Coven 1: El despertar.

Capítulo VIII

La mirada de Silas indicaba que estábamos en peligro. Si algo podía asustar más que esos brujos, sin duda se trataba del guardia enlace de mi hermana. Conocí a Silas tras finalizar el primer curso de Luna. Ellos ya tenían esa unión mística, por lo que Silas era su protector veinticuatro horas al día, siete días a la semana y trescientos sesenta y cinco al año. No existía la palabra “descanso” para él. Yo era una niña cuando eso ocurrió, así que Silas se convirtió en una especie de hermano mayor, después de todo me vio crecer y compartió cada momento trascendental de mi infancia junto al resto de mi familia. Donde Luna estaba, él también. Debido al tiempo que llevaba conociendo a Silas sabía perfectamente que no era bueno enfadarlo. Solo había dos cosas que lograban sacar su ira: lastimar a Luna y desobedecer tanto las órdenes de la directora, como las suyas. Esa noche nos saltamos todas las reglas habidas y por haber. Nos metimos en serios problemas.

—En nuestra defensa, aún no era el toque de queda. —Pete fue el idiota que se atrevió a abrir la boca, el resto de los guardianes no tuvieron el valor de hacer gesto alguno. Silas entrecerró los ojos y caminó con fiereza hasta el guardia. Los demás chicos se miraron entre sí. El joven guardián acababa de firmar su sentencia de muerte.

— ¿Crees que me importa el toque de queda? —El hombre de metro noventa agarró por el cuello de la chaqueta al alumno de segundo año y lo levantó en el aire. Los humos de Pete se desplomaron de golpe y el terror se reflejó en sus ojos. Silas no iba a dañarlo, solo le gustaba infundir miedo de vez en cuando a los chavales —. Tenéis prohibido salir de Coven de noche precisamente por esto. ¿Ves lo que ha pasado aquí? ¡Casi termináis todos muertos! —Dejó caer a Pete a y sondeó con la mirada a los demás—. Hablaremos mañana con la directora. Largaos, los humanos no tardarán en llegar. —De fondo comenzaban a escucharse las sirenas de la policía y los bomberos.

—Disculpe, señor. —La siempre alegre voz de Ezra cambió por completo al dirigirse a Silas —. Tenemos a dos inconscientes, uno de ellos herido de gravedad. —Todos fijamos la vista en él.

Ezra se encontraba de rodillas junto a los cuerpos de Harding y Kasper. Al ver a mi exguardia ahí tirado me acerqué despacio para comprobar su salud. Durante un segundo deseé que fuera Kasper el herido y no Harding. El chico-cuervo tenía una herida bastante grande y profunda en el estómago, de ella brotaba sangre y la parte visible de la piel estaba de color negro. Se notaba la clase de hechizo que era el culpable, solo la magia oscura causaba ese tipo de estragos. Ver en ese estado a Harding no me gustó, mas no dije o hice algo que pudiera mostrar preocupación, jamás me lo habría permitido.

El profesor de los guardias se acercó rápidamente para ver a los dos caídos en batalla. La cara de Silas no era nada buena.

—Samara. —Miré al maestro para que supiera que le prestaba atención.

— ¿En qué puedo ayudar? —pregunté.

—Harding va a necesitar ayuda de tu hermana. Llévalos a la enfermería. Ezra, vas con ellos y avisas a Luna. —Asentí y me acerqué a los dos chicos que estaban en el suelo, a continuación, le hice un gesto Ezra para que se acercara a nosotros tres —. Cuento contigo, el hechizo del toque de queda no está activado.

—No te preocupes. Tendrás a tu alumno mañana a las seis corriendo por el jardín, como siempre. —Pronuncié las palabras mágicas en mi mente mientras visualizaba el lugar al que quería ir. No fue difícil, formulé ese hechizo millones de veces. En unos segundos estábamos en medio de la enfermería, donde había tres enfermeras. En cuanto se percataron de nuestra presencia no tardaron en ayudarnos a subirlos a las camas, supuse que ya estaban al tanto de los hechos, seguramente Silas las puso sobre aviso cuando se marchó de la academia.

—No vayáis a tocar por nada del mundo la herida del chico, podéis contaminaros. —Mientras la enfermera dijo eso, Ezra salió corriendo en busca de mi hermana —. ¿Cómo pasó esto? —La mujer se puso unos guantes y comenzó a recolectar utensilios médicos y mágicos para tratar las heridas de Harding. Observé al guardia fijamente. Por alguna razón mi corazón latía muy deprisa y me sentía más que nerviosa, como si tuviera miedo por lo que le pudiera ocurrir —. Es mejor que esperemos a que Luna venga.

— ¿Por qué vosotras no lo curáis? No creo que sea necesario esperar a Luna si estáis aquí, ¿no? —No pude evitar preguntarles.

—Tu hermana es experta en tratar lesiones hechas por magia oscura. Podríamos atenderlo nosotras, pero si hay una profesional en el tema aquí, preferimos que sea ella quien lo haga. —Asentí a las palabras de la enfermera, que revisaba con cuidado la herida de mi exguardia.

— ¿Qué hay sobre el brujo? —pregunté por curiosidad. El chico no me caía bien, era un pesado que todo el rato estaba detrás de mí, sin embargo, eso no quería decir que le deseara algún mal.

—Parece que se llevó un buen golpe. Por suerte no ha sido nada serio y se recuperará — respondió la otra enfermera.

— ¡Por Dios, Samara! —Luna apareció junto con Ezra —. Dime que estás bien. —Ella me agarró de los hombros y empezó a revisarme, yo me aparté.

— ¡Estoy bien, Luna! Preocúpate por Harding ahora.

—Tienes razón, me he dejado llevar porque eres mi hermana. Hablaremos luego. Ve a descansar, tú también, Ezra.

—Me quedo, es mi amigo el que está ahí. — Se cruzó de brazos y se acercó a la cama, donde el otro guardia estaba.




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