Serena se acomodó en su escritorio, ajustando el último bloque de papeles antes de echar un vistazo rápido al calendario. La campaña “Cofre del Destino” marchaba según lo previsto, aunque cada día parecía deslizarse entre sus dedos como arena. La oficina estaba imbuida de esa vibrante energía navideña que se filtraba entre las paredes, donde las luces parpadeantes y las risas dispersas parecían envolverlo todo. Pero Serena se mantenía al margen, como siempre: trabajo, hija y nada más.
—¿Ya viste los bocetos nuevos? —preguntó Carla al asomarse por la puerta, con un entusiasmo que contrastaba con la calma de Serena.
—Sí —respondió ella sin apartar la mirada de las anotaciones en su libreta—. Necesitamos tonos más cálidos, algo que evoque el calor del hogar, la conexión. Esa nostalgia que solo la Navidad trae.
Carla asintió con un brillo en los ojos.
—Dorados y toques de rojo. Lo veo —dijo antes de desaparecer por el pasillo.
El eco de sus pasos dejó a Serena sumergida nuevamente en su burbuja. Cerró la libreta y se inclinó hacia atrás, respirando hondo. Desde hacía días, una sensación extraña le anudaba el pecho, como si estuviera a punto de suceder algo, aunque no supiera qué. No era dada a las corazonadas, pero aquella percepción persistía, silenciosa y constante. Y eso le aterraba, recordando su mala suerte ante la posibilidad de que Noah finalmente las encontrara.
Decidió tomar un respiro y echar a andar hacia la oficina de Alejandro para entregarle unos papeles que necesitaban su firma. Al llegar, dio dos suaves toques en la puerta.
—Adelante —dijo la voz de su mejor amiga al otro lado.
—¿Alejandro no se encuentra? —preguntó Serena al entrar.
—No. Tomó la mañana para estar con Marcos —respondió Shery con suavidad. Por un instante pareció medir sus palabras antes de continuar—. Últimamente no está atravesando su mejor momento.
Marcos. El nombre flotó en el aire, como un susurro que tocaba algo en lo profundo de ella. Serena parpadeó un par de veces, sin entender por qué sentía una ligera inquietud, como si algo familiar se hubiera despertado sin previo aviso.
—Espero que esté mejor… —murmuró casi sin pensar. Apenas formuló la frase, quiso tragarse sus palabras. No era su asunto; ni siquiera conocía realmente a Marcos.
—Seguro que sí —respondió Shery con una pequeña sonrisa, perceptiva como siempre—. Alejandro dice que necesita tiempo. Aunque, bueno, si quieres, puedes almorzar con nosotros hoy. Estaremos todos más relajados.
—Oh… no sé. No quiero interrumpir —respondió Serena de inmediato, como si necesitara alzar una barrera.
Pero Shery no parecía dispuesta a dejarla escapar tan fácilmente.
—Vamos, Serena. Un respiro te vendría bien, y creo que Valeria lo disfrutaría también. Owen lleva días pidiéndome ir a recogerla para una tarde de películas.
La mención de su hija fue suficiente para que Serena se quedara en silencio. Al final, suspiró.
—Está bien. Pasaré a recogerla cuando termine a la cafetería de Cristina.
—Perfecto —respondió Shery con esa alegría tan suya.
—Bien... iré a continuar con mi trabajo —se despidió antes de darse media vuelta y salir de la oficina.
Cuando regresó a su escritorio, Serena se quedó mirando el teléfono, como si esperara que este le diera una respuesta a lo que acababa de aceptar. Sus dedos juguetearon con el bolígrafo, trazando líneas invisibles sobre su libreta. No era propio de ella aceptar invitaciones espontáneas; no le gustaba mezclarse demasiado con las personas, pero algo la hacía sentir… desconcertada. Porque eso era lo que le pasaba: no comprendía por qué la mención de Marcos la removía de esa manera.
—Es una tontería —se murmuró a sí misma, con una risa baja y amarga, como si intentara convencerse. Lo cierto es que, al pensarlo, sentía una presión en el pecho, como si el simple hecho de considerarlo fuera más complejo de lo que quería admitir—. No se encuentra bien… —repitió en voz baja, frotándose la frente—. ¡Qué me pasa! No puedo permitirme esto. No dejaré que vuelvan a hacerme daño otra vez —se recordó.
Pero mientras retomaba su trabajo, en el fondo, aquella chispa seguía latiendo: imperceptible, pero insistente. Como una pequeña luz que nadie más notaba, una señal que no pedía permiso para encenderse.
Mientras ella se sumergía en la mundanidad de su jornada, Alejandro, por otro lado, caminaba lentamente por las calles del pueblo. La tranquilidad del mismo parecía abrazarlo, como si el ambiente navideño que se respiraba a su alrededor intentara arrullarlo. Caminaba sin prisa, dejando que el frío invierno despejara su mente. Después de una mala noche, pensó que un reconfortante chocolate caliente de Cristina, acompañado de unas galletas navideñas que Marcos siempre había amado, era justo lo que necesitaba para recobrar algo de ánimo. Sin más compañía que sus propios pasos, se dirigía al pequeño café de la esquina, buscando consuelo en los aromas cálidos de la temporada y los consejos de una vieja amiga de la familia, lejos de las sombras de la oficina y las preocupaciones que lo acechaban a cada rincón.
Preocupado por su hermano, decidió recurrir a su última opción. En su mente surgió un recuerdo imborrable: de niños, Marcos adoraba las galletas navideñas de Cristina.
“Tal vez esto lo anime.” Sus pensamientos divagaron, reviviendo las mañanas festivas. “Cada Navidad, íbamos juntos a su cafetería. Todos amábamos sus galletas y el chocolate caliente; eran los mejores de Evergreen. Cristina siempre tenía nuestra mesa lista al entrar, y entonces la sonrisa de mi hermano lo iluminaba todo. Ancha, sincera, como si nada más importara en el mundo. Sus ojos brillaban de emoción, y cada bocado parecía llevarlo a otro universo. Era imposible no notar cómo miraba a Cristina, lleno de ilusión.”
FLASHBACK
—¡Wow! ¡Qué rica! —exclamó Marcos, con su versión de diez años llena de entusiasmo—. ¿Puedo ayudarte a hacer las próximas galletas? ¡Quiero aprender a hacerlas tan deliciosas como tú! —Su energía siempre fue contagiosa.
Editado: 30.05.2025