Cosas que pasan, pasan que cosas

Pérdidas

Hay momentos que se quedan atrapados en el tiempo. Instantes que nunca deberían acabar, pero que inevitablemente lo hacen. Esta es la historia del mío.

Julian apareció en mi vida una tarde de octubre, con la indiferencia de alguien que no busca nada pero termina encontrándolo todo. Yo tenía diecisiete, una lista de inseguridades que intentaba esconder y una extraña costumbre de enamorarme de las personas equivocadas.

Nos conocimos en un café, un refugio donde el otoño se derramaba por las ventanas y el mundo parecía ir más lento. Él leía algo que parecía demasiado complejo para un martes por la tarde, y yo lo observaba como quien observa una tormenta a lo lejos, sabiendo que se acercará, pero sin poder hacer nada para evitarlo.

Y así fue.

Nos enamoramos en conversaciones que duraban hasta la madrugada, en silencios que decían más de lo que cualquier palabra podría. Con él, el tiempo se sentía diferente, no corría, no pesaba, simplemente existía.

Pero el amor tiene una manera cruel de demostrarnos que nunca es suficiente.

Un amor que no debía durar

Julián tenía una forma de mirar al mundo que lo hacía parecer inalcanzable. Me hablaba de libros que nunca había leído, de ciudades en las que nunca había estado, de sueños que parecían tan lejanos como la idea de que algún día dejaría de amarlo.

-No creo en las pérdidas -me dijo una vez-. la gente se va sin necesidad de decir adiós.

En ese momento no entendí lo que quería decir.

Pero un par de meses después lo entendí demasiado bien.

El último otoño

Era una noche fría donde me miró como si estuviera a punto de arrancarme de su vida.

-Me voy -dijo.

Dos palabras. Solo dos.

Mi cuerpo se tensó como si de alguna forma ya lo hubiera sabido.

-Cuando?

-Mañana.

Fue entonces cuando el mundo dejó de tener sentido.

Porque la gente no se va de un día para otro. El amor no desaparece de la noche a la mañana. No puedes besar a alguien en la frente y luego decirle que todo se acabó como si fuera una historia escrita a lápiz que se puede borrar sin dejar rastro.

Pero Julián lo hizo.

No intenté convencerlo. No le rogué. Solo lo miré sintiendo como mi propio corazón se volvía algo pequeño, frágil, condenado a romperse.

Esa noche nos quedamos juntos hasta el amanecer. Caminamos por las calles vacías, nos besamos como si eso pudiera evitar lo inevitable y nos prometimos cosas que nunca llegaríamos a cumplir.

-Nos encontraremos de nuevo -susurró contra mi cuello.

Y yo le creí.

Dios, cómo le creí.

Las horas perdidas

Al principio, intenté aferrarme a nuestra historia. Revisaba su perfil cada noche, esperando una señal de que seguía pensando en mí.

Pero la gente sigue adelante. Y Julian no fue la excepción.

El día que vi la foto sentí que me arrancaban el aire de los pulmones.

Ahí estaba él. Sonriendo. De la mano de otra chica.

No hubo explicaciones. No hubo despedidas. Solo el vacío de alguien que alguna vez me sostuvo con tanta fuerza y que, sin aviso, decidió soltar.

Me quedé ahí, con el teléfono en la mano, sintiendo la certeza de que de algo que me dolió más que cualquier otra cosa: para él, yo solo había sido una de sus horas perdidas.

La gente dice que el amor nunca se olvida.

Yo creo que sí.

No de golpe, no como si nada.Pero un día despiertas y ya no pesa tanto. Ya no duele respirar. Ya no sientes la urgencia y buscarlo en cada rostro desconocido.

Un día te das cuenta de que el amor no es solo lo que alguien siente por ti, sino lo que decide hacer con eso.

Y Julián ha sido olvidarme.

Así que yo también lo hice.




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