Cortesana Imperial

Uno

El aire de la ciudad de Salzburgo en el año doscientos veinte se tornaba denso, en especial en los callejones estrechos que conducían a la casa de Emelie Fessler, mujer conocida por su habilidad para satisfacer los deseos más oscuros de la alta sociedad. En su salón principal, bajo una iluminación tenue, Emelie observaba detenidamente a las jóvenes traídas por Aivaras Melinis, un esclavista de renombre que, con manos extendidas y gestos controlados, le presentaba a las muchachas como si fueran tesoros en una subasta secreta.

Sentada en su asiento de terciopelo carmesí, Emelie recorría cada figura con una mirada analítica y práctica. Su expresión se mantenía neutral, aunque en sus ojos destellaba un interés que no pasaba desapercibido. Delante de ella, una selección de niñas, todas menores de catorce años, permanecía en silencio, siguiendo las instrucciones de Aivaras sin levantar la mirada. La escasa luz de las velas formaba sombras que acentuaban la juventud de sus rostros y la fragilidad de sus cuerpos.

Aivaras, con su característica sonrisa cortante, rompió el silencio:
—¿Qué te parecen estas jovencitas, mi estimada Emelie? —preguntó, observándola con una mezcla de admiración y expectación.

Emelie movió un anillo de oro que adornaba uno de sus dedos y alzó el mentón, tomando tiempo para responder. Su voz, cargada de desdén, fue precisa al señalar los defectos de cada una de las jóvenes. Señaló a la más delgada, sugiriendo que su constitución era demasiado frágil como para soportar un embarazo. La siguiente, según Emelie, carecía de linaje, algo que para sus clientes resultaba indispensable. Otra, en su criterio, no poseía la virtud adecuada, mientras que una cuarta ya rozaba la edad de la adolescencia avanzada, restándole el encanto de la niñez. Finalmente, una de ellas, con mirada apagada y labios temblorosos, no cumplía sus exigencias de belleza.

Aivaras, sin perder la compostura, se acercó a una de las muchachas. Sus ojos, mientras hablaba, brillaban con una mezcla de astucia y desafío.
—Querida Emelie, si sigues así, me quedaré sin nada que ofrecerte. Mira esta hermosura, es una ternura y muy obediente. Estoy seguro de que te será sencillo enseñarle los oficios que tan bien dominas. Incluso, con un poco de preparación, podrías presentarla ante nuestro emperador —dijo, señalando a una niña de ojos grandes y expresión calma.

Emelie se inclinó en su asiento, apoyando una mano regordeta sobre su papada, y analizó a la muchacha que Aivaras le indicaba. La piel pálida de la joven parecía casi etérea bajo la iluminación cálida de las velas, y el aire de nobleza que desprendía resultaba inusual para alguien en su situación. La cortesana entrecerró los ojos, calculadora.
—¿De dónde has sacado a esta niña? —preguntó con un tono que denotaba un interés creciente.

Aivaras, alzando el mentón, respondió con un aire de orgullo apenas contenido:
—La adquirí en Leópolis. Es la más hermosa de toda la ciudad y, puedo asegurarte, de todo el imperio que nuestro gran Octavianus Hosidius gobierna. Sus ojos avellana, su piel alabastrina… todo en ella revela un linaje distinguido. Podrías hacer una fortuna con esta niña, Emelie. Con su apariencia, sería capaz de atraer hasta al más esquivo de tus clientes.

Emelie se levantó de su asiento, un esfuerzo visible en sus movimientos, y se acercó a la muchacha con la lentitud que requería un examen minucioso. Tomando el mentón de la niña con sus dedos gruesos, giró su rostro de un lado a otro, observando cada detalle de su piel y de sus ojos. Con una ligera inclinación de cabeza, reconoció la gracia que emanaba de la joven. La edad perfecta, pensó para sus adentros.
—Veo que ya está creciendo —murmuró, sin desviar la vista del rostro de la muchacha—. ¿Cuánto quieres por esta?

Aivaras se permitió una sonrisa satisfecho, como si ya hubiese anticipado la pregunta.
—Cien monedas de oro —respondió, con una firmeza que provocó una exclamación de sorpresa en Emelie.

Emelie abrió los ojos, contrariada.
—¿Acaso crees que soy el mismo emperador para pagarte semejante cantidad? —replicó, con un tono cargado de indignación. La cantidad era elevada, incluso para los estándares que solía manejar en su negocio.

La respuesta de Aivaras fue una carcajada profunda que resonó en el salón. Su voz, segura, no dejó espacio para el regateo.
—Emelie Fessler, créeme que el emperador te dará mucho más por ella de lo que pagarás a mí. Esta niña tiene un valor que no alcanzas a imaginar. Piénsalo, Emelie; podrías convertirla en una de las favoritas de la corte, alguien de quien incluso Octavianus Hosidius se ocuparía personalmente.

Emelie, consciente de la oportunidad, asintió con resignación. Se dirigió hacia una gaveta ubicada a un costado de la habitación, donde guardaba sus documentos. De una caja sacó un papiro, un tintero y un sello. Con movimientos firmes, imprimió su marca en el contrato, sellando el acuerdo con un nombre que resonaría entre las paredes de la corte imperial. Le extendió el papiro a Aivaras.
—¿Cómo se llama esta lindura? —preguntó, mientras miraba una última vez el rostro inocente y a la vez resignado de la joven.

Aivaras dio un paso atrás, satisfecho con la transacción.
—Bronislava Symonenko —respondió, pronunciando el nombre con la dignidad que merecía, como si aquello también formara parte del acuerdo.

Emelie sonrió, y con una última mirada de complicidad hacia Aivaras, se preparó para comenzar el entrenamiento de la nueva adquisición. Sabía que el futuro de Bronislava en la corte podría ser brillante si se manejaba con el cuidado que demandaba una pieza tan valiosa. En los círculos de poder del imperio, la belleza y la obediencia de una joven de linaje podían significar una ascensión o una caída tan rotunda como el capricho de quienes las poseían.

La puerta de la casa de Emelie se cerró detrás de Aivaras mientras el esclavista abandonaba el lugar, satisfecho con la transacción. En el silencio que siguió, Emelie estudió el contrato en su mano, preguntándose si aquella adquisición sería la joya que finalmente consolidaría su posición entre los proveedores de cortesanas de alto rango. La figura de Bronislava, con su expresión de sumisión mezclada con una cierta dignidad natural, le daba la respuesta sin que ella tuviera que formularla en voz alta.



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En el texto hay: intriga, juego de rol

Editado: 04.11.2024

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