Creciendo Juntos [bajo el mismo cielo •1]

Capítulo 4

Esa noche, Serena volvió a revivir el rincón oscuro de su pasado. Un rincón que había intentado enterrar en las profundidades de su mente, pero que regresaba con la fuerza de un huracán. En su sueño, los detalles eran cruelmente nítidos: las frías baldosas del baño bajo su piel, la luz amarillenta del techo parpadeando intermitente y el eco ensordecedor de su propia respiración, cada vez más descontrolada.

Estaba allí de nuevo. Encogida en el suelo del baño de su antigua casa, abrazándose las piernas con tanta fuerza que sus uñas se clavaban en la carne. Una presión ardiente se expandía en su pecho, robándole el aire que tanto necesitaba. Las lágrimas recorrían su rostro sin tregua, mientras un nudo en la garganta la estrangulaba lentamente. Al otro lado de la puerta, los pasos de Noah resonaban con una calma metódica que helaba la sangre, cada golpe en el suelo un presagio, una sentencia.

—¿De verdad, Serena? —La voz de Noah era un veneno frío, disfrazado de dulzura. Ella cerró los ojos con fuerza, rezando por desaparecer, pero las palabras se filtraban a través de la madera de la puerta como cuchillas.

—Vamos, cariño, abre.

El corazón de Serena latía con tanta fuerza que temía que él pudiera escucharlo. Era una presa atrapada, incapaz de huir.

De repente, su mente la arrastró hacia otro recuerdo, uno en el que creyó encontrar una salida. Una época en la que las promesas parecían reales.

—¿Recuerdas nuestra primera cena juntos? —preguntó ella con una sonrisa tímida y esperanzada.

—¿Te refieres a la cena que arruiné y terminó en pizza? —respondió Noah entre risas suaves.

—Nunca fuiste buen cocinero, pero lo intentaste. Eso es lo que importa.

Esos recuerdos, que alguna vez le dieron calor, ahora eran dagas que se hundían en su pecho. El futuro que imaginaron juntos se había convertido en un espejismo cruel.

Un sonido la devolvió de golpe al presente: el clic del pomo girando.

—Te prometo que no estoy enfadado, Serena —susurró Noah con sarcasmo helado. El crujido de la puerta al abrirse llenó el espacio.

La figura de Noah apareció en la penumbra, avanzando hacia ella con una sonrisa torcida.

—Te dije que no hables con nadie, ¿verdad? Pero nunca aprendes... Nathan está en el hospital porque tú no sabes cerrar la boca.

El miedo de aquella noche la arrastró hacia otro recuerdo, uno que aún dolía más.

FLASHBACK

—¿De dónde sacaste esos moretones, Serena? —La voz de Nathan, llena de preocupación y rabia contenida, era un eco que aún dolía.

—No es nada… No te preocupes.

Nathan no se dejaba engañar fácilmente. Con cuidado, tomó su brazo, revelando la piel marcada por los golpes.

—¿Fue él? ¿Fue Noah? —preguntó, la furia temblaba en cada palabra.

—No es tan simple...

—Es simple, estrellita. Si te toca otra vez, no voy a quedarme de brazos cruzados.

La mirada de Nathan, llena de promesa, se había convertido en una amenaza para Noah, aunque Serena intentó detenerlo. Horas después, recibió una llamada angustiada de sus padres. Nathan estaba en el hospital. Noah había cumplido su advertencia, asegurándose de que Serena entendiera el precio de su “desobediencia.”

FIN DEL FLASHBACK

Un escalofrío recorrió su cuerpo, y el aire en el baño se volvió tan denso que apenas podía aspirarlo. Su respiración se volvió errática, los temblores incontrolables.

—Te repetí mil veces que no se lo contaras a nadie. Eres tan estúpida que no puedes aprender a comportarte. ¿Aún no entiendes que lo hago porque te amo? —Las palabras de Noah eran dagas envenenadas.

Serena intentó resistirse, luchando con todas sus fuerzas mientras Noah se acercaba con una calma aterradora, como si disfrutara de su temor. Su mirada fija la desarmaba, y aunque trató de liberarse, su agarre fue implacable. La desesperación la ahogaba mientras él la arrastraba con determinación hacia el dormitorio, el lugar que más temía.

—No, por favor, no me hagas daño... Te prometo que no dije nada... —rogaba, con angustia.

Serena despertó sobresaltada, empapada en sudor, con una presión sofocante en el pecho. Un grito desgarrador rompió la oscuridad de su dormitorio.

—¡Aah!

La puerta se abrió de golpe y Cristina apareció corriendo, con el rostro lleno de preocupación.

—¡Serena, cariño! —Se sentó a su lado, abrazándola con fuerza—. Tranquila, mi niña, estoy aquí. Tranquila.

Serena se aferró a Cristina como si su vida dependiera de ello, temblando incontrolablemente.

—Siempre vuelve, Cristina… No puedo escapar de él.

Cristina acarició su cabello con ternura, susurrando palabras tranquilizadoras, pero esta vez con una pizca de firmeza en su voz.

—No estás sola, Serena. Estoy contigo. Nadie va a lastimarte mientras yo esté aquí. Nadie.

Serena apenas podía respirar. Su pecho se contraía dolorosamente, sus manos temblaban y su vista se nublaba.

—Respira conmigo, cariño. Inhala, despacio… Eso es. Ahora exhala.

Serena intentó seguir las indicaciones, pero el peso del recuerdo seguía aplastándola.

—Si me pasa algo… prométeme que esconderás a mi hija. Protégela, Cristina. No quiero que sufra por mis errores.

Cristina la abrazó más fuerte, sintiendo el frío en la piel de Serena, como si todo el calor de su cuerpo hubiera sido arrebatado por el pánico.

—Nada te va a pasar. Tu hija está a salvo, Serena. Pero tú también necesitas estar bien. No estás sola, ¿entiendes? No voy a permitir que nada te pase.

Serena cerró los ojos, dejando que las palabras de Cristina la envolvieran como un manto cálido. Por primera vez en años, aunque fuera solo por un instante, se sintió segura.

Cristina no se movió de su lado hasta que el temblor en el cuerpo de Serena comenzó a remitir.

Marcos no podía dejar de dar vueltas en la cama. La madrugada avanzaba lenta, y el silencio de la casa no hacía más que intensificar el caos en su interior. Cerraba los ojos y, como un reflejo inevitable, la imagen de Serena aparecía en su mente. Recordaba su expresión tensa, la manera en que retrocedió cuando intentó acercarse a ella, y sus palabras resonaban como un eco que no podía ignorar: "No estoy lista. No sé si puedo confiar."




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