Final?
Valentina había pasado meses sintiendo que algo andaba mal. No era la típica sensación pasajera, era como una espina en el interior que se rehusaba a desaparecer. Con 17 años, se creía lista para la vida, para exigir lo que merecía, pero también sabía que el amor, o al menos lo que se le prometía, a veces era una simulación. Su novio, Cristian, siempre había asegurado que lo suyo era real, que lo pasaban bien y que no había nada de lo que preocuparse. Pero Valentina notaba cosas, mensajes a horas curiositas, llamadas que terminaban cuando ella entraba a la habitación, y una mirada esquiva cuando se le preguntaba directamente sobre su ex, Allison.
Aquella noche, todo explotó en la fiesta de fin de curso en la casa de uno de sus compañeros. La música, las luces, el ambiente estaba cargado de la energía típica de una juventud que se siente invencible. Valentina se encontraba en medio de la sala principal, pero su mente divagaba en pensamientos diversos y en la sensación de haber sido engañada. La rabia se le subía a la cabeza y no podía dejar de recordar cada “no sé, es solo una amiga” que Cristian había dicho cuando ella le preguntaba sobre Allison.
Fue en ese ambiente, entre risas y gritos de complicidad, cuando Valentina decidió que ya no podía seguir callada sobre lo que sentía acerca de la herMOZA, Allison. Caminó decidida hacia la cocina, donde vio a Cristian charlando animadamente con Allison. No era el típico encuentro furtivo, se notaban las sonrisas, las miradas que se encontraban y se prolongaban. El corazón de Valentina latía con fuerza, y cada paso que daba se sentía como un martillazo en su interior.
—Cristian —exclamó Valentina, interrumpiendo la conversación.
Todos los que estaban en la casa se quedaron en silencio por un segundo. Allison frunció el ceño, y Cristian, con una expresión de desconcierto y, sobre todo, de fastidio, se volvió hacia ella.
—¿Ahora qué quieres, Val? —dijo Cristian, con voz áspera y sin ningún rodeo.
Valentina se plantó firme frente a él, con los ojos lagrimeando y llenos de una malparida rabia que dejaban sin palabras. No había nada de palabras bonitas, ni de “amorcitos” que suavizaran el golpe. Solo la cruda realidad que llevaba meses negándose a aceptar.
—No sé, pero ya me cansé de tu bobería —dijo, con un tono que mezclaba ira y tristeza—. Siempre dices que es solo una amiga, que no hay nada entre ustedes, pero yo lo sé. Y ya no aguanto.
Cristian se rió con incredulidad, como si la acusación fuera una broma de mal gusto.
—¿Boberias? ¿Estás loca? Lara es mi amiga, nada más. Siempre exageras todo.
—No, Cristian, tú sabes muy bien que no es así —dijo Valentina, acercándose aún más—. He visto tus mensajes, he escuchado cómo hablas de ella cuando crees que no estoy. ¿Qué te hace pensar que puedes jugar con mi corazón y luego venir a decir que es inofensivo?
La tensión se pudo cortar con cuchillo. Lara se quedó en silencio, sin saber si intervenir o retirarse. Algunos de los amigos de Cristian se miraban incómodos, mientras otros parecían disfrutar del espectáculo. La situación se volvió un torbellino de emociones, y Cristian, con el rostro enrojecido, intentó justificarse:
—Valentina, relájate, no es para tanto. Solo son cosas sin importancia, ya tú sabes, charla de amigos.
—¿Para tanto? —replicó Valentina, con voz temblorosa pero firme—. ¿Qué clase de “charla de amigos” es esa, cuando siento que me están adornando la frente? ¿No te das cuenta de que cada vez que me miras, cada vez que te ríes de esa forma con ella, mi corazón se rompe un poco más?
La voz de Valentina se alzó, y en ese instante, Cristian se quedó en silencio, mirando a sus amigos, que parecían divididos entre el asombro y el típico “ya me lo esperaba”. La atmósfera en la fiesta cambió, la gente empezó a murmurar y a observar. La crudeza de las palabras de Valentina golpeaba con fuerza la indiferencia que Cristian había construido.
—¿Y tú qué crees, Val? —preguntó Cristian, intentando recuperar el control—. ¿De verdad crees que vas a ganar algo acusándome así?
—No se trata de ganar o perder —respondió ella, sin dejar que la rabia le robara la claridad—. Se trata de ser honesta conmigo misma y con lo que siento. Y yo sé que ya no puedo seguir con esta “mentirita indefensa” tuya. Tú me has estado engañando, y eso me duele, le dolería a cualquiera.
Cristian frunció el ceño, y su mirada se volvió dura. En ese momento, un chico que estaba cerca intervino con tono sarcástico:
—¡Oye, Cristian! Si no te importa, ¿por qué no le das a Val lo que ella quiere? Que sepa lo que piensas de una vez.
El comentario hizo que algunos en el lugar soltaran risas nerviosas, mientras Cristian se volvía hacia el chico, con un gesto de frustración. Pero Valentina, sin dejarse llevar por la situación, continuó:
—No me vengas con excusas. Yo merezco algo real, algo que me haga sentir bien, no este juego de medias tintas en el que tú te escondes detrás de mentiras y promesas que, perdón, pero nadita que ver.
La voz de Valentina era como un disparo en medio de la confusión. Cristian, que hasta entonces había tratado de minimizarlo, se enfureció.
—¡Val, ya termina! —gritó él, pero su grito se mezcló con el ruido de la música y las miradas incrédulas del público.
La tensión llegó a su punto máximo. Las palabras se convirtieron en un torrente que salía sin filtro. Valentina, con lágrimas mezcladas con rabia, replicó:
—No se trata de “termina”, Cristian. Se trata de que estoy harta. Harta de tus mentiras, harta de que me trates como si fuera una opción más, como si no importara lo que siento. Ya no quiero ser la que aguante tus excusas
En ese instante, la fiesta se volvió un escenario en el que cada mirada parecía juzgar, y cada susurro se convertía en eco de la traición. La gente se agrupó alrededor.
Cristian, con el rostro encendido de furia y vergüenza, intentó interponerse entre Valentina y el chico que había soltado el comentario sarcástico. Pero ya era demasiado tarde. La verdad se había salido de sus labios y el ambiente se impregnaba de la intensidad de un amor roto.