Corazones perdidos en Paris

Capítulo 2: Las Máscaras que Usamos

No había esperado ver a Julián nuevamente, al menos no tan pronto. Pero el destino, con su inusual sentido del humor, decidió otra cosa. Tres días después de nuestro peculiar encuentro, me encontraba sentada en un café, el aroma del café recién hecho envolviéndome como un abrazo cálido, mientras la suave brisa de la tarde acariciaba mi rostro. Estaba absorta en un libro de poesía, las palabras bailando en mi mente, cuando una voz, tan familiar como el perfume de mi madre, resonó a mi lado, sacándome de mi ensueño.

 

"¿Esto es lo que hacen las reinas de la distracción en su tiempo libre?" Julián se inclinó hacia mí con una sonrisa juguetona, señalando mi libro de poesía. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y diversión.

 

Me sobresalté, mirando hacia arriba para encontrar sus ojos oscuros fijos en mí, llenos de una chispa que parecía desafiarme a responder.

 

"No sabía que tenías inclinaciones poéticas," respondí, tratando de ocultar mi sorpresa mientras cerraba el libro con cuidado. "¿Sueles asustar a la gente en cafés?"

 

Julián se rió suavemente, el sonido como una caricia en el aire. "Solo cuando encuentro a alguien interesante. Además, no pude resistirme. ¿Qué estás leyendo?"

 

Le mostré la portada del libro, y vi un destello de reconocimiento en sus ojos. "Ah, Rilke. Un buen gusto. ¿Qué te trae a este rincón de la ciudad?"

 

"Un escape," admití, "y tú, ¿qué te trae aquí?"

 

"El destino, aparentemente," respondió con una sonrisa enigmática, tomando asiento frente a mí sin esperar una invitación. "Parece que nuestras vidas siguen cruzándose."

 

Sentí que mi corazón se aceleraba, más por sorpresa que por cualquier otra cosa. "La literatura alimenta el alma", repliqué, desviando la mirada hacia el título de su camiseta, una referencia a una famosa banda de rock. "Supongo que tú te alimentas de... ¿ruido?"

 

Julián rió, su sonrisa iluminando su rostro de una manera que no había notado antes. Era como si cada rincón de su ser se abriera a la luz de su risa, revelando un encanto oculto. "Tienes una lengua afilada, Sofía. Me pregunto qué otros secretos escondes."

 

El juego entre nosotros se había convertido en un tira y afloja, una danza sutil de palabras y miradas. La tensión se palpaba en el aire, llena de desafíos y misterio, como un hilo invisible que nos conectaba y nos empujaba a descubrir más. Pero más allá de eso, había una conexión que ninguno de los dos podía negar, una atracción que iba más allá de lo superficial.

 

Julián se sentó frente a mí, su mirada fija en la mía, buscando respuestas a preguntas no formuladas. Sus ojos eran profundos, casi hipnóticos, y me hacían sentir como si pudiera perderme en ellos. "Soy más que solo un cantante pretencioso, sabes. Y algo me dice que tú eres más que una chica con un libro en un café."

Las palabras resonaron en mí, despertando ecos de viejos sentimientos y recuerdos. A pesar de las paredes que ambos habíamos construido, había algo genuino en Julián, algo que trascendía la fachada que mostraba al mundo. En un impulso, decidí mostrarme vulnerable.

 

"Crecí con la creencia de que los libros eran puertas a otros mundos, y que, a través de ellos, podía ser quien quisiera. Pero la vida... bueno, tiene una manera de enseñarte que no siempre puedes esconderte detrás de las palabras."

 

Julián se inclinó hacia adelante, su rostro adquiriendo una seriedad que rara vez había visto en él. "La música fue mi refugio. Cada nota, cada melodía, me daba una voz cuando no podía hablar. Entiendo el deseo de esconderse, de perderse en algo más grande que uno mismo."

 

La honestidad en su voz me sorprendió. Por un momento, Julián no era el cantante famoso con una reputación; era simplemente un hombre compartiendo su verdad. La intensidad de sus ojos reflejaba el peso de sus propias experiencias, y en ese instante, las máscaras que usábamos se desvanecieron, revelando nuestras almas desnudas.

 

"¿Te has sentido alguna vez atrapada entre lo que eres y lo que se espera de ti?" pregunté, mi voz apenas un susurro.

 

"Todo el tiempo," admitió sin vacilar. "La gente ve la imagen, el cantante, pero pocas veces se detienen a ver al hombre detrás del escenario. Es agotador, llevar una máscara que no siempre encaja."

 

Sentí una conexión profunda con sus palabras. Compartíamos la carga de expectativas ajenas, y en esa pequeña confesión, encontramos un terreno común, un entendimiento tácito.

 

"Quizás, entonces, este café sea nuestro pequeño refugio," sugerí, sonriendo suavemente. "Un lugar donde podamos ser nosotros mismos, aunque solo sea por un rato."

 

Julián asintió, su mirada suavizándose. "Me gusta esa idea. Aquí, sin máscaras, solo nosotros."

 

El bullicio del café seguía a nuestro alrededor, pero se sentía distante, como si estuviéramos en una burbuja aparte del resto del mundo. La conversación fluía con una nueva sinceridad, cada palabra construyendo un puente entre nuestras historias, nuestros sueños y nuestras verdades.

 

Antes de irse, Julián se inclinó y, en un gesto inesperado, colocó un suave beso en mi mejilla. Su toque fue ligero, apenas un roce, pero encendió una chispa en mi interior. "Hasta la próxima, reina de la distracción," susurró, su aliento cálido en mi piel, dejándome con una sensación de mariposas en el estómago.

 

Me quedé inmóvil por un momento, sintiendo el latido acelerado de mi corazón y el leve cosquilleo donde sus labios habían estado. Observé cómo se alejaba, su figura desvaneciéndose entre la multitud del café. Pero en su partida dejó una promesa, una sensación de anticipación que flotaba en el aire como una melodía inacabada.

 

Miré mi libro de poesía, ahora olvidado sobre la mesa, y supe que algo había cambiado. Julián no era solo un encuentro casual; era el preludio de algo nuevo y emocionante en el horizonte. Algo que prometía desafíos, descubrimientos y tal vez, solo tal vez, un destello de magia en medio de la rutina.




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