Corazón sin ley

CAPÍTULO 34. Perdóname.

Escucho ruidos a mi alrededor, pero no logro enfocar bien la mirada, me duele hasta el alma. Distingo una sombra que se viene encima de mí y me asusto.

—Tranquila señora —escucho a lo lejos —. Somos de defensa civil, ¿puede hablar?

No, no crea que pueda mover un solo músculo de mi cuerpo.

Poco a poco voy recobrando la conciencia y todo lo sucedido.  El paramédico me alumbra los ojos, y me estremezco, los cierro y siento como si me fuese de lado.

—Castro, ayúdame a sacarla —ordena la persona que tengo frente a mí —, pero primero baja la camilla.

—¿Se acuerda como perdió el control?

—Fu-ue prroovocaa-do.

He recuperado el sentido por completo, el dolor se intensiva en mi hombro, brazo, frente y vientre.

Mierda.

Por favor, resiste cariño.

 —Essstooy em-barazada.

Logro decir a duras penas, su gesto se alarma. Me preguntan varias veces si tengo algún seguro de manera que me puedan llevar a una clínica privada, de lo contrario seré llevada al hospital.

Con cuidado me levantan y me acuestan en la camilla. Le indico que busque en mi bolso mi celular para que llame a Juan.

Siento que pasan horas y los dolores se intensifican, me colocan un collarín y hablan sobre mi hombro dislocado, con razón me duele horrores.

A nuestro alrededor las personas me ven con lástima y yo quiero llorar. Quiero estar en los brazos de mamá, sentir su calor y que me diga que nada malo me va a pasar.

Me paso la mano por la frente y la noto abultada. 

—Tránsito viene de camino señora y su esposo también —comienzan a llevarme en dirección a la ambulancia—. La llevaremos a Clínica La Felicidad, su esposo se está encargando de su ingreso, en la emergencia la estará esperando su ginecóloga.

—Mis cosas.

—No se preocupe, uno de mis compañeros se quedará mientras su esposo llega. Puede estar segura que no se perderá ninguna de sus pertenencias. Somos de fiar, aún queda gente honesta en este país.

Me suben a la ambulancia, el sueño se vuelve apoderar de mí, pero el paramédico va hablándome mientras un compañero se encarga de chequearme. Me pide que me quede con él, que estamos a punto de llegar y le creo. De la entrada de Pampatar hasta la clínica no debe ser más de cinco minutos.

La ambulancia se detiene y me imagino que ya llegamos. Hablan, hablan y me bajan. Afuera me están esperando Federica y Estefanía.

Ambas tienen lágrimas en los cachetes, en lo que me ven el horror cruza sus caras. No me he visto en un espejo, pero estoy segura que bonita no estoy.

—¡Luciana! —ambas se llevan las manos a la boca.

Me aprieto al vientre al sentir dolor, las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas, por todas las emociones, sensaciones y dolores que me embargan. No quiero perderlo. No podría soportar la perdida.

La doctora Rojas aparece seguida de un grupo de médicos, me llevan inmediatamente a un cubículo, entre lágrimas le pido que salven a mi bebé. A través de las lágrimas veo como hacen anotaciones, los enfermeros van y vienen a mi alrededor, mientras un enfermero limpia mi herida en la frente, un médico me agarra distraída y me da un jalón en el hombro.

—¡MIERDAAA!

—Tranquila cariño —susurra, como si yo fuese una muñeca de cristal.

Llevo mi mirada hacia la doctora Rojas, han cortado mi ropa para dejar mi pequeña barriga a la vista, me limpian con alcohol y después esparce el gel.

La doctora concentra su mirada en el monitor, la veo haciendo medidas. Yo solo puedo pedir a Dios, que él esté bien.

—Por favor dígame qué sigue con nosotros.

Silencio.

Mierda.

No.

No puede ser, no es verdad.

Las lágrimas me desbordan, siento como un peso se instala en mi alma, no pude haberlo perdido. Esto es un sueño del cual voy a despertar, sí. Ya es momento de despertar.

—Luciana, por favor cálmate —me pide la doctora, le indica a los enfermeros que me coloquen un sedante, pero primero me manda hacer una cantidad de estudios junto a los otros doctores—. En tu estado no es recomendable que estés así, puede alterar al feto, más de lo que ya se encuentra.

—¿Está con vida? —pregunto sin poder creerlo—. Oh Dios, gracias, gracias señor.

—Luciana, soy el doctor Álvarez —se presenta uno de los doctores que la acompañan—. Estás 24 horas son fundamentales para ese ser que llevas dentro. Te dejaremos unos días en observación constante, es importante que nos menciones cualquier mínimo dolor que sientas. Te pasaremos habitación, contigo estará una enfermera en cada momento. Tu cuerpo aún no ha presentado amenaza de aborto, pero podría presentarlo.

—Además de tener el hombro dislocado, vamos a inmovilizarte el brazo durante unas semanas, sufriste el síndrome de latigazo, y tú frente se encuentra abultado por el impacto contra el volante —agrega otro médico—. No tenías puesto el cinturón de seguridad, ¿Cierto?




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