Creciendo Juntos [bajo el mismo cielo •1]

Capítulo 7

El amanecer se filtraba con suavidad por las ventanas de la cabaña. La nieve crujía a lo lejos, y el aire frío traía una calma distinta. No era solo el inicio de un nuevo día. Había algo diferente, una sensación ligera, como si todo volviera a empezar desde un lugar más tranquilo.

“Es raro… pero algo cambió.”

Serena fue la primera en despertar. Tal vez fue el calor que aún quedaba en el ambiente o el olor a madera que la rodeaba, pero algo en su interior se sentía en paz. Hacía mucho que no amanecía así, sin una carga en el pecho, como si por fin pudiera bajar la guardia un poco.

“No sé qué es esto, pero me gusta. Me hacía falta.”

Se incorporó despacio, dejándose estar unos segundos más. La conversación de la noche anterior todavía flotaba en su mente. No fue nada fuera de lo común, pero le había hecho bien. Hablar, reírse, compartir ese rato sin presión. Era simple, pero le dejó una sensación cálida que aún no se iba.

“Hacía mucho que no me reía así. Sin pensar tanto.”

Aunque ya no lo veía, él seguía presente. No físicamente, pero de alguna manera, seguía ahí. Serena notó que algo se estaba moviendo adentro suyo. No era un gran cambio, ni un impulso desbordado. Era más bien una apertura, una pequeña luz encendida que no quería apagar.

“Estoy bien. Con él, me siento distinta.”

No pensó en lo que vendría después. Por ahora, eso no importaba. Se permitió quedarse en ese instante sin pensar demasiado. La sonrisa que apareció fue suave, sin esfuerzo. No tenía que fingir ni defenderse. Solo dejar que el momento siguiera su curso.

“No quiero arruinar esto pensando de más.”

Abrazó sus piernas y respiró hondo. No era inseguridad lo que sentía. Era una especie de certeza nueva, tranquila. Algo en la forma en que él la escuchaba, en cómo la miraba, le había hecho bajar la guardia sin darse cuenta. Y no le molestaba.

“Me siento segura. Eso no me pasaba hace mucho.”

Por primera vez en mucho tiempo, no quiso retroceder. No sintió la necesidad de protegerse. Con Marcos, todo parecía distinto. Y eso la hizo querer quedarse, aunque todavía no supiera bien hacia dónde iban.

“No tengo todo claro, pero no quiero alejarme.”

“Nathan tenía razón. No puedo seguir con miedo. Tengo que darme la oportunidad.”

“Confiaré en Marcos. Ojalá no me equivoque.”

Con el corazón un poco acelerado, buscó su teléfono. Caminó descalza hasta la cocina, cuidando de no hacer ruido. Marcó el número de Shery con manos temblorosas y una sonrisa pequeña. No tuvo que esperar mucho.

—¿Buenos días, cariño? ¿Todo bien? —contestó Shery, con la voz aún arrastrando el sueño.

—Hola… sí. ¿Puedo preguntarte algo? —murmuró Serena, en un susurro.

—Claro, dime. ¿Qué pasa?

—¿Él… es real? —preguntó con voz baja, como si temiera que, al decirlo en voz alta, se desvaneciera.

—¿Quién? ¿Marcos?

—Sí. Es que… hace que todo parezca tan fácil. Es tan atento, tan dulce… y tan paciente —dijo Serena, con una mezcla de sorpresa y ternura.

—Marcos es exactamente como lo ves, Serena. No hay nada oculto. Lo conociste en un momento difícil, pero créeme, es un buen tipo. Y no lo digo porque sea mi cuñado, ¿eh? Tiene un corazón puro… aunque ha pasado por mucho.

—Lo sé. Me lo contó anoche. Hablamos hasta las cuatro de la madrugada… —guardó un silencio breve—. Tengo miedo, Shery. No quiero defraudarlo. Todo lo que he sentido… me hace querer quedarme.

—Después de todo lo que habéis vivido, es normal tener miedo. Pero no tenéis que apresuraros. Podéis seguir conociéndoos, sin presiones. Y si os dais la oportunidad... podríais sorprenderos de lo que venga después.

—Quiero tener un detalle con él —dijo Serena, casi en un susurro.

—¿Qué tenías en mente?

—Un desayuno. Sé que no es gran cosa, pero...

—Es perfecto —interrumpió Shery con confianza.

—¿De verdad crees? ¿Y si no le gusta?

—Marcos no es de grandes regalos ni lujos, te lo aseguro. Lo que le importa es el gesto. Esas pequeñas cosas le tocan el corazón.

—¿Y cuál es su desayuno favorito?

—Cualquier cosa que le prepares con cariño, le encantará. Pero si quieres darle en el clavo: tostadas francesas con plátano, una taza de chocolate caliente… y un toque de canela por encima. Y si le añades alguna galleta de Cristina, mejor aún.

Serena no respondió de inmediato. Solo sonrió tímidamente, mientras abría un armario en la cocina.

—Gracias —dijo finalmente, en voz baja.

—¿Gracias por qué? —preguntó Shery, algo confundida.

—Por este fin de semana. Si fuera otro momento, te habría regañado por meterme en algo así… pero creo que…

—Los dos lo necesitabais. Y se nota. Hay algo bonito entre vosotros, Serena. No dejes que se escape. Tal vez el universo os esté dando una segunda oportunidad.

—¿Tú crees?

—Puede ser. A veces, lo que no planeamos... es lo que más sentido tiene.

—Está bien. Te llamo cuando regrese.

—Te quiero —respondió Shery, soltando una risa suave—. Y ahora me voy, que este cavernícola va a quemar el desayuno si no lo vigilo.

Ambas rieron juntas, compartiendo ese momento de complicidad.

La cabaña se llenó de un aroma dulce y reconfortante. En la cocina, el sonido del pan tostándose se mezclaba con el suave crepitar de la mantequilla derritiéndose en la sartén. Las rodajas de plátano comenzaban a dorarse, mientras el chocolate caliente desprendía ese olor acogedor con un toque de canela que lo volvía todo más cálido. Sobre la mesa, dos platos con waffles salpicados de chispas de chocolate esperaban junto a fruta fresca troceada para los pequeños. Todo se desarrollaba en una coreografía silenciosa de gestos simples, como si, por un momento, preparar el desayuno fuera la manera más sencilla y honesta de decir: "Estoy contigo."

Entre ese ambiente tibio, se escucharon risas y pasos ligeros: dos pares de pies infantiles corriendo por el pasillo, envueltos en su propia alegría, ajenos a todo lo demás.




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