Corona de Oro

XI

El último grupo llegó. 

Primero oímos el motor de la avioneta acercarse y minutos más tarde apagarse. El ambiente volvió a cargarse con esa ansiedad palpable; no faltaba nada para que la segunda mitad de ese viaje diera comienzo. Aquello que Martha había llamado “la parte más difícil”. Media hora antes John se había ido a buscar el vehículo que nos llevaría por la carretera y Tony lo había acompañado en caso de que hubiera algún percance, pues al parecer, él sabía apañárselas con cualquier tipo de vehículo motorizado. 

Sammy había pasado toda la hora quejándose porque quería a su hermana, tanto así que incluso Aleu había tratado de consolarlo, sin embargo el pobre niño parecía tenerle miedo y eso a Aleu no le había hecho ni una pizca de gracia. Su aparente rechazo la había ofendido profundamente, por lo que ella se la pasó enfurruñada en un rincón, mirando a todos con cara de odio.

Pero cuando escuchamos la enorme puerta del hangar abrirse, Sammy dio un salto de gusto. Joe hizo lo mismo y entonces los dos se apresuraron a abrir la puerta del cuarto, ignorando las advertencias que les gritó Martha. Los dos corrieron afuera y el resto los seguimos. 

Siendo honesto conmigo mismo, no sé exactamente lo que estaba esperando ver cuando salí. Creo que en realidad la mayor parte de mí no estaba esperando nada y por eso ver a esos niños me sorprendió. Los dos parecían ser de la edad de Aleu —tal vez eran hasta más pequeños que ella— y los dos parecían perturbados por algo. Se nos acercaron caminando, lento, como si tuvieran miedo de hacer algún tipo de movimiento brusco. Sus miradas se veían cautelosas y los dos se sostenían el uno del otro como si su vida se fuera en ello.  Y tras ellos, con una sonrisa amplia, caminaba Denis, el piloto. 

Elena no estaba a la vista y volví a convencerme de que yo tenía razón y que seguramente ella se habría ido por su cuenta, y junto a ella mi secreto. Lo encontré ligeramente decepcionante. Me hizo pensar en su hermano pequeño, lo que por consecuencia también me llevó a pensar en Aleu. Sin embargo, su imagen solo llegó a torturarme un segundo antes de que…

—¿Dónde demonios está Elena?

—Ah, ella estar en el avión todavía —contestó el piloto como si no fuera la gran cosa. 

Y mi teoría se fue por el caño, porque resultaba que en realidad yo me había equivocado. Chasqueé la lengua, sin entender por qué eso me irritó tanto.

—Señor Reagan —susurró Aleu de improvisto, mientras me tiraba desde la manga de mi anorak para poder tenerme a su altura.

—¿Qué? 

Se la miraba inquieta. Ella dio una rápida mirada a los niños —Janice y Cinna, si mi memoria no me fallaba— que se habían apresurado a esconder tras Martha. Aleu cubrió su boca con una mano y dijo en voz apenas audible:

—Creo que algo malo les pasó.

Me bajó un escalofrío por el cuerpo y me permití volver a echarles un vistazo. Era cierto que parecían bastante perturbados, pero antes había asumido que su aparente susto no se debía a nada más que el hecho de haber tenido que viajar por su cuenta, sin un rostro conocido además del de el piloto. Pero Elena sí había viajado con ellos, y por alguna razón ella todavía parecía estar dentro del avión y… Ah, mierda.

Algo en mi estómago se retorció y me dio ganas de vomitar. Volví a levantarme e hice un ademán hacía ellos.

—Aleu, quédate cerca de Martha —indiqué a lo que ella solo asintió fervientemente. Y mientras ella iba, yo me acerqué a grandes zancadas hasta donde estaban  el piloto y Joe. 

—¿Por qué Elena no baja todavía? —Miré a Denis a los ojos, esperando que al confrontarlo  demostrará algún tipo de vergüenza o arrepentimiento, más en su expresión solo me encontré con una intensa satisfacción. 

Al notar esto, fue Joe quien arremetió contra él. 

—¿¡Qué has hecho con ellos, perverso malnacido!?  —gritó, y todo pasó tan rápido que ni siquiera tuve tiempo de prevenirlo. 

Denis dio un paso al frente y le dio a Joe un puñetazo que lo dejó en el suelo. El chasquido del puño contra su cráneo me hizo dar un respingo. Escuché un murmullo desesperado crearse a mis espaldas y yo solo pude pensar que las dos personas que podrían dar una buena pelea contra el piloto ruso se habían ido a por el auto.

—¡No vuelvas a tocarme, indio de mierda! —Bramó él con toda la furia y justo entonces se volteó hacia mí. Sus manos se aferraron a mi abrigo y me zarandearon en el aire. Pensé en golpearlo, pero yo no era ningún rival para alguien tan robusto y enorme como él—. ¡Y tú! —dijo y Martha gritó algo en el fondo pero yo ni siquiera llegué a oírlo, aunque asumí que habría sido una súplica para que se detuviera—. ¿¡Quieres un poco de esto tú también!? ¡¿Eh!? 

Apreté mi mandíbula y traté de alejarme de él, pero sus manos me sostenían firme y cuando se dio cuenta de que mi fuerza no era suficiente, una sonrisa burlona ocupó todo lo largo de su rostro. 

—Oh, estás en problemas, niño bonito —se mofó en voz baja, y ni siquiera tuve tiempo de levantar un brazo para protegerme. 

El puño de Denis se estrelló contra mi cara. Mi vista se tornó borrosa por un instante y fue como ser cegado por un repentino estallido de luz. El dolor llegó un segundo después. Mis pies perdieron el equilibrio y pensé que me caería, pero Denis no lo permitió; él se aferró aún más a mi ropa y levantó su brazo una vez más. 




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