Anna.
El mundo parecía detenerse. El solo hecho de no sabes dónde y cómo estaba Liam me aterraba hasta el punto en que pude sentir mí sangre desaparecer de mí rostro. Quiero a mí amigo de vuelta. Pero la escena que vi… y en la que nos encontrábamos con Ethan era totalmente espeluznante. Rasguños en las paredes y en el suelo que nos daban a pensar que fue Liam quién los hizo.
—¿Tienes alguna persona en mente? —consultó Ethan tocando algunos rasguños de la pared. No hace mucho llamó a sus padres para que avisaran a otros lobos para que buscaran a Liam.
Negué con la cabeza. Llevábamos en esta conversación desde hacía diez minutos, mientras tanto buscábamos algo que nos guiara o al menos respondiera a algo.
—¿Dices que viste que le preguntaban por ti?
—Si, Ethan, llevas preguntándome lo mismo desde que te dije. —A ver, yo también me preocupo por mí amigo y quiero respuestas. Alcancé a oír un gruñido de su parte y yo suspiré.
La madera estaba fría, áspera y olía horrible, me daba náuseas el solo hecho de acercarme a tocarla. Mis padres ya me habían llamado cinco veces, tres preguntándome dónde estaba y dos preguntándome con quién estaba. ¿Cómo les decía que estaba en una cabaña arruinada en el medio del bosque en donde creemos que desapareció Liam?
—Anna, ven a ver esto. —Llamó Ashford desde el otro extremo de la habitación. A medida que me acercaba veía a Ethan en cuclillas sobre el suelo en uno de las marcas en las maderas del suelo, intentando sacar un papel de entre ellas. —Creo que es… —Logró sacar el papel y me lo dio.
El papel era pequeño, estaba abollado y mal doblado. Dentro tenía un escrito que era…
—¿Un acertijo?
Ethan se incorporó de golpe. —¿Qué? Déjame ver. —Me arrebató el papel de las manos y lo miró estupefacto. —Qué. Diablos. Es. Esto.
El papel decía:
“Si el amigo quieres encontrar,
los ojos debes levantar”.
—¿Los ojos debes levantar? —Inquirí.
Ambos levantamos la vista y en el techo encontramos más palabras pintadas con un color rojo similar a la sangre. ¿Sangre?
—¿Es… sangre?
Alcancé a ver al lobo olisquear y respiré nuevamente cuando su expresión permaneció tranquila. —No.
“Empieza donde el tiempo se detuvo,
en la línea recta del último susurro,
no hay casas, ni viento y la sangre
fue el último recurso”.
Donde el tiempo se detuvo. Donde el tiempo se detuvo. Donde el tiempo se detuvo.
—¡¿Qué diablos es esto?! —Exclamó Ethan.
—Una búsqueda del tesoro.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Sentí como si una mano invisible me hubiera rozado la nuca, helada. El papel crujió entre mis dedos mientras lo doblaba, intentando contener la oleada de náuseas que me subía desde el estómago.
Era una pista. De eso no tenía duda. Pero no una cualquiera. No era el tipo de acertijo inocente que solía resolver de niña en las búsquedas del tesoro que preparaba mi nana en el jardín. No. Esto era diferente. Esto era oscuro. Retorcido. Casi una burla.
El aire en la cabaña se sentía más denso, más frío, descomponía y asfixiaba.
Creo que en algún punto Ethan nos sacó a ambos de allí dentro y pude respirar. De solo pensar que esto era un juego para alguien —o algo— quería vomitar.
—Annie —me llamó. —. Ven, vámonos de aquí. No lo encontraremos aquí.
—¿Y si sí está aquí, Ethan? —mi voz salió más aguda de lo que esperaba, quebrada, temblorosa—. ¿Y si lo dejamos atrás… otra vez?
Sentí que la garganta se me cerraba. La imagen de Liam, solo, herido, atrapado en algún rincón olvidado, no me dejaba pensar con claridad.
—Esto no tiene sentido —continué, más para mí que para él—. ¿Quién haría algo así? ¿Quién convierte la desaparición de una persona en un maldito rompecabezas?
Me cubrí la cara con las manos. El olor a tierra húmeda y metal oxidado seguía pegado a mi piel.
—Yo... yo no puedo más con esto.
Ethan me miró, serio, y noté que también estaba al límite. Pero no dijo nada. Solo esperó. Y, por primera vez, yo tampoco supe qué decisión tomar.
El cielo se había tornado ya con colores malvas, estaba anocheciendo. Es como si el día hubiese avanzado tan rápido y tan lento al mismo tiempo.
“Empieza donde el tiempo se detuvo”.
—Vamos, te llevaré a casa.
Para cuando regresamos al camino principal mis botas ya estaban llenas de barro y mis dedos entumecidos. No nos dijimos mucho desde que salimos del lugar. Pero Ethan seguía allí. Caminaba a mí lado a un paso tranquilo y podía ver como su mente trabajaba a mil por hora.
Cuando llegamos a mí casa ya había oscurecido aún más. Las luces del porche estaban apagadas y el interior de la casa parecía aún más silencioso. Me detuve frente a la oscura puerta de madera aun sin sacar las llaves de mí bolsillo, siento un gran nudo en la garganta y una sensación que me tiraba en dirección a esa cabaña.
—¿Estás bien An? —preguntó Ethan en voz baja. Aún después de hoy, él parecía imperturbable.
Negué lentamente con la cabeza. Él se puso a mí lado.
—No. — susurré.
El lobo dio un paso más cerca y, con una suavidad que no esperaba, pasó sus brazos por mis hombros y me atrajo hacia él. Su calor me rodeó al instante, su cuerpo firme contra el mío, y yo apoyé mí cabeza contra su pecho sin resistirme.
—Lo vamos a encontrar, tranquila. —Susurró en mí oído. Yo asentí. Su pulso era lento, constante. Seguro. Sus palabras en cierto punto me fueron algo reconfortantes. —Encontraremos a Liam. —Afirmó.
No dije nada, pero cerré los ojos. Dejé que el momento me envolviera, como un cobijo en medio del caos. Después de unos minutos, se separó solo lo suficiente para mirarme a los ojos.
—Ve a ducharte. Cena algo. Intenta descansar. Te llamo más tarde, ¿sí?
Asentí, aunque sabía que dormir sería imposible. Ethan esperó a que entrara a casa antes de alejarse.