Cosas que pasan, pasan que cosas

Instante

Yara nunca se había sentido cómoda en las fiestas. No era tímida, pero tampoco era de esas personas que se soltaba fácilmente en medio del bullicio y la música ensordecedora. Prefería los ambientes más tranquilos, donde no tuviera que forzar conversaciones ni encajar en círculos que no le interesaban.

Pero esa noche era diferente.

Esa noche era el cumpleaños de Jasmine, su mejor amiga, y no podía faltar. Además, Karla, la otra pieza clave de su trío inseparable, la había convencido con su insistencia.

-Vamos, solo será un rato -le había dicho Karla mientras se arreglaban en su habitación—. Y si es un desastre, nos vamos temprano.

Yara aceptó, aunque sin mucho entusiasmo.

Cuando llegaron a la casa de Jasmine, la fiesta ya estaba en su punto máximo. La música retumbaba en cada pared, el aire estaba cargado de risas, gritos y el aroma de alcohol mezclado con perfume barato. La casa estaba llena de personas que Yara apenas conocía, rostros que se difuminaban en el torbellino de luces de colores y movimiento.

Ella y Karla se refugiaron en una esquina, observando todo desde la distancia, como si fueran espectadoras de un mundo al que no terminaban de pertenecer.

Fue entonces cuando Jasmine se acercó con una sonrisa traviesa.

-Mi amigo quiere conocerte -dijo sin rodeos.

Yara levantó una ceja, fingiendo desinterés.

-¿Y qué hago con esa información? -respondió con un tono neutral.

Jasmine rodó los ojos, divertida.

-Solo ven y siéntate con nosotros.

Yara suspiró, pero antes de que pudiera negarse, Karla ya la estaba empujando suavemente hacia el otro lado de la sala, donde un grupo de chicos conversaba animadamente.

Entre ellos estaba él.

Yosh.

No era la primera vez que escuchaba su nombre. Jasmine hablaba mucho de él, de sus ocurrencias, de su forma de ver la vida sin complicaciones. Incluso lo había visto antes, en aquella videollamada improvisada cuando Jasmine estaba en su casa y él en la suya con sus amigos. Después de eso, intercambiaron algunos mensajes en Instagram, pero nada lo suficientemente significativo como para llamarlo una conexión.

Hasta ahora.

-¿Cuál de ellas dos te parece más bonita? -preguntó Jasmine de repente, con su descaro característico.

Yara la miró con incredulidad, sintiendo el calor subirle a las mejillas. Karla soltó una risa baja, divertida con la situación.

Yosh no se inmutó. Solo sonrió con diversión y respondió:

—Las dos.

Pero su mirada se quedó en Yara un segundo más de lo necesario. Y eso fue suficiente.

A partir de ese momento, algo cambió.

Al principio, fue sutil: una broma, una risa compartida, un pequeño roce de manos accidental que duró un poco más de lo normal. Pero con cada minuto que pasaba, la tensión entre ellos se volvía más palpable.

Y luego llegó el momento que marcó la diferencia.

Yosh se levantó y, sin previo aviso, se sentó en las piernas de Jasmine.

-Ven -le dijo a Yara con una sonrisa traviesa—, siéntate aquí, a ver si ella aguanta nuestro peso.

Yara arqueó una ceja, dubitativa. Pero algo en la forma en que él la miraba, en la seguridad con la que lo decía, la hizo aceptar.

Jasmine se levantó y, de repente, solo quedaron ellos dos en la silla.

Demasiado cerca.

Demasiado conscientes del otro.

Él la rodeó con sus brazos y Yara sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No era solo el contacto físico, era la forma en que lo hacía, como si estar así fuera lo más natural del mundo. Como si siempre hubiera estado destinado a suceder.

No se dijeron nada.

No hacía falta.

Cuando Yara se levantó y volvió con Karla, su mente aún estaba en esa silla, en la calidez del cuerpo de Yosh contra el suyo, en la manera en que su respiración había chocado contra su cuello.

-¿Por qué no te has besado con él? -preguntó Karla, rompiendo su ensoñación.

Yara parpadeó, como si acabara de despertar de un sueño.

-Porque no veo a los chicos —-respondió con calma-. Él tendría que besarme a mí.

Karla sonrió con picardía.

-Ah, ya entendí. Tú lo que quieres es que te agarre del cuello y te bese de golpe.

Yara no respondió. No hizo falta.

Y como si el universo conspirara a su favor, Yosh apareció en ese momento.

-Entonces… ¿nos comemos y lo dejamos aquí? -susurró con una sonrisa ladeada.

Yara alzó los hombros, con una pequeña sonrisa que lo invitaba a averiguarlo.

Y él no dudó.

Su mano se deslizó con firmeza hasta su cuello, acercándola con la misma seguridad que había mostrado toda la noche. No hubo titubeos ni dudas. Solo el choque inevitable de sus labios, un beso que comenzó con dulzura, pero que pronto se volvió más profundo, más urgente, más real.

En ese instante, el mundo desapareció.

Las luces, la música, la gente.

Solo eran ellos dos.

Después de eso, no se separaron en toda la fiesta. Siguieron hablando, riendo, mirándose de esa manera en la que solo se miran dos personas que saben que hay algo más, algo que ni siquiera ellos pueden entender todavía.

Pero lo que es fugaz, a veces es eterno en la memoria.

Porque, con el tiempo, dejaron de hablar.

No hubo una pelea, ni un adiós oficial. Solo un silencio que creció entre ellos, hasta volverse insalvable.

Sin embargo, en las noches, cuando la nostalgia atacaba, Yara sabía la verdad.

Sabía que él seguía pensando en ella.

Así como ella pensaba en él.




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