Cortesana Imperial

La Llegada de Isabella de Alventi

El aire de la mañana rodeaba a Isabella de Alventi obligándola a qué se esforzara por respirar, mientras se acercaba a la entrada principal del Palacio de Valdar. Los imponentes muros de piedra y las almenas del castillo se erguían sobre ella, recordándole de que el mundo al que estaba a punto de ingresar no ofrecía una grata bienvenida para aquellos que creían que eran valientes, compasivos, o que mantenían esperanza en el poder transformador del perdón y la reconciliación. Cada paso que daba el suelo le devolvía una respuesta con el crujir de sus zapatos resonando en la plaza vacía, aumentando la aceleración de su mecanismo de defensa natural y le permitía percibir cómo todo a su alrededor representaba una amenaza peligrosa acompañada de un sentimiento desagradable. Aún así, no se permitió detenerse. Estaba decidida a dejar atrás la humilde vida que había conocido, las noches interminables trabajando en las cocinas de la taberna de su tío, y el dolor de la pobreza que había soportado desde que su madre murió. Hoy, estaba a punto de iniciar una nueva vida.

Había escuchado mil historias sobre la corte. Relatos sobre las fiestas deslumbrantes, los bailes interminables y por supuesto, las intrigas que se tejían entre los muros del palacio. Entendía a la perfección que no sería fácil, que habrían personas que al ver como ascendía en la escalera del poder se declararían sus enemigos. Aunque tratarían de ocultar sus verdaderas intenciones con esos gestos que al sonreír mantendrían los dientes de arriba acompañando la curva del labio inferior y que tratarían de convencerla de ser sinceros ofreciéndole tratos que no estarían dispuestos a cumplir. Además era consciente que el poder se encontraba en ese lugar. Eso que necesitaba para cambiar su destino, y así poder elevarse más allá de las circunstancias que la habían rodeado toda su vida.

Lo único que necesitaba era encontrar a alguien dispuesto a invertir en ella, a creer en lo que podía ofrecer. Una mujer joven como ella, bella y virgen en un mundo como este y con esas virtudes eran mercancías valiosas. Ella lo había aprendido desde muy joven, aunque nunca había experimentado lo que significaba vender su cuerpo. Era consciente que si no estaba dispuesta a hacerlo debía ofrecer otras cosas como: su astucia, su capacidad para leer las emociones ajenas y jugar con ellas a su favor. Pero a pesar de todo lo que se le había enseñado en las últimas semanas, un miedo profundo anidaba en su pecho. ¿Y si no era suficiente? ¿Y si la devoraban antes de tener la oportunidad de hacerse un lugar?

Una ráfaga de viento frío levantó su capa de terciopelo y la hizo detenerse justo antes de cruzar la puerta principal. Se ajustó el broche de oro con nerviosismo, un recuerdo de su madre que llevaba siempre consigo. La idea de perderlo la aterraba tanto como fallar en su misión en la corte. Su respiración se aceleró, y su corazón latía con una fuerza que la hizo temer que su plan entero fuera un error. ¿Qué hacía allí? No era más que una chica de pueblo, sin más fortuna que un puñado de palabras persuasivas y una educación a medias.

Aún con todo esto, el miedo era solo una imagen carente de luz en el fondo de su mente. A pesar de las dudas, Isabella sabía lo que quería: anhelaba el control de su propio destino. Por eso, si jugaba bien sus cartas, la corte le ofrecería no solo una sino varias para obtener riqueza, firmar acuerdos con personas que compartían el mismo interés que ella tenía y quizás… Por qué no, hasta encontrar el amor. Pero lo primero que necesitaba era hacerse notar. No podría hacer nada si no se ponía manos a la obra.

Cuando decidió lo que tenía que hacer, cruzó las puertas del castillo y fue recibida por la magnitud del lugar. Las paredes estaban cubiertas de tapices, las lámparas de cristal brillaban sobre los suelos pulidos de mármol, y el rebote de los pasos de los sirvientes se escuchaba repetir por los largos pasillos. Isabella observó a su alrededor admirando la construcción pero no permitió que sus emociones se apoderaran de ella. Debía parecer que este lugar era algo natural para ella, no un espectáculo que la dejara con la boca abierta. No desconocía que cualquier muestra de sorpresa la haría parecer más una campesina que una mujer joven y digna de estar aquí.

Un lacayo se le acercó y, tras una reverencia cortés, la guió hacia los aposentos de Lady Belicia, la dama había mostrado interés en patrocinarlahabía mostrado interés en patrocinarla. Era una mujer de gran influencia en la corte, conocida por su habilidad para identificar talentos y transformarlos en peones útiles para sus propios intereses y los intereses de sus aliados. Isabella había captado la atención de esta mujer gracias a la recomendación de una vieja amiga de su madre. Aún así no era ninguna tonta al creer que esta oportunidad sería gratuita. Todo en la corte tenía un precio. Así que era tiempo de averiguar qué esperaba de ella.

Cuando llegó a los aposentos de la dama, Isabella se enfrentó al hecho de decidir cómo actuar y manejar esta situación. Enfrentarse a Belicia sería su primera prueba, la oportunidad de demostrar que era más que una joven inexperta. Respiró hondo y permitió que la ansiedad se desvaneciera, sustituyéndola por una máscara de serenidad que había practicado durante semanas.

Al entrar en la habitación, la encontró decorada con opulencia: cortinas de terciopelo rojo, un tocador de marfil y un gran espejo dorado donde Lady Belicia se observaba a sí misma con calma mientras ajustaba sus joyas. La dama ni siquiera se volvió a mirarla cuando ella hizo la reverencia acostumbrada en las ocasiones como esta.

—Así que tú eres Isabella de Alventi —habló Belicia con una ligereza que denotaba que no estaba tan convencida de lo que podía obtener por patrocinarla, a pesar de ello la observó a través del espejo, como si fuera una simple curiosidad en su día ajetreado.



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En el texto hay: juego de rol

Editado: 04.10.2024

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