Creciendo Juntos [bajo el mismo cielo •1]

Capítulo 10

—No... no otra vez... sal de aquí... —musitaba entre dientes, con los puños cerrados, zarandeándose de un lado a otro sobre sí mismo en la cama—. No... por favor, te habías ido... ¿por qué volver?

Una fina capa de sudor le empapaba la espalda; el pecho subía y bajaba con rapidez, y un nudo imposible de tragar le oprimía la garganta.

La voz de Zoey le taladraba los oídos, como una sombra que se negaba a desvanecerse. El perfume que antes le gustaba, ahora le resultaba repulsivo. La frialdad con la que lo miraba, como si no hubiesen compartido tres años de sus vidas, lo asfixiaba. Cuando lo arrinconó contra la pared de su estudio, el brillo triunfante en su rostro apareció al verlo encogerse.

—Vas a hacerme las malditas fotos de mi boda con Cassian, Marcos, o te aseguro que te entierro profesionalmente. Nadie volverá a contratarte. Además, acepta la limosna que pagaré. Estás... horrible. En los huesos.

Intentó negarse, recordando que su terapeuta le había aconsejado no mostrarse vulnerable si volvían a cruzarse. Pero Zoey, sabiendo que no se defendería —que era un hombre que jamás le había alzado la mano—, lo aprovechó y lo golpeó con la rodilla en la entrepierna, haciéndolo caer, doblado de dolor. Él intentó contener las lágrimas de impotencia, pero al alzar la vista, la vio grabándolo con el teléfono.

Marcos se encogió más, abrazándose las costillas como si quisiera protegerse, como aquel día en que, antes de marcharse, ella aún le propinó una patada en el estómago. Y se fue riéndose. Divertida.

—Basta... no... no puedo más —lloraba.

El colchón se movió suavemente. Serena se despertó al escuchar sus súplicas.

—Marcos... —susurró, acariciando con delicadeza su mejilla—. Shhh... Marcos... —le peinó el cabello con una mano.

Él estaba tan atrapado en su pesadilla que costaba hacerlo reaccionar. Hasta que, finalmente, abrió los ojos y la vio a su lado.

—Solo es un sueño, cariño. Estás a salvo —susurró, posando la palma sobre su rostro y secando sus lágrimas con el pulgar. Esbozó una sonrisa apacible.

Pero Marcos estaba lejos de serenarse. No dijo nada. Solo la atrajo hacia su pecho, buscando su calor, como quien se aferra a una balsa en medio del naufragio. Hundió la nariz en su cabello y aspiró con profundidad su aroma dulce, familiar, temblando. Comenzó a llorar a pleno pulmón. Serena lo abrazó con fuerza, en silencio, acariciándole el cabello, la nuca, la espalda, susurrándole palabras tranquilizadoras.

—Estarás bien, te lo prometo —le dio un pequeño beso en la mejilla—. No te presiones. Cuando estés preparado, cuéntame tu pesadilla.

Tardó en hablar. Pero cuando lo hizo, su voz salió entrecortada, quebrada.

—¿Recuerdas la comparación que hice con Eta Carinae?

Serena asintió.

—Aquel día fui a trabajar... como cualquier mañana. No imaginé que Zo... ella... aparecería en el estudio.

—¿Qué quería?

—Contratarme pa... para su boda con el padre de su... hijo —volvió a llorar.

Serena lo escuchaba con atención. Sintió un hervor subirle desde el estómago y, sin pensarlo, soltó:

—Como la vuelva a ver a menos de quinientos metros de ti, juro que arrastro a esa bruja por los pelos.

Marcos alzó la mirada, en silencio. Serena lo miró, y al darse cuenta de lo que había dicho, un rubor tímido le cubrió las mejillas. Aun así, logró arrancarle una risa. Débil, sí. Pero risa, al fin.

—Fue cuando... —comenzó Serena, pero Marcos asintió, interrumpiéndola.

—Cuando llegué a casa... no sabía qué hacer. Su voz me retumbaba en la cabeza... Necesitaba silencio o iba a perder la cordura. Así que me tomé los ansiolíticos. Los que me recetó el terapeuta. Agarré la primera botella de whisky que vi. No recuerdo cuánto tomé. Solo quería dormir. Yo... solo... —tragó saliva, pero no logró contener las lágrimas—. Me desmayé... entre los sillones. Juro que no quería morir. Simplemente... pasó.

Serena sintió el pecho apretársele. Y comenzó a llorar con él. Juntos. Abrazados.

Sus respiraciones se fueron calmando. El silencio ya no era tan denso. Serena, aún en sus brazos, le acarició suavemente la espalda. Luego, se incorporó despacio, alzando la vista.

—¿Tienes valeriana? —preguntó, con una sonrisa cálida.

—Sí... junto al microondas.

—Bien. Vendrás conmigo.

Marcos frunció el ceño, desconcertado.

—¿No pensarás que voy a dejarte así, verdad? —le tomó la mano con suavidad y tiró de él hasta que se puso de pie—. Te prepararé una infusión, ¿vale?

Marcos asintió, limpiándose las mejillas húmedas con el dorso de la mano.

—Vamos. Te ayudará a calmarte, para que puedas volver a dormir.

La calidez en su mirada bastó para que la siguiera escaleras abajo. Bajaban en silencio, mientras él se concentraba en respirar con tranquilidad, intentando recobrar la compostura.

En la cocina, Serena encontró la infusión y puso a calentar el agua. El sonido llenó el ambiente, disipando la carga que aún flotaba en el aire.

Mientras el agua hervía, Marcos la observaba en silencio. La calma que irradiaba distaba mucho de la tormenta que ella podía estar llevando dentro. Por un momento, le pareció una proeza.

—¿Cómo lo haces? Lo tuyo con... Noah es mucho más grave, y aun así... mírate. Intentas arreglar a alguien que...

Serena lo interrumpió, tomando su mano entre las suyas, con una sonrisa triste.

—No te atrevas a decir que no tienes arreglo. Porque no es cierto —protestó con un mohín entrañable.

—¿Dónde has estado estos últimos años? —preguntó Marcos sin pensar, haciéndola sonrojar por el brillo que centelleó en sus preciosos ojos esmeraldas.

Serena dio dos pasos, quedando entre sus piernas, mientras él seguía sentado en la butaca junto a la isla. Un silencio cómodo los envolvió. Hasta que ella lo rompió.

—Tengo miedo —confesó—. Pero contigo aprendí que no tengo que pasar por esto sola. No si estoy rodeada de personas que me quieren. Y tú... tú has traído nuevos colores a mis días. Me ayudaste a recordar que merezco ser feliz. Que la esperanza aún existe.




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