Corroidos

Capítulo 9: El Guardián de los Portales

Andrei y Azrael avanzaron por un sendero que parecía cambiar con cada paso. Las piedras bajo sus pies brillaban tenuemente, como si las almas que habían pasado por allí antes hubieran dejado su rastro. Al horizonte, una estructura se alzaba imponente: un enorme portal circular hecho de obsidiana, decorado con intrincados grabados que brillaban con una luz púrpura y plateada. A su alrededor, el aire vibraba con una energía que Andrei no podía comprender del todo, pero que lo hacía sentir inquieto.

—Ese es el Portal de los Destinos —dijo Azrael, su tono solemne. —Cruzar por él significa elegir tu próximo camino, pero también enfrentar una prueba. Nadie lo cruza sin ser desafiado.

Andrei miró el portal con una mezcla de curiosidad y temor. Las palabras de Azrael resonaban en su mente: una prueba. Había enfrentado su pasado en la Biblioteca de las Almas, pero el peso de lo desconocido seguía siendo intimidante.

—¿Qué clase de prueba? —preguntó, girándose hacia Azrael.

El demonio se limitó a esbozar una sonrisa enigmática. —Eso depende de ti. Cada alma es probada de una manera única. El Guardián del Portal decidirá cómo debes demostrar que estás listo.

Antes de que Andrei pudiera preguntar más, un sonido profundo y gutural resonó desde el portal. Del centro oscuro surgió una figura imponente. Era un ser alto, con piel de ónix y ojos que brillaban como estrellas distantes. Su cuerpo estaba cubierto de tatuajes que parecían moverse, cambiando de forma y posición como si estuvieran vivos. En su mano derecha sostenía un báculo que irradiaba una energía antigua.

—El Guardián —murmuró Azrael, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto.

Andrei tragó saliva, sintiendo que su corazón latía con fuerza. La presencia del Guardián era abrumadora, no por su apariencia, sino por la sensación de poder y sabiduría que emanaba de él.

—Andrei, hijo de dos mundos —dijo el Guardián, su voz resonando como un eco que venía desde las profundidades del universo. —Has llegado al umbral de tu destino. Antes de cruzar, debes responder: ¿qué buscas más allá de este portal?

La pregunta lo tomó por sorpresa. Andrei había estado avanzando, enfrentando pruebas y verdades, pero no se había detenido a pensar en lo que realmente deseaba alcanzar. Cerró los ojos por un momento, buscando en su interior.

—Busco libertad —respondió finalmente, con la voz firme. —No solo del mundo que dejé atrás, sino de las cadenas que he puesto sobre mí mismo. Quiero ser quien realmente soy, sin miedo ni arrepentimientos.

El Guardián lo miró en silencio por unos instantes que parecieron eternos. Luego, levantó su báculo y lo golpeó contra el suelo. Una onda de energía se extendió a su alrededor, y el paisaje cambió de inmediato.

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Andrei se encontró en un vasto campo de batalla, rodeado por figuras indistintas que parecían sombras de su pasado. Reconoció rostros familiares: su familia, Alina, incluso versiones más jóvenes de sí mismo. Cada figura lo miraba con una mezcla de juicio y expectativa.

—¿Qué es esto? —preguntó, sintiendo cómo la ansiedad crecía en su pecho.

La voz del Guardián resonó en el aire. —Esta es la prueba de tu deseo. Cada una de estas sombras representa una atadura que has llevado contigo. Para cruzar el portal, debes enfrentarlas y decidir cuáles liberar y cuáles mantener.

Las figuras comenzaron a moverse hacia él, susurros llenando el aire.

—Nos dejaste atrás —susurró la sombra de su madre, su voz cargada de tristeza.

—Prometiste que volverías —acusó Alina, con los ojos llenos de reproche.

—¿Qué te hace pensar que mereces ser libre? —preguntó su propio reflejo, sus palabras cortantes como cuchillas.

Andrei sintió que las voces lo abrumaban, cada una cargada con el peso de sus decisiones y miedos. Pero entonces recordó las palabras de Azrael: no se trataba de olvidar el pasado, sino de aceptarlo y transformarlo.

Respiró hondo y levantó la mirada. —No soy perfecto —dijo, con la voz temblorosa pero decidida. —Cometí errores, herí a quienes amaba, y he cargado con la culpa de esas decisiones. Pero estoy aquí para cambiar, para aprender a vivir con esas cicatrices y seguir adelante.

Las sombras se detuvieron, sus rostros comenzando a desvanecerse. Solo una figura permaneció: su propio reflejo, mirándolo con una mezcla de desafío y comprensión.

—Entonces demuestra que eres digno de esa libertad —dijo el reflejo, levantando una espada que había aparecido en su mano.

Andrei miró la espada con determinación. No era un duelo para destruir, sino para aceptar. Avanzó hacia su reflejo, sintiendo que cada paso lo llenaba de fuerza. Cuando sus espadas chocaron, el campo de batalla se iluminó con una luz cegadora.

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Cuando la luz se desvaneció, Andrei estaba de pie frente al Guardián, quien lo observaba con una expresión impenetrable.

—Has enfrentado tus sombras y has comenzado a liberarte de ellas —dijo el Guardián, inclinando ligeramente la cabeza. —El portal está abierto para ti.

Andrei sintió una oleada de alivio, pero también una nueva responsabilidad. Miró a Azrael, quien lo observaba con una leve sonrisa.

—Esto es solo el comienzo, ¿verdad? —preguntó.

Azrael asintió. —Así es. Pero ahora sabes que tienes la fuerza para continuar.

Con el corazón latiendo con fuerza, Andrei dio un paso hacia el portal. La energía que emanaba lo envolvió, y con una última mirada hacia Azrael, cruzó el umbral hacia lo desconocido.




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