La ciudad latía con el pulso acelerado de la noche, luces, el murmullo de conversaciones en bares y el incesante zumbido de la música que emanaba de los locales de la zona. Eris caminaba por las calles del centro, con el taconeo seguro de quien ha decidido romper con lo establecido. A sus 20 años, había aprendido que el amor no siempre es lo que se ve en los cuentos bonitos, a veces, es tan frío y calculado como una cuenta bancaria y tan predecible como el amanecer. Ella había estado con Alejandro durante casi dos años, un hombre con el que todo parecía encajar en la rutina, pero donde la pasión se había convertido en un recuerdo distante.
Eris recordaba el principio, cuando cada palabra de Alejandro parecía un verso de una canción de cuna, y las promesas se susurraban entre caricias suaves. Sin embargo, con el paso del tiempo, la chispa se apagó. Alejandro se había acostumbrado a que Eris se conformara con poco, gestos mecánicos, mensajes automáticos, y la misma agenda repetitiva que marcaba cada día. Eris, a pesar de todo, siempre guardó la esperanza de que el amor pudiese renacer, pero su alma empezaba a gritar que algo debía cambiar.
Aquella noche, Eris decidió ir a una fiesta en un bar emblemático del barrio, un lugar donde la juventud y la desobediencia se hacían eco en cada esquina. El ambiente estaba cargado de ritmos y voces que parecían querer romper con lo predecible. Entre risas y luces parpadeantes, Eris se encontró con un grupo de amigos, pero no tardó en notar que su mente vagaba hacia pensamientos más intensos, hacia un anhelo de algo real y vibrante.
Mientras conversaba de manera superficial con algunos conocidos, Eris sintió que alguien la observaba desde la penumbra del local. No era la mirada indiferente de la multitud, sino una mirada que parecía atravesarla, como si buscara descifrar cada secreto que ella guardaba. Al girar, sus ojos se encontraron con los de Diego. Él estaba apoyado en la barra, con una actitud que irradiaba seguridad y arrogancia, esa mezcla explosiva que provocaba reacciones intensas en quienes lo miraban. Diego vestía de manera casual, con una chaqueta que contrastaba con sus jeans rotos, y una sonrisa desafiante que parecía decir “solo se vive una vez”.
—¿Te he visto antes? —preguntó Diego, rompiendo el silencio con voz baja y algo burlona.
Eris, sorprendida por la osadía, replicó con una mezcla de ironía y curiosidad:
—No creo, porque preguntas? —preguntó Eris en un tono arrogante. ¿Quieres conocerme?.
La respuesta pareció encender algo en Diego, y sin esperar a que Eris continuara, añadió:
—Mira, niña, estás preciosa y además, tú no pareces ser de las que se conforma con migajas.
Mientras Diego hablaba, la atmósfera del bar se volvió cómplice. Sus palabras eran directas, casi agresivas:
—Si no te sientes viva con lo que tienes, ¿por qué seguir aferrándote a algo que te deja en la sombra?
Eris sintió que el corazón le latía con fuerza. La forma en que Diego hablaba, con esa arrogancia bien descarada, la sacudía de una manera la cual Alejandro jamás logro. Durante años, ella había soportado las miradas perdidas y la indiferencia de su novio, y ahora, en ese instante, Diego parecía ofrecerle una alternativa, una posibilidad de sentir la vida con intensidad, sin miedo a ser juzgada.
La conversación continuó en medio de un ambiente saturado de música, risas y destellos de luces. Diego no tardó en dejar claro que no estaba allí para juegos:
—No vine a hacerte promesas vacías, Eris. Sabes, si tú no me hubieras tirado esas miraditas, yo tampoco estaría aquí, dispuesto a romper con lo de siempre. Y te digo algo: si sientes que tu novio no te comprende, si sientes que él te tiene atada a una rutina sin emociones, es hora de despertar. Porque lo que ofrezco no es un cuento de hadas, es la realidad dura, esa que te priva de todo, pero que te hace sentir, de verdad, cada latido.
Eris, que había mantenido silencio hasta ese momento, se encontró debatiendo entre la repulsión por la forma en que Diego arrojaba esas palabras y el eco de una verdad que había intentado ignorar. ¿Era posible que alguien tan labioso como Diego pudiera ofrecerle lo que ella anhelaba, aunque el precio fuese alto? La tensión en el aire se hizo palpable, y los amigos de ambos comenzaron a prestar atención, murmullando entre sí.
El ambiente se transformó en un escenario improvisado. La música subía de intensidad, y la luz parpadeante del bar parecía marcar el ritmo de la discusión. Alejandro, el novio de Isabella, que había estado absorto en su teléfono, levantó la vista al oír la voz de Diego. Su mirada se cruzó con la de Eris, que estaba a dos mesas de Alejandro con Diego y sus amistades, y por un instante, en el silencio de la multitud, se pudo leer en sus ojos la incomodidad y el resentimiento de un amor que ya no era lo que parecía.
—¿Qué estás haciendo, Eris? —exclamó Alejandro, con voz tensa, al aproximarse al grupo.
Diego replicó con una carcajada que destilaba arrogancia:
—Alejandro, si ella no te quiere, no te preocupes. Mira lo contenta que se ve conmigo, Isabella, tú mereces algo más que lo que tú tienes ahora.
Los amigos de Alejandro se miraron con sorpresa y desdén, mientras Isabella se debatía en su interior. Por años, había soñado con una aventura que la hiciera sentir viva, que la despertara de la rutina sin importar el riesgo. Y ahora, frente a Diego, todo parecía diferente, aunque el costo de ese cambio se viera reflejado en las palabras ásperas que retumbaban en el bar.
—No se trata solo de buscar un poco de adrenalina —dijo Diego, dirigiéndose directamente a Isabella con un tono que mezclaba desafío y sinceridad—. Se trata de reconocer que, si no te atreves a sentir de verdad, nunca sabrás lo que es vivir sin cadenas. ¿Vas a seguir dejando que el miedo te controle o vas a liberarte de una vez?
Eris sintió cómo la tensión subía, cómo cada palabra golpeaba sus defensas. Durante años, se había visto obligada a adaptarse a un amor que le dejaba frías las emociones, a un Alejandro, que parecía más preocupado por las apariencias que por sus verdaderos sentimientos. Y ahora, en el rostro de Diego, se reflejaba una promesa de libertad, aunque cruda y sin adornos.