El sendero serpenteaba entre árboles que parecían susurrar secretos antiguos. Andrei avanzaba con paso cauteloso, mientras Azrael caminaba un par de pasos delante de él, su figura irradiando una serenidad inquietante. Todo en este lugar parecía diseñado para seducir sus sentidos. El aire era una mezcla embriagadora de flores, humedad y algo más profundo, casi imperceptible, como si el tiempo mismo tuviera un aroma.
A medida que Andrei seguía el camino, empezó a notar algo extraño. Cada vez que daba un paso, el suelo bajo sus pies respondía con un eco suave, casi como un murmullo. Al principio pensó que era su imaginación, pero pronto comprendió que las vibraciones tenían un patrón, una especie de ritmo que parecía hablarle directamente.
—¿Qué es esto? —preguntó, deteniéndose para observar el suelo cubierto de pétalos luminosos.
Azrael se giró hacia él con una sonrisa enigmática. —Es el Jardín de los Ecos. Cada paso que das aquí resuena con los momentos clave de tu vida. Escucha bien, Andrei. Este lugar te mostrará lo que necesitas recordar.
Intrigado y un poco inquieto, Andrei cerró los ojos y agudizó sus sentidos. El murmullo del suelo se transformó en voces familiares. Una carcajada de su infancia. El regaño de su madre cuando rompió una reliquia familiar. El sonido de la lluvia la noche en que tomó la decisión de escapar de todo lo que conocía. Cada eco traía consigo un torrente de emociones: nostalgia, arrepentimiento, alegría y pérdida.
—¿Por qué me muestras esto? —preguntó, mirando a Azrael con los ojos entrecerrados.
—Porque no puedes avanzar sin enfrentar tu pasado —respondió Azrael, su voz tan firme como el suelo bajo sus pies. —Cada uno de estos ecos es un fragmento de ti. Negarlos es negarte a ti mismo.
Andrei tragó saliva y asintió. Continuó caminando, y los ecos se intensificaron. Ahora no eran solo sonidos; las imágenes comenzaron a materializarse a su alrededor. Vio a su padre trabajando en el taller, su rostro endurecido por los años. A su hermana menor, risueña, persiguiendo mariposas en el jardín. Luego, el recuerdo de un amor perdido: Alina. Su risa, su tacto, el último adiós en la estación de tren.
El peso de esos recuerdos lo hizo detenerse, incapaz de seguir avanzando. Se sentía dividido entre el deseo de abrazar este nuevo mundo y el anhelo de todo lo que había dejado atrás.
—No puedes quedarte aquí —dijo Azrael, acercándose. —Este lugar no está diseñado para atarte al pasado, sino para que encuentres las claves que necesitas para liberarte.
Andrei miró las imágenes con dolor. —No quiero olvidar. Pero tampoco quiero seguir cargando con esto.
Azrael se inclinó hacia él, su mirada penetrante. —Entonces debes transformarlo. Usa estos recuerdos como la base para construir algo nuevo. No son cadenas, Andrei, son raíces. Y las raíces te dan fuerza.
Inspirado por las palabras del demonio, Andrei respiró profundamente y continuó su camino. Las imágenes comenzaron a cambiar. Ya no eran escenas de pérdida o arrepentimiento, sino de posibilidades. Se vio a sí mismo creando, explorando, amando. Cada paso lo alejaba de las sombras de su pasado y lo acercaba a una versión de sí mismo que no había imaginado posible.
Finalmente, llegaron a un claro en el centro del Jardín de los Ecos. Allí, un lago cristalino reflejaba el cielo, aunque no había sol visible. La superficie del agua brillaba con un resplandor plateado, como si estuviera hecha de pura luz.
—Mira —indicó Azrael, señalando el lago.
Andrei se acercó con cautela y se inclinó para observar su reflejo. Lo que vio lo dejó sin aliento. No era solo su rostro lo que se reflejaba, sino múltiples versiones de él: un niño lleno de sueños, un joven roto por la pérdida, un hombre que irradiaba fuerza y determinación. Cada versión de sí mismo parecía mirarlo con expectativa, como si esperaran algo de él.
—¿Qué significa esto? —preguntó, sintiendo una mezcla de temor y esperanza.
Azrael cruzó los brazos y habló con solemnidad. —Significa que tienes el poder de elegir. Cada uno de estos reflejos es un camino. No importa cuál elijas, siempre serás tú. Pero debes decidir quién quieres ser y qué dejarás atrás.
Andrei cerró los ojos, dejando que las imágenes y los ecos se asentaran en su mente. Por primera vez, sintió que tenía el control. Ya no era un prisionero de su pasado ni un peón en el juego de fuerzas más grandes que él. Era el arquitecto de su destino.
Cuando abrió los ojos, su reflejo había cambiado. Ahora solo veía a un hombre decidido, con una mirada que reflejaba tanto sabiduría como valentía. Andrei sonrió ligeramente y dio un paso atrás, alejándose del lago.
—Estoy listo —dijo, mirando a Azrael.
El demonio asintió con aprobación. —Entonces sigamos. Lo que viene será más desafiante, pero también más gratificante.
Juntos abandonaron el claro, dejando atrás el Jardín de los Ecos. Andrei, ahora con una nueva determinación, sabía que había tomado el primer paso hacia la redención, no solo de su alma, sino también de su visión del mundo. Lo que le esperaba más adelante seguía siendo un misterio, pero por primera vez en mucho tiempo, estaba dispuesto a enfrentarlo.