Capítulo once: La llamada

Capítulo once: La llamada

La joven Rodríguez se quedó completamente estupefacta al oír la voz que se oía del otro lado del tubo, estaba completamente asustada ya que no sabía lo que estaría sucediendo, no tenía la menor idea de lo que estaba por sucederle. Su madre se había ido, se fue y dejó al pequeño Ian tirado sin importar lo que le podría suceder, sin importar nada de nada.

¿Cuál era la razón por la que ella desapareció? Nadie lo sabía, sólo Lis.

— ¿Mamá? —reiteró la joven Rodríguez con su voz temblorosa, ella se encontraba en la espera de una respuesta favorable del otro lado del tubo.

La respiración agitada, el pecho de la joven Rodríguez subía y bajaba con rapidez, sus ojos grises bañados en lágrimas que aún no se desprendían; Rodríguez apretó sus ojos con fuerza y luego los abrió, los nervios que poseía producían que los vellos de su cuerpo se erizarán mágicamente. La niña fijó la mirada en una pared de la habitación esperando que alguien por fin le respondiera su interrogante, pero no fue así. Se lograba oír la respiración de una mujer al otro lado del tubo, pero nadie decía algo; sólo hablaba la joven Nora desesperada por saber si esa persona era su propia madre.

La luz de la habitación estaba apagada, pero de un momento a otro se encendió misteriosamente. La mirada de Nora fue directamente hacia la persona que encendió la luz y sonrió levemente al notar que ese acto fue realizado por el joven médico, ya estaba demasiado asustada y por suerte él había entrado a la habitación, ahora ya no estaría sola, ya no.

—Nor...

Ella al oír eso supo que esa persona era su madre, la voz era demasiado parecida.

— ¿Ma? —salió de sus labios.

El sonido de la línea se comenzó a oír dando a entender que la llamada ya había terminado. Nora negó con la cabeza, y limpió sus ojos con cuidado y delicadeza. No quería aceptar que eso había sucedido, pero ya era demasiado tarde para pensar en eso.

Domínguez se acercó al lado de Nora y la abrazó con cariño, una pequeña sonrisa se había dibujado en su rostro al sentir como ella respondió su abrazo. Él cerró sus hermosos ojos para lograr disfrutar mejor del momento en el que se encontraban éstas dos almas.

—Era mi madre... —murmuró ella separándose de él.

— ¿Tú madre? —preguntó Domínguez con el ceño fruncido mirando los ojos de la jovencita—. No es posible ¿Qué quería?

—No lo sé, no me dijo nada.

— ¿Cómo que nada? —esas preguntas estaban poniendo demasiado nerviosa a la joven.

—No me dijo nada, la conversación se cortó —susurró ella tomando el rostro de él entre sus pequeñas manos delicadas y suaves como algodón—. Tengo miedo...

Él negó con la cabeza al oír lo que estaba oyendo salir de los labios de ella. Él llevó sus manos a las de la pequeña Nora y las acarició con dulzura absoluta, ese acto fue dulce y tierno; algo que Nora no reconocía de ese hombre frente a ella.

—No debes tener miedo —dijo él y luego recordó el tema de la bomba— ¿Qué haremos con el tema de la bomba? —preguntó él.

Nora soltó con cuidado el rostro del joven y negó con la cabeza sin saber que sería lo que harían.

—No lo sé, creo que debemos salir de aquí —dijo la joven rubia.

Él negó con la cabeza rotundamente.

—No me iré. Ésta es mi casa, siempre fue mi casa y no me iré —dijo con sinceridad.

Ella alzó ambas cejas al oír eso y negó varias veces con la cabeza.

—Vendrás a casa, no puedo dejarte morir, Noah —dijo ella con el ceño completamente fruncido mirando los ojos de él—. No te dejaré.

Noah caminó hacia la puerta de la habitación y luego la miró fijamente a los ojos.

—Duerme, en la mañana nos iremos a casa de tu padre —explicó—. Le diré a Douglas que se vaya, no te debes preocupar, mi hermosa Nora -besó su frente con delicadeza absoluta en su tacto.

Él salió de la habitación y se dirigió a la ventana para cerrarla ya que muy pronto llovería.