Capítulo 1: Nacida entre el peligro
Eliana Solei nació un 19 de enero del 2004, en circunstancias que desafiaron la vida desde su primer aliento. Mientras aún estaba en el vientre de su madre, complicaciones pusieron en riesgo su nacimiento: había defecado dentro del útero, el líquido amniótico se había agotado, y la confusión incluso sobre su identidad —cuando se pensaba que sería un niño— sembró dudas que años más tarde afectarían su corazón.
Desde pequeña, Eliana escuchó versiones dolorosas sobre su nacimiento, sobre la posibilidad de haber sido cambiada, de no ser realmente la hija de su madre. Aunque esas palabras venían de otros, sembraron inseguridad, preguntas sin respuesta, y un sentimiento de abandono que la acompañó silenciosamente en su infancia.
A los cuatro años, su vida dio otro giro cuando su madre emigró al extranjero en busca de una mejor vida para sus hijas. Su hermana menor, nacida en 2008, fue enviada meses después con su madre. Pero Eliana se quedó bajo el cuidado de sus abuelos durante ocho largos años. Aunque fue criada con principios cristianos, y desde pequeña asistía a la iglesia con su abuela, también enfrentaba batallas internas que no sabía cómo manejar.
En la escuela fue víctima de bullying. En su inocencia y confusión emocional, vivió experiencias que luego marcarían su conciencia: besos con otras niñas, algunas de ellas incluso familiares. Hoy, al mirar atrás, Eliana reconoce con humildad que actuó fuera del diseño de Dios, y aunque ha sentido vergüenza, sabe que la gracia de su Padre cubre incluso los errores del pasado.
Desde muy pequeña, Eliana sintió que le fallaba a Dios —mil y una veces— aun conociéndolo. Pero lo que no entendía entonces es que Dios no se aleja de los que tropiezan, sino que permanece cerca de los que claman desde el quebranto. Y aunque ella se sentía lejos, Él nunca la soltó.
Eliana creció con una promesa que parecía no cumplirse: “Pronto vendré por ti,” le decía su madre desde el extranjero. Pero los años pasaban y esa promesa se deshacía como papel en la lluvia. Más que regalos o dinero, Eliana solo deseaba tenerla cerca. A veces pensaba que nunca la volvería a ver, y al mismo tiempo, sentía miedo de dejar sola a su abuela, esa mujer que con amor y paciencia había ocupado un espacio tan profundo en su corazón.
En ese limbo emocional, vivió situaciones que marcaron su alma. Fue víctima de abuso psicológico por parte de un amigo cercano a la familia. En contextos de necesidad, abandono y vulnerabilidad, muchos niños buscan una figura que los proteja… pero a veces esa figura se disfraza de “confianza” solo para aprovecharse del silencio, de la inocencia, de la falta de vigilancia. Y eso fue lo que le ocurrió a Eliana. Aprendió demasiado pronto lo que significa la traición dentro del propio hogar.
Como si fuera poco, también enfrentaba el cruel juicio de sus compañeros. Se enamoró por primera vez —un amor platónico, inocente—, pero que la hizo sentir invisible y no deseada. Las burlas constantes sobre su apariencia física: que era fea, dientona, que su boca era demasiado grande… fueron sembrando inseguridades que dejarían cicatrices silenciosas en su autoestima.
Y aun así… nunca dejó de ir a la iglesia.
Cada culto, cada alabanza era su refugio. Cuando cantaba, sentía que el cielo se abría solo para ella. En medio del pecado, del quebranto y de la culpa, la presencia de Dios era real. Sabía que estaba fallando, lo reconocía con vergüenza… pero también sabía que Dios no la había abandonado. Que su voz todavía tenía valor. Que su adoración, aunque imperfecta, era un puente entre su dolor y el corazón de su Padre.
Eliana amaba alabarle. Las canciones no eran solo melodías: eran oraciones que salían desde lo más profundo de su alma rota. Y aunque por fuera parecía una niña más, por dentro había una guerrera que, sin saberlo, estaba siendo moldeada en el fuego para un propósito eterno.
A pesar de todo lo que vivía en casa y en su interior, Eliana encontraba un rincón sagrado en la iglesia. Era la niña silenciosa que cantaba con el alma rota. La que pocos entendían, pero que Dios miraba de forma única. En cada alabanza encontraba consuelo. Era como si, por unos minutos, el cielo bajara a abrazarla. Como si el Padre le dijera: “Te veo, hija. No estás sola.”
Pero dentro de ella, la batalla era constante. Por un lado, amaba a Dios profundamente. Por otro, la culpa de sus errores y las heridas del pasado la hacían sentirse sucia, indigna. Se juzgaba a sí misma, convencida de que estaba mal, que no merecía tanto amor. A veces se preguntaba si realmente Dios podía perdonarla. O si quizás ya lo había intentado y simplemente había fallado demasiado.
Aunque nadie lo sabía, Eliana lloraba muchas noches a escondidas. No por miedo, sino por una mezcla de vacío, vergüenza y cansancio. Se sentía rota… pero no vencida. Porque dentro de su corazón, aun con todas las grietas, ardía una llama que se negaba a apagarse. Una voz interna —pequeña pero persistente— que le recordaba que Dios no suelta lo que ama.
Y así fue como sobrevivió esos años. No por su fuerza, no por su entorno, sino por una fe pequeña, sencilla, sincera. Una fe que no siempre se sentía, pero que nunca la abandonó.
Con el paso del tiempo, Eliana aprendió algo muy profundo: no todos los que hieren lo hacen con intención, y no todos los que cuidan saben cómo proteger realmente. Ella no culpa a nadie. No culpa a su madre por ausentarse. No culpa a su abuela por no haber visto lo que ocurría. Y tampoco culpa a la vida por los errores que cometió en su inmadurez. Aunque su historia está marcada por abandono, inmoralidad y heridas que no deberían existir en la infancia, ella ha elegido perdonar.
En su corazón, hay una mezcla de rabia y compasión. Rabia porque aquel amigo de la familia, que debía ser una figura segura, abusó de su confianza y de su silencio. Compasión porque al pensar en sus propias hijas, Eliana no puede evitar preguntarse si también fueron víctimas. Y le duele. Le duele el alma pensar que hay historias enterradas, gritos callados, memorias que nunca se hablarán para no destruir familias, para no romper la imagen de quienes pensaron que lo hicieron bien.
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Editado: 29.04.2025