El aire fresco de la mañana me recibe con un ligero abrazo helado. Era el primer día de clases, y aunque debería de emocionarme por un nuevo semestre, una sensación de aprensión se instalaba en mi estomago. Las vacaciones fueron un remanso de paz, pero ahora, el bullicio de la universidad me prometía traer de vuelta esos momentos incómodos de lucha por encajar.
Arrastro mis pies hacia el baño, deseando que el agua fría puedan borrar mi pereza y las dudas que se habían formado en mi mente. El sonido del agua cae sobre mi piel tersa. ( Necesitaba esto para despejarme de esta realidad). Pienso en mis compañeros de clase, las expectativas, la necesidad de poder hablar con más fluidez, darme a conocer y me acepten como soy.
La temperatura del agua revitaliza mi cuerpo, finalmente me salgo de la ducha, siento que el frío había despertado algo más que mis sentidos; me sentía un poco ansiosa.
Al vestirme, elijo con cuidado. Un suéter colorido que llevaba guardado desde hacía meses, los jeans que más me gustaban y mis sneakers favoritos. Quería vestirme para impresionar y al mismo tiempo sentirme cómoda en mi propia cuerpo. Peino mi cabello oscuro, me miro en el espejo y noto la palidez de mi rostro (un recordatorio de horas pasadas en casa) y decido darle un poco de color. Pinto mis labios de un rojo cereza brillante y un toque de rubor en mis mejillas dando un poco de frescura a mis pómulos . Aplicó sombra marrón en mis párpados, realzando mis ojos grandes y oscuros, buscando reflejar confianza.
Con una mezcla de nervios y determinación, bajo a la cocina. Allí encontro a mi madre, sentada en la mesa, bebiendo café con unos guantes en sus manos, los brazos estaban cubiertos de tierra, me imagino que ha estado limpiando el jardín de la abuela.
—Buenos días, mamá. ¿Hoy no trabajas?— pregunto mientras me sentaba en una de las sillas, intentando ocultar mi ansiedad.
—Hola cariño, no, hoy tengo el día libre y estoy aprovechando para arreglar un poco las plantas de mamá. Siempre se preocupaba por ellas, y yo... quiero que sigan floreciendo— me responde con nostalgia. Su voz temblaba al pronunciar la palabra "mamá", y la tristeza en sus ojos me hizo sentir esa pérdida aún más palpable.
Mi abuela había muerto hace dos años, y la sombra de su ausencia aún persistía en nuestra casa. La vida se había vuelto un poco más gris desde entonces, y las flores que ella solía cuidar ahora eran el símbolo de todo lo que habíamos perdido. Intento cambiar de tema.
—Ahora que vuelvo a la universidad, espero encontrar un grupo donde sentirme cómoda—le digo tratando de sonar alegre. Y mantener un poco la conversación con ella. Mi mamá y yo no somos tan mejores amigas, con solía ser con mi abuela, mamá es más cerrado debida a mi padre que llevo una vida con mucho dolor, pero a pesar que no hablamos demasiado, con unas simples y pocas palabras nos entendemos y comunicamos.
—Eso suena bien, cariño. Recuerda que siempre puedes ser tú misma. A veces la conexión verdadera llega cuando menos lo esperas— me aconseja mamá, mientras arreglaba unos pétalos marchitos. Asiento con la cabeza- Mira allí en el microondas te deje tu desayuno, llévatelo y come hija prometelo sí- Dice algo preocupada.
- Mamá ya no soy la misma de antes, se que me olvidó comer, y se que a consecuencia de ello mi estomago pago el precio, me lo comenté todo, pero sabes que no me gusta desayunar muy temprano- Mi madre se tranquiliza un poco y me lanza un beso desde la poco distancia que teníamos y yo hago lo mismo.
Recojo mi mochila guardo lo necesario y salgo de la casa con un nudo en el estómago. Durante el camino, mis pensamientos bailaban entre la ansiedad y los miedos que siempre crecen al inicio académico. La universidad, un lugar donde cada rincón parece filmar historias de amistad, competencia y, a veces, desilusión.
Tomo un taxi porque el bus ya se me había marchado, y era tarde. No quería ser la última en llegar a clase; eso sería muy vergonzoso e incómodo. El taxista, un hombre mayor con un parecido marcado a un anciano sabio, me pregunta si era mi primer día. Solo asentí con un gesto tímido, y él sonrió. Le agradecí y pagué sin mirar hacia atrás, como si al mirar pudiera darme la vuelta y regresar a la seguridad de mi hogar.
Al llegar, el bullicio de estudiantes me envolvió. Algunos reían, otros discutían acaloradamente sobre sus clases, mientras yo me siento como una sombra que se escabulle queriendo salir corriendo a mi cada. Mis pasos me llevaron instintivamente a la oficina de recepción sin darme cuenta. Allí veo a la secretaria encargada de los horarios. Su mirada, fría y distante, pareció atravesarme en cuanto entré. Mientras teclea con rapidez, penso que su actitud que es muy repelente. Finalmente, sacó una hoja de la impresora y me la entrega sin mirarme.
Me dirijo a mi primera clase, el camino estaba lleno de murmullo, entró al aula, veo que nadie había llegado y busco, un lugar en el fondo del aula. Después de un rato empiezan a llegar todos al mismo tiempo junto con la profesora, ( Como que todos estaban afuera esperando la profesora y yo como una nerd quede sola aquí adentro). La profesora Dalia se presenta y con su mirada incisiva y carismática, hizo un repaso de las expectativas del curso. Mientras hablaba, mi corazón latía desbocado y mis manos temblaban. Pensé en la presión de estar a la altura, en los compañeros que parecían preparados mientras yo me sentía un fraude.
Con el paso de las semanas, esas primeras impresiones de ansiedad se convirtieron ya algo normal para mi, todo era cotidiano, me mi amiga Vanesa solo nos saludamos cuando podíamos porque estábamos llenas de trabajos exámenes ( Lastima que está vez no quedamos juntas).
Un día, mientras debatíamos en clase sobre un tema complicado, levanté la mano, temblorosa pero decidida. La profesora me miró, y en sus ojos había un destello de sorpresa que rápidamente se transformó en una sonrisa tranquila. La conversación fluyó, y por primera vez sentí que contribuía, que era parte de algo.
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Editado: 18.07.2025