Corona robada.

Capítulo ocho.

DIECINUEVE AÑOS DESPUÉS. 

(SIGRÚN) 

El martilleo incesante de acero contra acero despertó a Sigrún de su sueño, la luz de un nuevo amanecer se colaba por la rendija de la carpa verde a la que ella llamaba <<habitación>>. 

Se colocó un par de botas gruesas y un abrigo de piel de oso, salió al exterior para encontrarse con Damalis en la enorme cocina de muros inestables. 

El viento rugia fuertemente y la sonrisa que Damalis le dio fue el perfecto inicio de su día. 

—Hola pequeña—habló aquella mujer pequeña y encorvada de aspecto dulce. 

—Hola Damalis—le respondió Sigrún a la persona que más amor le había brindado en toda su vida. 

—El muchacho... Este...—caviló Damalis intentando recordar un nombre—¿Evan? —preguntó mirando los ojos rojos de Sigrún, ella asintió a la espera de que la viejecita continuara—me dijo que te esperaba en la zona de entrenamiento. Pero primero, señorita, toma asiento y mete algo en tu estómago, desde que llegaste has sido muy delgada... 

Y en ese momento Sigrún dejó de escuchar a la anciana que la acogió desde que la encontró en la entrada de las tierras glaciares, al ser ya tan mayor su mente divagaba por muchas palabras sin sentido que ella dejaba salir como si su labia fuese un caudaloso río. 

Sigrún a cómo pudo se metió aquel delicioso desayuno a la boca con una velocidad desconocida y aún masticando salió a la carrera hacia un claro del bosque repleto de nieve en donde los <<guardias>> entrenaban. 

Evan la esperaba sentado en una piedra grande que sobresalía de cualquier otra protuberancia de la tierra, al verla a lo lejos la saludó con la mano y cayó suavemente sobre la nieve, la alcanzó a la carrera con una enorme sonrisa en su perfecto rostro. 

—¿Qué hay, Sigrún? —preguntó a modo de saludo. 

—Hola, Evan. Me dijo Damalis que me esperabas... —caviló ella uniendo sus manos sobre su pecho. 

—Así es, quería saber si deseabas entrenar un poco, ya sabes... Tenemos que mantenernos en forma. 

Ella no respondió ya que le parecía una ridiculez entrenar a base de nada. Desde que a toda una tribu de las tierras glaciares la dejaron morir de hambre, los ancestros juraron venganza pero eso no pasó de ser una simple habladuría. Todos se quedaron a la espera de que el reino atacara para exterminarlos pero conforme los años fueron pasando y nada sucedía, el entrenamiento tan solo fue una manera de matar el tiempo entre nosotros, los bastardos. 

—La verdad yo prefiero verte entrenar y luego podemos ir a caminar por ahí, no lo sé —me encogí de hombros—sabes que me gusta ir hasta el extremo de las tierras. 

–Bueno, eso nos lleva medio día en el viaje de ida y otro medio en el de venida, no nos dejan andar de noche así que si queremos llegar a tiempo debemos partir ya. 

—Pero ¿Tu entrenamiento, Evan? —pregunté señalando a dónde los otros chocaban las espadas de acero que el herrero Arsen fabricaba. 

Él se encogió de hombros y dejó la espada de manera descuidada sobre la nieve, tenían prohibido caminar con la espada fuera del área de entrenamiento ya que temían accidentes y no había una persona especializada en curar cualquier herida desde que el único curandero murió hace diez años sin dejar un aprendiz.

—¿Estás seguro? —volví a preguntar cruzando mis dedos detrás de mí espalda, rogaba a Selene que él caminara conmigo, como si Evan hubiese leído mi pensamiento asintió y nos embarcamos en una caminata hacia lo más espeso del bosque. 

Luego de caminar un trecho en silencio él me regaló una mirada repleta de luminosidad y sonrío. 

—¿La noche anterior soñaste algo más o sigues teniendo el mismo sueño de hace cuatro noches? 

—En realidad era el mismo, sólo que tenía una variante. 

—¿Cuál? Cuéntame. 

Desde que mis recuerdos existieron siempre he tenido sueños, son diferentes de vez en cuando pero siempre se basan en el mismo tema. Hace cuatro noches llevo soñando algo que para mí no tiene sentido alguno pero anoche ese sueño adquirió un nuevo aire, aunque aún es desconocido para mí. 

—Soñé que me encontraba en un algún lugar de estos bosques,  ya sabes... Dentro de estos muros—señalé la enorme piedra que nos protegía rodeando todo hasta llegar al acantilado que tanto me gustaba visitar—y bueno, me encontraba de caza y de nuevo apareció la enorme criatura negra que me gruñia y me enseñaba sus colmillos, intenté salvar a Damalis pero ya había desaparecido... 

—Es lo mismo que has venido soñando—me cortó Evan

—Sí, pero aquí es donde empieza lo nuevo. Por un lado del bosque entra una chica de piel blanca y cabello dorado, viste un hermoso vestido blanco y va descalza, se encuentra de espaldas y cuando se gira su rostro es divino, abre sus brazos y me susurra algo que soy incapaz de escuchar porque la criatura negra me bufa a un lado del rostro acaparando cualquier otro sonido... 

—Tus sueños cada vez son más extraños, aveces me pregunto si te los inventas... 

—Evan, no es como si yo despertara y me sentara sobre la cama para pensar: ¿esta vez que sueño me inventaré para Evan? 

El se echó una risa sonora y fuerte y luego me regaló una de sus dulces miradas, esas miradas que me atraparon desde que lo conocí... 

—¿Qué crees que signifique esta vez? 

—No lo sé, entre más pienso en el sueño, más borroso y confuso se vuelve hasta que desaparece de mi mente, es raro... —llevé mis manos a mi cabello negro y jugué con un mechón, no me gustaba llevarlo largo, así que Damalis siempre lo corta a la altura de los hombros. 

—Muy raro... —coincidió él. 

Avanzamos por el bosque y la espesa nieve hasta que un pequeño rayo de sol traspasó las nubes y estuvo sobre nuestras cabezas, al contrario de lo que todos creen para mí la diosa del sol no es más que una deidad cualquiera, en quien verdaderamente creo es en Selene... Ya que yo aparecí frente a la endidura de la montaña una noche gélida, se cuenta que fue una de las noches más frías que se han podido sentir en esta zona. Desde que llegué todo ha sido extraño. 




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