atribuí al tiempo que estuve llevando las riendas.

Despejé mi mente, puse cara mi mejor cara y me dirigí a la oficina de junta directiva.

—Buenos días —entro saludando, junto a los socios y la gerente general hay otra mujer. Me imagino que es la persona que contrataron para ser la nueva contadora.

Los siguientes minutos me los pasé sonriendo y dando las gracias. Por dentro, mi cabeza era un nudo de pensamiento, mi estómago no me ayudaba, estaba experimentando un montón de sensaciones, pero mi cuerpo no me ayudaba a nada.

Media hora después me tocó intervenir y hablé, hablé y hablé de todo el trabajo que estábamos realizando.

Al finalizar dije con voz firme y una sonrisa:

—Bienvenida a Centro Clínico El Valle, Lcda. Florencia González —le tiendo la mano—. Será un placer trabajar con usted.

Escucho voces y me despierto, ¿Cuándo me quedé dormida? Solo recuerdo haberme recostado en el asiento, íbamos vía a un nuevo restaurante en la Av. Bolívar.

—Cariño, llegamos.

Me volteé y vi a mi amor con una sonrisa de lado. ¿Por qué me sentía como si hubiese pasado una semana haciendo ejercicios?

Sentía una pesadez para nada agradable.

Juan se inclina, para darme un beso, un beso que devuelvo con todas mis fuerzas. Me pierdo en su rico aroma y en su delicioso beso. Jadeo cuando toma entre sus dientes mi lengua.

—Bajemos antes de que te desnude aquí mismo —susurra a escasos centímetros—. Me enloqueces pelirroja, y verte con botas es mi fetiche favorito.

Sonrío para mis adentros. Llevo unas botas hasta las rodillas negras y un vestido pegado al cuerpo del mismo color de las botas, un cinturón rojo, los labios también pintados de color rojo, los ojos con un maquillaje ahumado y el cabello en una coleta alta.

Parezco chica mala.

Al bajarme de la camioneta me mareo.

Rayos. Lo que me faltaba.

—¿Te sientes bien amor? —pregunta preocupado. Está a mi lado con un brazo en mi cintura.

Asiento.

—¿Seguro? —parece no convencido.

—Sí, doctor La Cruz. De seguro fue porque me quedé dormida.

Caminamos hasta la entrada y no sé por qué tengo la sensación de sentirme observada. Tal vez me estoy volviendo paranoica. Aunque… cuando el cumpleaños de Federica a la salida sentí lo mismo.

Prefiero no comerme la cabeza pensando en tonterías.

No puedo volverme loca ahora.

Saludo al entrar, nos indican nuestra mesa y nos dirigimos hacia allá. En la mesa ya están el Dr. La Cruz padre, la doctora Jones, Estefanía, la cumpleañera y la mejor amiga.

La cena transcurre entre risas, la sensación de sentirme observada abandona mi cuerpo y me siento feliz, me dejo fluir. Incluso, me uno con Estefanía y Giovanna para burlarnos de mi amor.

Mi estómago gruñe.

No puede ser … tengo hambre, otra vez…

No tenemos ni diez minutos que acabamos de cenar y tengo hambre otra vez. Me inclino hacia Juan y murmuro en su oído:

—¿Puedes pedirme unas papas fritas con nuggets?

Me ve extrañado. Y sí, le doy la razón, pero se me hace la boca agua de solo pensar en eso.

Mi amor hace el pedido y en menos de cinco minutos estoy jartándome ante la atenta mirada de todos, mis raciones de papas con nuggets.

Dios.

¡Que placer!

Gimo.

Oh…

Los colores se me van del rostro mientras todos me ven burlones, pero sólo los ojos de la doctora Jones me ven con suspicacia. No sé qué estará pensando, y en entonces momentos no le soy importancia. Solo deseo terminarme esto, está hecho por los dioses.

Me declaro adicta a las papas fritas.

Después de mi vergonzoso momento de hambruna, los doctores La Cruz hablan de cómo se conocieron, de cómo se enamoraron y como se enteraron de que Juan venía en camino.

Aquello me hace eco, pero decido ahuyentar esos pensamientos. La única embarazada es Federica, yo no.

En lo que el reloj marca las diez de la noche decidimos salir del restaurante y dirigirnos a una discoteca para darle una estrenada a Giovanni, mis suegros —primees vez que los llamo así, así sea en pensamientos— sonríen mientras que mi guapo y delicioso doctor gruñe.




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