Corazones perdidos en Paris

Capítulo 14: Torbellino de Dudas

Las siguientes semanas estuvieron plagadas de complicaciones, cada día parecía traer consigo un nuevo desafío que amenazaba con desgarrar la frágil paz que Julian y yo habíamos prometido mantener. Aunque habíamos jurado enfrentar juntos cualquier obstáculo, las grietas comenzaron a aparecer lentamente, invisibles al principio, pero cada vez más profundas y dolorosas. Julian se volvió distante, como si su mente estuviera atrapada en un lugar inaccesible para mí, y yo me encontraba observándolo, tratando de descifrar los secretos que ocultaban sus ojos.

 

Una tarde, después de un ensayo particularmente agotador, mis pasos me llevaron al oscuro rincón del set donde se erigían sombras más largas que el tiempo. Allí, entre luces tenues y decorados polvorientos, vi a Léa y Julian conversando. Sus voces eran suaves, apenas un susurro, pero la tensión entre ellos era palpable, como una cuerda estirada a punto de romperse. Sus miradas cargadas de significados que no alcanzaba a comprender me perforaron el alma, sembrando en mi corazón una semilla de incertidumbre.

 

Intenté mantener la calma, racionalizar la escena que se desplegaba ante mis ojos, pero la duda era una tormenta imparable dentro de mí. ¿Qué secretos compartían en ese rincón oscuro? ¿Qué lazos invisibles los unían y me dejaban fuera? La incertidumbre se convirtió en un torbellino de preguntas sin respuesta, y el eco de sus murmullos resonó en mi mente mucho después de que hubieran desaparecido en la penumbra.

 

Una tarde, después de una intensa jornada de filmación, regresé al departamento que compartía con Julian. Al abrir la puerta, el eco del silencio me recibió con una frialdad inusitada. Al acercarme a la mesa, vi una nota doblada cuidadosamente. Mis manos temblaron al desdoblarla, y leí las palabras que parecían gritar en el silencio: "Necesito tiempo para pensar. No te preocupes por mí. Julian."

 

Mi corazón se hundió, como si una piedra pesada lo arrastrara hacia las profundidades de una tristeza insondable. Me dejé caer en la silla, incapaz de procesar la oleada de emociones que me envolvía. La incertidumbre me devoraba desde dentro, y cada palabra de esa nota resonaba en mi mente como un eco tortuoso.

 

Me preguntaba si Julian estaba reconsiderando nuestra relación, si las tentaciones de Léa habían logrado infiltrarse en su corazón, o si simplemente estaba abrumado por la presión que nos rodeaba. Mis pensamientos se agolpaban, formando un torbellino de dudas y miedos. Sentí que el suelo se desmoronaba bajo mis pies, y la certeza de lo que habíamos construido juntos se volvía cada vez más tenue, como un sueño a punto de desvanecerse en la luz del amanecer.

Días más tarde, en un intento desesperado por despejar mi mente del torbellino de pensamientos que me acosaban, me aventuré a caminar por la orilla del Sena. El río, con su flujo constante y sereno, parecía prometer una paz que yo anhelaba profundamente. Mientras avanzaba, absorta en mis pensamientos, mi mirada se posó en una figura familiar.

 

Léa estaba sentada en uno de los bancos, su silueta recortada contra el brillo plateado del agua. Sus ojos, normalmente llenos de energía, ahora reflejaban una melancolía que me resultaba inquietantemente familiar. Sin poder evitarlo, me detuve. Nos miramos durante un largo minuto, un silencio cargado de todo lo no dicho entre nosotras.

 

Finalmente, Léa rompió el silencio, su voz suave y llena de una tristeza que no había esperado: "Supongo que te estarás preguntando por qué Julian se ha alejado."

 

Su pregunta flotó en el aire, densa y pesada. Sentí un nudo formarse en mi garganta. La claridad que había buscado en mi paseo junto al Sena parecía ahora más lejana que nunca, mientras sus palabras abrían una puerta a respuestas que temía escuchar.

 

Asentí, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse. "No entiendo lo que está pasando. Pensé que habíamos superado todo esto."

 

Léa suspiró profundamente, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y sinceridad. "Sofía, no puedo mentirte. Todavía tengo sentimientos por Julian, y creo que él siente lo mismo por mí. Pero también entiendo que ustedes dos tienen algo especial. No estoy tratando de destruir su relación, pero hay cosas entre Julian y yo que aún no se han resuelto."

 

Sus palabras cayeron sobre mí como una fría lluvia de invierno, intensificando la tormenta de dudas que ya agitaba mi corazón. Sentí un dolor agudo, una punzada de celos y miedo, mientras intentaba asimilar lo que Léa acababa de confesar. Su mirada era honesta, y aunque quería odiarla, no podía ignorar la verdad que destilaban sus ojos.

 

Miré el río, buscando respuestas en el flujo interminable del agua, deseando que pudiera arrastrar mis angustias y temores. "¿Y qué se supone que debo hacer con esto?" murmuré, más para mí misma que para Léa.

 

Ella se inclinó hacia adelante, su voz suave pero firme. "Creo que lo único que podemos hacer es ser honestos. Julian necesita resolver sus sentimientos, y tú también mereces saber la verdad, por dolorosa que sea. No podemos seguir adelante hasta que todo esto quede claro."

Sin embargo, no estaba dispuesta a renunciar a Julian sin luchar. Enderecé los hombros, sintiendo una nueva determinación brotar dentro de mí. "Léa," le dije con firmeza, mirando directamente a sus ojos, "no sé qué juego estás jugando, pero Julian y yo nos amamos. Y no voy a dejar que nada ni nadie se interponga en nuestro camino."

 

Léa me miró, sorprendida por la fuerza de mis palabras. Sus labios se curvaron en una triste sonrisa y sus ojos se suavizaron. "Sofía, no es un juego. Nunca quise hacerte daño. Solo quiero que todos seamos honestos con nosotros mismos."

 

"Honestos," repetí, saboreando la palabra como si pudiera desentrañar su significado más profundo. "La honestidad significa que Julian y yo enfrentamos esto juntos. Significa que luchamos por lo que queremos y no dejamos que el pasado nos detenga."




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