Corazón sin ley

CAPÍTULO 33. Por favor, resiste

Voy directo a la casa de Juan, necesito sus abrazos, su calor. No quiero derrumbarme sola. Aunque eso tendrá que esperar, por la hora Juan debe estar trabajando.

Por eso me sorprendo cuando veo su camioneta estacionada y él esperando recostado de ella.

—Pelirroja.

Solo eso me dice.

Yo termino en sus brazos, llorando con un sentimiento profundo de ira e impotencia, ¿Cómo puede existir personas así? ¿Cómo?

No sé si pasan minutos, no sé si pasan horas, solo sé que me quedo en sus brazos y me embriago de su olor.

Cuando me tranquilizo un poco le pregunto —¿Qué haces aquí?

—Estefanía me escribió inmediatamente que Arnaldo les informó a ella y Federica…

—Juan, pero ¿Y el trabajo? —toma mi rostro entre sus manos, me ve con aquella intensidad que me desarma y dice—. Tú eres lo más importante para mí, el trabajo puede esperar. Además, tengo a mi padre que puede cubrirme cielo. Hablé con él y me tomé lo que resta del día.

Voy a protestar, pero me silencio.

—Pelirroja, hoy es un día para consentirte después del más rato que has vivido por mi culpa —sus ojos se llenan de culpa—. Sé que fue ella, en la mañana me dedicó una sonrisita que no me gustó para nada, y aquí está el resultado.

—Amor, no quiero que hablemos de ella y no ha sido por tu culpa.

—Claro que ha sido por mi culpa Luciana —me da un beso en la frente—. Discúlpame preciosa por no saber cuidarte mejor, por exponerte a ella y por hacer que perdieras tu trabajo.

Le doy un piquito sonriendo en sus labios.

—Al mal tiempo, buena cara mi doctor bonito.

Lo que resta de la mañana la pasamos acostados viendo películas, comiendo helado, y papas fritas que me hace Juan. A este ritmo no tendré cinco meses cuando ya ande con la barrigota.

Además, sé que debo seguir una dieta, porque tanta comida chatarra no es buena.

Juan y yo hablamos de contárselo a nuestros padres, decidimos hablar primero con mis padres y más tardes con los de él porque están trabajando.

Cuando papá y mamá llaman estoy más que nerviosa, ¿Y cómo no voy a estarlo? Le voy a dar una maravillosa noticia. Su única hija está embarazada y despedida de su trabajo, nótese el sarcasmo.

Atiendo la llamada, se muestran alegres contándome su día a día, cómo van las cosas con los restaurantes de papá hasta que llega mi turno de hablar.

—Debo decirles algo, que no sé cómo lo vayan a tomar.

—Juan, ¿Le hiciste algo a mi niña? —cuestiona papá con todo acusatorio.

—Como cree señor Araujo, sería incapaz.

—¿Qué es lo que nos tienes que contar chamaca? —pregunta mamá.

—Les diré primero la mala noticia, para que la buena noticia no sea opacada —miro a Juan, me dedica una sonrisa y asiente—. Me despidieron del trabajo, y antes que se alarmen quiere decirles que no tienen por qué preocuparse. Estoy bien, después de tanto llorar lo he superado.

—Ay mi niña —añade mamá—. ¿Seguro que estás bien?

—Sí, mamá. Lo juro, estoy muy bien.

Papá carraspea al notar que nos estamos extendiendo y no voy al grano.

—El año que viene debería estar naciendo su nieto —silencio. La línea se queda en silencio—. Estoy embarazada.

Silencio.

Veo a Juan, preocupada. Solo se escucha sus respiraciones, pasan varios segundos hasta que obtengo una respuesta.

— ¡Que felicidad tan grande, mi niña! —exclamó mamá—. No puedo creerlo, seremos abuelos Edgar.

Sonrío, mamá le dice a mi papá cómo si no hubiese escuchado nada.

—Lo sé, mujer. Lo sé, cuando nos visualizaba dos o tres  más, no lo hacía con nietos, pero ahora tendremos a quien malcriar y consentir.

Mientras mis padres hablan, Juan me pide que me acomode entre sus piernas y eso hago, como estamos sentados con la espalda en la cama, me arrimo hasta él para quedar entre sus piernas.

Recuesto mi cabeza en su pecho, sus manos libres las lleva a mi vientre y masajea.

Mi pecho se calienta, este momento me genera una paz infinita. Sin importarme que papá y mamá están en línea, lo beso.

Lo beso con ternura, nada nos lleva al acto sexual. Solo disfrutamos el momento.

Ese mismo día, entrada la tarde, hablamos con sus padres. La doctora Jones confirmó sus sospechas. El doctor La Cruz padre, no paró de felicitarnos, y regalarme besos. Giovanna gritó tanto que estoy segura que la oyeron hasta en Cubagua.

Para cuando llegaron mis amigos, la familia la cruz todavía estaban en nuestro hogar.  Federica y yo lloramos juntas por todos los sentimientos encontrados, Estefanía nos abrazó a las dos. Escuché como Arnaldo le decía:

—Ahora prepárate, doctor bonito —se burló—. No te entenderás ni tu mismo.

 

Ha pasado dos semanas desde mi despido en la clínica. Hoy Juan me acompañó a la consulta con la doctora Rojas, en la Clínica La Felicidad, donde también pasaba consulta. Decidimos que mientras más alejados estuviésemos de la clínica mejor.

Al entrar a nuestro hogar, nos convertirnos en salvajes. Nuestras prendas iban cayendo por distintos lados, la camisa por aquí, el pantalón por allá, el brasier en el mueble y así llegamos desnudos a su habitación.

Me siento como en los juegos de Judith y Eric, puro morbo y fogosidad.

Juan toma con agresividad mis labios, aquello en vez de lastimarme, lo que hace es excitarme más, ponerme la piel de gallina y los latidos a mil. Mientras él me marca como suya en mi cuello, yo no paro de jadear su nombre, mis piernas se debilitan.

Cierro los ojos y me dejo llevar por todas las sensaciones que azotan mi cuerpo, una de sus manos se cuela en mi entrepierna y me hace ver estrellas. Me eleva con una facilidad asombrosa, sus dedos se encargan de tocar mi clítoris, torturarlo, estimularlo. Jadea como loco al sentir como sus dedos avivan mi entrada, Dios santo lo necesito cuánto antes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.