Cortesana Imperial

Trece

El último día del décimo segundo mes del año doscientos veinticuatro trajo consigo un aire frío que calaba en las piedras del palacio imperial. Bronislava se encontraba en la sala principal, frente al prefecto del pretorio, Camillus Curtius, quien esperaba con las manos entrelazadas, simulando serenidad.

—¿Han encontrado alguna pista sobre el paradero de Seti? —preguntó Bronislava, observando al hombre con ojos inquisitivos.

Camillus negó con la cabeza sin cambiar su expresión neutral.
—No, mi señora. He ordenado a los guardias que continúen la búsqueda, pero no hemos encontrado nada hasta ahora. Quizá se marchó del palacio.

Bronislava apretó los labios, ocultando su malestar. Algo en el tono de Camillus le resultaba forzado, y no podía evitar sospechar que él tenía algo que ver con la desaparición de Seti. Sin embargo, no tenía pruebas.
—Es extraño… —comentó, fijando la mirada en el prefecto—. También me parece curioso que su hija Milonia no haya venido a visitarnos en esta época del año. Siempre lo hace.

Camillus respondió con un encogimiento de hombros calculado.
—Tal vez se encuentra ocupada con asuntos personales, o no desea importunar al emperador después de lo ocurrido entre ellos.

Bronislava asintió sin añadir palabra alguna. El silencio entre ambos se prolongó, y la joven concubina decidió no presionar más. Con un gesto, lo despidió, y Camillus se retiró con su actitud habitual, sin mostrar signo alguno de incomodidad. Bronislava, en cambio, regresó a su habitación, donde el peso de los últimos días parecía hacerse más evidente.

Sentada frente al ventanal que daba al jardín imperial, Bronislava repasaba cada detalle de los acontecimientos recientes. La desaparición de Seti, la inusual ausencia de Milonia y, sobre todo, la repentina muerte de la emperatriz viuda Hamra, que había dejado un vacío en la corte y avivado las tensiones entre las facciones del imperio.

Además, estaban las manifestaciones de descontento en el ejército, cuyos soldados cuestionaban las decisiones de Octavianus, así como las quejas de los mercaderes, quienes aseguraban que los impuestos habían alcanzado niveles insoportables. Todo apuntaba a que una rebelión se gestaba en las sombras, y Bronislava sabía que debía actuar antes de que el caos se apoderara del reino.

Después de un momento de reflexión, hizo llamar a uno de los guerreros más leales a Octavianus. El soldado, un joven alto y musculoso, entró en la habitación y se arrodilló frente a ella, inclinando la cabeza.
—Larga vida para usted, mi señora —dijo con respeto.

Bronislava se levantó de su asiento y caminó hacia él.
—Levántate y dime tu nombre —ordenó, cruzando los brazos.

El soldado se puso de pie, evitando mirarla directamente.
—Balog, mi señora.

—¿De dónde eres, Balog? —preguntó, evaluando al hombre frente a ella.

—La verdad, no lo recuerdo, mi señora. Me trajeron aquí cuando era niño. El jefe del ejército dice que soy de origen húngaro.

Bronislava asintió, viendo en el soldado una mezcla de lealtad y fortaleza.
—Muy bien, Balog. ¿Sabes por qué te he hecho llamar?

—No, mi señora. Solo me informaron que usted deseaba hablar conmigo.

—Escucha con atención —dijo Bronislava, acercándose un poco más—. Quiero que te conviertas en la sombra de Camillus Curtius. Vigílalo y averigua lo que sabe sobre Seti.

Balog frunció el ceño, mostrando un atisbo de preocupación.
—Si bien recuerdo, mi señora, Seti nunca abandonó el palacio, aunque el señor Camillus diga lo contrario.

Bronislava entrecerró los ojos. La confirmación de Balog reforzaba sus sospechas.
—Eso es justo lo que he estado pensando. Ahora dime, ¿qué sabes de la hija de Camillus? ¿Dónde está Milonia?

—Tampoco abandonó el palacio, mi señora —respondió Balog con seguridad.

Bronislava respiró hondo y asintió, dejando que las piezas comenzaran a encajar en su mente.
—Entonces todo está relacionado… —murmuró para sí misma. Luego, levantó la voz para dirigir su orden final—. Ve y haz lo que te he pedido. Asegúrate de que nadie descubra que hemos hablado.

Balog inclinó la cabeza con respeto.
—Como usted ordene, mi señora.

El soldado abandonó la habitación, dejando a Bronislava sola una vez más. Sabía que el tiempo jugaba en su contra y que debía adelantarse a los movimientos de Camillus si quería proteger a Octavianus y al trono.

Balog, fiel a las órdenes recibidas, comenzó su labor. Durante el resto del día, observó a Camillus desde las sombras, siguiendo sus pasos por el palacio y tomando nota de cada interacción. Al caer la noche, el soldado notó algo inusual: Camillus ingresó a una bodega que solía permanecer cerrada. Balog esperó unos minutos y se acercó a la entrada, pero no pudo escuchar nada que indicara qué ocurría dentro.

Aunque no podía arriesgarse a ser descubierto, supo que debía investigar más. El prefecto no solía frecuentar ese lugar, y su visita solo aumentaba las sospechas en torno a él.

Mientras tanto, Bronislava no descansaba. En su habitación, repasaba los nombres de aquellos en quienes podía confiar y evaluaba los próximos pasos que debía tomar. Panagiotis y Antefaa seguían siendo piezas clave en su estrategia, pero hasta que no regresaran, tendría que apoyarse en personas como Balog, cuya lealtad al emperador era indiscutible.



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En el texto hay: intriga, juego de rol

Editado: 26.11.2024

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