Cortesana Imperial

Dos

El esplendor del palacio imperial en Roma reflejaba el poder y la ambición de Octavianus Hosidius. En uno de los salones del ala privada, donde sólo unos pocos privilegiados podían entrar, Emelie Fessler se encontraba de pie frente a Mauli Savang, el jefe de los eunucos, quien revisaba la mercancía presentada con ojos de experto. La expresión de Emelie era una mezcla de paciencia y anticipación mientras cada una de las muchachas vírgenes avanzaba por el espacio amplio y elegante.

Con una voz calculada, Emelie las presentó una a una, realzando la procedencia de cada una como si fueran tesoros exóticos traídos desde los rincones más remotos del imperio.
—Esta muchacha es de Viena. Fue una adquisición especial —mencionó, señalando a una joven de cabellos claros y aspecto delicado—. Compré esta otra a un comerciante que la trajo de Acoris —añadió, refiriéndose a una niña de piel oscura y ojos brillantes—. Esta de aquí viene de la ciudad de Odense, una perla nórdica.

Las jóvenes permanecían en silencio, siguiendo las órdenes de Emelie y manteniendo la compostura, sabiendo que cualquier gesto en falso podría significar el final de su oportunidad. Mauli las examinaba con su típica calma, sus movimientos reflejando la autoridad que poseía como guardián de las concubinas del emperador. Con sus manos a la espalda, se desplazaba frente a ellas, evaluando cada una de las palabras de Emelie.

Emelie, consciente del interés del jefe eunuco, hizo un gesto hacia una joven en particular, una criatura de piel dorada y cabellos oscuros.
—Mi querido jefe eunuco Mauli Savang, esta hermosa señorita es de tu ciudad natal, Pakse —declaró con un aire de satisfacción. La muchacha en cuestión bajó la mirada en señal de respeto, mientras Mauli la observaba con interés renovado, reconociendo ciertos rasgos familiares en ella.

A pesar de la presentación, Mauli alzó una ceja y, sin disimular su tono exigente, formuló una pregunta que Emelie conocía demasiado bien:
—Querida Emelie Fessler, todas son muy hermosas, pero me pregunto... ¿Acaso no tienes algo diferente? Algo que los ojos del emperador aún no hayan visto.

Emelie esbozó una sonrisa segura. Con un gesto calculado, se llevó una mano regordeta a su papada, dejando que su mirada adquiriera un brillo de satisfacción.
—Por supuesto que sí, mi apreciado Mauli Savang. Guardo una joya que será la estrella de esta presentación. La llamo mi “colibrí de Leópolis” —anunció, con un tono que despertó la curiosidad de Mauli—. Es la más hermosa de toda esa ciudad, y no temo afirmar que de todo el mundo bajo el dominio de nuestro emperador Octavianus Hosidius. Puede comprobarlo usted mismo, jefe eunuco; mire esos ojos avellana y esa piel alabastrina. La sangre noble corre en sus venas.

En cuanto la joven mencionada, Bronislava Symonenko, avanzó, el interés de Mauli creció. A diferencia de las otras, Bronislava se destacaba por la serenidad en su postura y la elegancia natural de sus gestos. Sin indicaciones, dio un paso adelante y esperó la reacción del eunuco, sabiendo que, en ese momento, todos los ojos estaban puestos en ella.

—Bronislava Symonenko —prosiguió Emelie, aprovechando el impacto de su entrada—, es la virgen más obediente y educada que mi casa haya producido. Le aseguro que nuestro emperador encontrará en ella a una concubina capaz de satisfacerlo en todos los aspectos.

Mauli entrecerró los ojos, analizándola con un enfoque distinto al que había usado con las otras muchachas. Caminó alrededor de Bronislava, inspeccionando cada ángulo de su figura y observando la postura firme de la joven, que mantenía la cabeza erguida y la mirada serena. Después de unos segundos, soltó una risa suave.
—Más que un colibrí, diría que parece un animal salvaje de las tierras blancas. Veamos, muchachita, camina un poco y déjanos ver esa elegancia —ordenó, sin perder de vista el rostro de Bronislava.

Ella asintió sin dudar y comenzó a caminar a lo largo del salón. Sus piernas largas y esbeltas marcaban cada paso con una precisión natural, sin perder el porte ni la gracia. Su figura se movía al ritmo de sus pasos, exhibiendo una delicadeza que contrastaba con la fuerza de su andar. Emelie observó en silencio, satisfecha con el resultado de los meses de entrenamiento que había dedicado a la joven. Sabía que esa presentación sería crucial para asegurar su lugar en el entorno imperial.

El jefe eunuco se cruzó de brazos y asintió con una expresión de aprobación.
—Formidable. Seductora y con porte de gran dama. Es una buena moza, sin duda —afirmó, sin apartar la vista de Bronislava—. Emelie, quiero saber tu precio por ella.

Emelie sonrió, consciente del impacto que Bronislava había causado en Mauli.
—Trescientas cincuenta monedas de oro —declaró con voz firme, sabiendo que el precio era elevado, pero confiando en el valor de su “colibrí”.

Mauli soltó una leve exclamación, sin dar muestras de sorpresa. El precio, aunque alto, no era desmedido si se consideraban las cualidades de la joven. Con un gesto de su mano, indicó a una asistente que trajera el cofre de las monedas. Emelie observó con satisfacción cómo el cofre de oro era llevado hasta la sala.

Mauli hizo un gesto para que Bronislava lo siguiera, señalando a Emelie que había cumplido con sus expectativas. Emelie guardó el contrato con la marca imperial que la vinculaba a la corte y con un último vistazo de orgullo, observó a Bronislava mientras se alejaba junto al jefe eunuco. Sabía que, a partir de ese momento, la joven se enfrentaría al mundo de intrigas y poder del palacio. En ese ambiente, no bastaba la belleza, sino la capacidad de adaptarse y sobrevivir entre aquellos que siempre buscaban la caída del otro.

La transacción estaba cerrada. Emelie, sin más que hacer, se despidió con una inclinación de cabeza ante Mauli, quien le devolvió el gesto antes de girarse hacia el corredor que conectaba con los aposentos de las futuras consortes.



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En el texto hay: intriga, juego de rol

Editado: 04.11.2024

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