-Fernando:
Pasaron cinco días desde que la directora nos comunicó a todos sobre el torneo y la guerra. Cinco días desde que Ezra se me declaró en público. Seguía pensando que lo que hacía estaba mal, el no respetar mi decisión, a pesar de eso sabía que tenía razón en muchas cosas, como en que no podía eternamente negar mis sentimientos, pero tenía que hacerlo, por el bien de mi familia. Cuando Ezra dijo todas aquellas cosas finalmente acepté. Fueron segundos eternos para tomar una decisión. Elegí ir con él al baile y pasar una noche genial junto a la persona que por primera vez me hacía sentir todas aquellas mariposas en el estómago, sin embargo, también un último momento junto a mis amigos. Al darme cuenta de que Ezra no se detendría y de que mis sentimientos eran reales, tomé la elección de abandonar la escuela. No se lo dije a nadie, quería irme sin siquiera despedirme, si lo hacía no podría marcharme. Únicamente Silas y Luna estaban informados. ¿Por qué lo hacía? Por la salud de mi abuela. Prefería perder a Ezra que a ella, la mujer que me crio con amor desde que mis padres fallecieron. Ella y mi abuelo lo eran todo para mí, no podía perderlos. Ese torneo y el baile serían mis últimos momentos en Coven, los disfrutaría al máximo.
Eran las doce del día. El torneo comenzó a las nueve. Primero iban los guardias. Un montón de alumnos se inscribieron, ninguno sabíamos contra quién nos iba a tocar luchar, nunca se decía hasta el mismo momento. Todo era sorpresa, tanto para los espectadores como para nosotros. De paso se evitaba así que alguien hiciera un “Tonya Harding”. Fue justo a las doce cuando se dio a conocer los siguientes participantes. Al fin había llegado mi turno y me enfrentaría a Ezra. Me pareció una ironía después de lo que pasó en la cafetería días atrás. En cuanto los nombres de los participantes fueron anunciados caminé hasta donde se realizaba el evento, a una especie de arena improvisada en medio del jardín trasero. El sito estaba lleno de gradas, las cuales hallaban repletas. Estas formaban un círculo, en él sería nuestra pelea. Me recordaba un poco a los coliseos, donde los gladiadores peleaban por sus vidas.
—Vaya, vaya. Hay que ver cómo es la vida, ¿no? —Ezra se encontraba frente a mí, en medio de la arena de combate. Se veía bastante entusiasmado.
—De alguna manera creo que sobornaste a Silas para que nos hiciera luchar. —Él agarró una espada que se encontraba en una esquina, en la sección de armas. Para las batallas de los guardianes tenían preparado un armamento, podíamos elegir lo que quisiéramos para la pelea.
— ¿Estás de broma? No tengo ganas de destrozar tan bello rostro. —Yo lo imité, aunque en mi caso lo que cogí fue un arco con un buen montón de flechas.
—Tranquilo, eso no pasará. —Le sonreí y caminé hacia una esquina del lugar, allí me correspondía estar hasta que Luna nos permitiera empezar. Ezra hizo lo mismo.
— ¿Estáis preparados? —preguntó Silas. Los dos gritamos: “sí”, para que pudiera oírnos, ya que tanto él como Luna estaban bastante lejos —. ¡Pues que empiece el combate! Solo no olvidéis las normas. ¡Adelante! —El sonido de una campana se escuchó en todo el lugar, esa era la señal que necesitábamos para empezar.
La sonrisa de mi contrincante era inmensa y repleta de seguridad. Ezra era muy bueno, pero yo también. En ese entonces no éramos amigos y los sentimientos quedaban a un lado, nos volvimos rivales, enemigos hasta que uno de los dos cayera o se rindiera ante el otro.
Tomé el arco y apunté hacia el guardián que tenía frente a mí. Cogí una flecha y la preparé, estaba listo para esa batalla. En cuanto el estridente sonido se adentró en mis oídos solté la flecha sin dudarlo un solo segundo. Como no estaba seguro de si impactaría contra Ezra al instante tuve que lanzar otra rápidamente. Al ser un guardián tenía los sentidos y las habilidades más desarrolladas, por lo que coger, cargar, apuntar y disparar solo me tomó un par de segundos.
— ¡Oye! ¡¿Es que quieres matarme?! —exclamó Ezra. El guardián echó a correr y se ocultó detrás de unas rocas, que fueron colocadas en la arena para una situación como aquella.
— ¡Solo me estoy divirtiendo! —le respondí con una sonrisa traviesa.
Continué disparando hasta ver que era algo inútil. ¿Por qué malgastar flechas que iban a estrellarse contra una roca? Decidí acercarme lentamente, pues no sabía en qué momento Ezra podría surgir y darme una puñalada por la espalda, no era precisamente conocido por el juego limpio.
—Vamos, Ezra… ¡No te puedes quedar ahí todo el día! —Permanecí parado a unos metros de las piedras, esperando a que se dignara a salir, mas nunca lo hizo —. ¡Ezra! —grité su nombre, pero no obtuve respuesta alguna.
Di un par de pasos más y entonces sentí algo afilado en mi cuello que me lastimaba. Solté el arco e intenté apartar a lo que imaginé que era; Ezra transformado en zorro. Giré sobre mí mismo un par de veces, luchando contra aquel pequeño, pero matón animal. El zorro parecía bastante bien sujeto y no tenía la intención de cesar sus arañazos, así que tuve que pensar en otra cosa.
En ese instante tomé mi apariencia de hiena. Al estar en mi forma animal me sacudí con fuerza, arrojando así a Ezra. Escuché el leve y agudo chillido del animal, sin embargo, eso no hizo que me detuviera. Agaché la cabeza y solté un fuerte gruñido, avisando de ese modo al zorro que más le valía huir.
Ezra recuperó su forma humana al instante y me observó asustado. Velozmente me acerqué al guardián y salté para abalanzarme sobre él, no obstante, Ezra esperó hasta el último segundo para esquivarme girando por el suelo. Caí sobre mis patas y volteé mi cabeza en busca del guardián, por desgracia cuando lo vi no fue algo bueno. Ezra había agarrado mi arco y me golpeó en el morro con todas sus fuerzas. Solté un aullido de dolor y volví a ser humano. Mi nariz parecía estar rota porque no dejaba de sangrar y dolía horrores.