El invierno en Alejandría traía una brisa helada que se colaba por los pasajes oscuros y angostos de las catacumbas de Kom el Shogafa, donde se escondía Antefaa, un hombre cuya vida pendía de un hilo tras haber sido exiliado por una oscura conspiración palaciega. La figura de Mauli, envuelta en una túnica que ocultaba su presencia en aquellas tierras, se movía con la discreción de alguien acostumbrado a tratar con secretos y sombras. Antefaa, un hombre de nariz larga y recta, delgado y de complexión alta, lo esperaba con los brazos cruzados y una expresión de escepticismo en el rostro.
Mauli se acercó con cautela, observando las paredes de piedra que lo rodeaban. Los ecos de sus pasos reverberaron en los túneles hasta que, finalmente, se detuvo frente a Antefaa, quien lo observó en silencio, esperando una explicación para aquella visita.
—¿Qué has descubierto? —preguntó Mauli, mirándolo con un destello de interés.
Antefaa lo miró con suspicacia antes de hablar, manteniendo su voz en un tono bajo, como si las sombras pudieran traicionar su conversación.
—Escucha, Mauli —dijo, con un tono de advertencia—. Sabes bien lo que sucederá si la emperatriz viuda se entera de que he hablado. Mandaría a sus verdugos a buscarme sin demora. Ahora, ¿por qué quieres ayudar a esa joven llamada Bronislava?
Mauli cruzó las piernas y dejó caer la tela de su túnica sobre ellas, acomodándose con calma antes de responder.
—Digamos que no lo hago precisamente por ella —admitió, con una sonrisa leve—. Sin embargo, debo reconocer que veo en esa joven algo que me indica que podría convertirse en una gran emperatriz. Si la vieras, no dudarías en creerlo. Desde que llegó al palacio, Octavianus no tuvo ojos para otra concubina hasta la llegada de esa víbora llamada Milonia, la hija del prefecto del pretorio, Camillus Curtius. —El rostro de Mauli se ensombreció al mencionar el nombre del prefecto—. Ahora, el emperador ha dejado de llamar a Bronislava. Es como si estuviera bajo un hechizo, porque solo parece tener ojos para Milonia.
Antefaa frunció el ceño, mirándolo con escepticismo, como si las palabras de Mauli le resultaran difíciles de creer.
—Entonces, ¿crees que el emperador se ha enamorado de Milonia? No veo cuál es el problema en ello.
Mauli negó con la cabeza.
—No es amor, querido amigo. Lo he visto llorar mientras duerme, he escuchado cómo susurra el nombre de Bronislava en sus sueños. Pero al despertar, no tiene ojos para nadie más que Milonia. Es como si le hubieran arrebatado su voluntad.
Antefaa entrecerró los ojos, estudiando a Mauli con una mezcla de comprensión y suspicacia.
—¿Has buscado un cristal de cuarzo? Colocarlo cerca de la cama del emperador, en la mesa de noche, podría ser la causa. Podría estar influenciado bajo alguna especie de hechizo o encantamiento —respondió con voz calculada—. Si Milonia tiene acceso a estos cristales, no dudaría en usarlos para asegurarse la atención de Octavianus.
Mauli asintió con la mandíbula apretada. La mención de un cristal de cuarzo parecía darle sentido a sus sospechas, pues conocía bien el poder de estos objetos y la influencia que podían ejercer sobre alguien vulnerable.
—Investigaré eso en cuanto regrese a Roma —respondió, decidido.
Antefaa lo observó en silencio por un instante, y luego, como si recordara algo de súbita importancia, añadió:
—En cuanto al amante secreto de la emperatriz viuda, no es otro que el mismo prefecto del pretorio, Camillus Curtius. Él mantiene una relación con ella desde hace años, aprovechando el poder y la cercanía que sus puestos les otorgan. Tienen un acuerdo que les asegura una influencia peligrosa sobre el emperador.
Mauli apretó los puños, sintiendo cómo la revelación avivaba la determinación que lo había llevado hasta Alejandría.
—Camillus Curtius… Ese hombre aspira a controlar el trono a través de su hija Milonia, y ahora comprendo que la emperatriz viuda lo apoya para proteger sus propios intereses. —Las palabras de Mauli se cargaron de furia—. Y mientras tanto, Bronislava sufre el rechazo de quien la amaba.
Antefaa levantó la mano, indicándole que guardara silencio.
—Baja la voz, amigo. Si alguien nota mi ausencia en el faro del puerto, podrían sospechar. Mi posición es frágil, y cualquier error me costará la vida.
Mauli asintió, comprendiendo la advertencia de Antefaa y agradecido por la información que acababa de recibir. Con un leve gesto de respeto, se despidió.
—Que los dioses recompensen tu ayuda, amigo. Ten por seguro que cuando Bronislava alcance el lugar que le pertenece, recibirás tu recompensa.
Antefaa sonrió, en un gesto cargado de cierta esperanza, mientras observaba a Mauli desaparecer en las sombras del pasaje. Sabía que aquella información era tan peligrosa como valiosa, y que en manos de Bronislava y Mauli podría traer consigo una revolución en el palacio.
Mauli salió de las catacumbas con paso firme, dirigiéndose al puerto. Necesitaba llegar a Roma cuanto antes y comunicarle a Bronislava la verdad sobre la emperatriz viuda y el prefecto.