¡corre!

¡Corre!

“No mires atrás… sólo corre…”

Se repetía una y otra vez como un autómata.

Aunque nada puede verse en la oscuridad absoluta que le rodea. Es esa sensación, ese reflejo involuntario fruto del pánico que le hace a uno voltear la cabeza.

“No lo hagas”. Se obligaba a sí mismo.

“Tan solo corre”.

No había otra idea en su cabeza.

Correr tan rápido como pueda, sin importar nada más.

Ya no interesan los roces ni los golpes contra las salientes de roca de la fría, húmeda y oscura cueva.

Si quería vivir…

En una fracción de segundo recordó cómo fueron muriendo los miembros del equipo.

Sus compañeros, sus amigos… Su novia…

Apretó los dientes.

En este momento no había lugar para otra cosa.

Así que ahora, a pesar del cansancio, de la sed, del miedo; a pesar de todo.

¡Sólo corre!

Una simple palabra podía definir el sentimiento que había invadido por completo su ser. Desesperación.

Y apenas un pensamiento fijo en su aterrorizada mente.

Correr…

Llevando a cuestas consigo el desasosiego visceral que sentía como algo físico en el estómago.

¡Corre!

Y tal vez, sólo tal vez; puede que tenga una oportunidad.

¡Corre!

Era el último que quedaba. Y ahora la cosa iba a por él…

A ciegas a través de la negrura que lo rodeaba. Los ojos abiertos de par en par sin ver absolutamente nada. Lastimándose, golpeándose, trastabillando y cayendo una y mil veces. Con la angustia cerrándole la garganta al igual que un cepo. Sabiendo que su única posibilidad de sobrevivir era encontrar la salida de esa maldita y nefasta caverna.

A veces el silencio que lo rodeaba le hacía creer, fugaz y erróneamente, que estaba sólo y esa… cosa… había dejado de perseguirlo.

Y entonces nuevamente el hedor.

Ese hedor que delataba su presencia.

Esa asquerosidad hija del infierno sabía que él estaba allí. Lo buscaba.

Los cabellos se le erizan por el pánico.

¡Corre!

El sollozo afloró inevitablemente. Ya no podía contener su angustia.

Todos ellos habían venido a descubrir, por error y fatalmente, por qué le tememos a la oscuridad. Ahora sabía por qué le tememos a la noche.

Los monstruos existen. Están allí. Solo hay que encontrarlos…

Se obliga a seguir andando al sentir que la figura está cada vez más cerca. Se le aproxima despacio. No tiene prisa. Juega con él.

Él no puede verla, pero sabe que está ahí. Rondando. Acechándolo.

La oscuridad es su elemento. Sólo ellos eran los extraños en aquel lugar.

Y ahora únicamente quedaba él.

Un nuevo tropiezo y cae de rodillas. Casi no puede levantarse. Su magullado cuerpo ya está al límite.

Grita. De rabia, de dolor y de impotencia.

No es justo, no.

Ya no le importa evitar hacer ruido.

La cosa le persigue y lo sabe. Está aquí. A un palmo de distancia.

Y no hay escape a menos que llegue a la luz.

Solo la luz puede salvarlo.

Así que tiene que desandar el camino. Volverse por donde vino. Donde empezó todo.

Al principio.

A la boca de la maldita cueva.

Una lágrima pugna por salir. Se la enjuga. No hay tiempo para eso. Ya no hay tiempo para nada más que no sea intentar escapar.

Con un esfuerzo sobrehumano se pone de pie nuevamente. Un dolor punzante y atroz le inunda el cerebro. ¿Y ahora, qué?

Se apoya en la oscuridad contra la pared de roca y con una mano se toma la otra. El origen de este nuevo dolor es uno de sus dedos. No se había dado cuenta antes. Quebrado. Vuelto hacia atrás en una posición inverosímil. ¿Cómo pasó eso? Qué más da. No importa. Ya nada importa.

¡Corre!

Exhausto, destruido física y mentalmente, se pone en marcha otra vez.

No te detengas… Sólo corre.

Una suave brisa que no está contaminada por la pestilencia de la criatura le llega justo desde enfrente.

¿Qué es eso? Un tenue resplandor aparece allí a lo lejos. Apenas un puntito de luz. Imposible determinar la distancia debido a lo oscuridad que le rodea.

Su mente trabaja febrilmente tratando de entender, de no caer presa de un subterfugio de sus sentidos, al igual que un espejismo.

Da un par de tambaleantes pasos en esa dirección. Una nueva saliente en la pared de piedra le abre otro corte en el rostro, a la altura de la sien, pero no le presta atención. Está absorto en el punto de luz. ¿Qué es?

El corazón le da un vuelco al reconocerla.

¡La entrada!

Ni siquiera piensa en pestañear para no creer que es una ilusión y se le escape de vista. Indeciso, tambaleante, avanza unos pasos más.

Los ojos desorbitados al confirmar lo que sospechaba. Se le empaña la mirada por las lágrimas.

¡Es la salida!

De repente, un shock de adrenalina reactiva su cuerpo y recobra la esperanza. La claridad se hace más fuerte.



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En el texto hay: monstruo sobrenatural, un monstruo

Editado: 15.07.2019

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